De Los Nombres de Cristo. Fray Luis de León

De Los Nombres de Cristo - Fray Luis de León


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un varón cuyo nombre es Pimpollo’

      Y llegando aquí Sabino, cesó. Y Marcelo:

      —Sea éste —dijo— el primer nombre, pues la orden del papel nos lo da. Y no carece de razón que sea éste el primero; porque en él, como veremos después, se toca en cierta manera la cualidad y orden del nacimiento de Cristo y de su nueva y maravillosa generación; que en buena orden, cuando de alguno se habla, es lo primero que se suele decir.

      Pero antes que digamos qué es ser Pimpollo y qué es lo que significa este nombre, y la razón por qué Cristo es así nombrado, conviene que veamos si es verdad que es éste nombre de Cristo, y si es verdad que le nombra así la divina Escritura; que será ver si los lugares de ella ahora alegados hablan propiamente de Cristo; porque algunos, o infiel o ignorantemente, nos lo quieren negar.

      Pues viniendo al primero, cosa clara es que habla de Cristo, así porque el texto caldaico, que es de grandísima autoridad y antigüedad, en aquel mismo lugar adonde nos otros leemos: « En aquel día será el PIMPOLLO del Señor» dice él—: « En aquel día será el Mesías del Señor» , como también porque no se puede entender aquel lugar de otra alguna manera. Porque lo que algunos dicen del príncipe Zorobabel, y del estado feliz de que gozó debajo de su gobierno el pueblo judaico, dando a entender que fue éste el Pimpollo del Señor, de quien Esaías dice: « En aquel día el PIMPOLLO del Señor será en grande alteza » , es hablar sin mirar lo que dicen; porque quien leyere lo que las Letras Sagradas, en los libros de Nehemías y Esdras, cuentan del estado de aquel pueblo en aquella sazón, verá mucho trabajo, mucha pobreza, mucha contradicción, y ninguna señalada felicidad, ni en lo temporal ni en los bienes del alma, que a la verdad es la felicidad de que Es aías entiende cuando en el lugar alegado dice: « En aquel día será el PIMPOLLO del Señor en grandeza y en gloria. »

      Y cuando la edad de Zorobabel y el estado de los judíos en ella hubiera sido feliz, cierto es que no lo fue con el extremo que el profeta aquí muestra; porque ¿qué palabra hay aquí que no haga significación de un bien divino y rarísimo? Dice « del Señor» , que es palabra que a todo lo que en aquella lengua se añade lo suele subir de quilates. Dice « gloria y grandeza y magnificencia» , que es todo lo que encareciendo se puede decir. Y porque salgamos enteramente de duda, alarga, como si dijésemos, el dedo el profeta y señala el tiempo y el día mismo del Señor, y dice de esta manera: « En aquel día» . Mas ¿qué día? Sin duda ninguno otro sino aquel mismo de quien luego antes de aquesto decía: « En aquel día quitará al redropelo el Señor a las hijas de Sión, el chapín que cruje en los pies, y los garvines de la cabeza, las lunetas y los collares, las ajorcas y los rebozos, las botillas y los calzados altos, las argollas, los apretadores, los zarcillos, las sortijas, las cotonías, las almalafas, las escarcelas, los volantes y los espejos; y les trocará el ámbar en hediondez, y la cintura rica en andrajo, y el enrizado en calva pelada, y el precioso vestido en cilicio, y la tez curada en cuero tostado, y tus valientes morirán a cuchillo. »

      Pues en aquel día mismo, cuando Dios puso por el suelo toda la alteza de Jerusalén con las armas de los romanos que asolaron la ciudad, y pusieron a cuchillo sus ciudadanos y los llevaron cautivos, en ese mismo tiempo el fruto y el Pimpollo del Señor, descubriéndose y saliendo a luz, subirá a gloria y honra grandísima. Porque en la destrucción que hicieron de Jerusalén los caldeos, si alguno por caso quisiere decir que habla aquí de ella el profeta, no se puede decir con verdad que « creció el fruto del Señor, ni que fructificó gloriosamente la tierra » al mismo tiempo que la ciudad se perdió.

      Pues es notorio que en aquella calamidad no hubo alguna parte o alguna mezcla de felicidad señalada, ni en los que fueron cautivos a Babilonia, ni en los que el vencedor caldeo dejó en Judea y en Jerusalén para que labrasen la tierra, porque los unos fueron a servidumbre miserable, y los otros quedaron en miedo y desamparo, como en el libro de Jeremías se lee.

      Mas al revés, con aquesta otra caída del pueblo judaico se juntó, como es notorio, la claridad del nombre de Cristo, y, cayendo Jerusalén, comenzó a levantarse la Iglesia. Y aquel a quien poco antes los miserables habían condenado y muerto con afrentosa muerte, y cuyo nombre habían procurado obscurecer y hundir, comenzó entonces a enviar rayos de sí por el mundo y a mostrarse vivo y Señor, y tan poderoso, que castigando a sus matadores con azote gravísimo, y quitando luego el gobierno de la tierra al demonio, y deshaciendo poco a poco su silla, que es el culto de los ídolos en que la gentilidad le servía, como cuando el sol vence las nubes y las deshace, así Él solo y clarísimo relumbró por toda la redondez.

      Y lo que he dicho de este lugar, se ve claramente también en el segundo de Jeremías, de sus mismas palabras. Porque decirle a David y prometerle que le « nacería o fruto o PIMPOLLO de

      justicia» , era propia señal de que el fruto había de ser Jesucristo, mayormente añadiendo lo que luego se sigue, y es que « este fruto haría justicia y razón sobre la tierra » , que es la obra propia suya de Cristo, y uno de los principales fines para que se ordenó su venida, y obra que Él solo y ninguno otro enteramente la hizo. Por donde las más veces que se hace memoria de Él en las Escrituras divinas, luego en los mismos lugares se le atribuve esta obra, como obra sola de Él y como su propio blasón. Así se ve en el salmo 71, que dice: « Señor, da tu vara al Rey y el ejercicio de justicia al Hijo del Rey, para que juzgue a tu pueblo conforme a justicia y a los pobres según fuero. Los montes altos conservarán paz con el vulgo, y los collados les guardarán ley. Dará su derecho a los pobres del pueblo, y será amparo de los pobrecitos, y hundirá al violento opresor. »

      Pues en el tercero lugar de Zacarías, los mismos hebreos lo confiesan, y el texto caldeo, que he dicho, abiertamente le entiende y le declara de Cristo. Y asimismo entendemos el cuarto testimonio, que es del mismo profeta, Y no nos impide lo que algunos tienen por inconveniente, y por donde se mueven a declararle en diferente manera, por lo que dice luego que « este PIMPOLLO

      fructificará después o debajo de sí, y que edificará el templo de Dios»; pareciéndoles que esto señala abiertamente a Zorobabel, que edificó el templo y fructificó después de sí por muchos siglos a Cristo, verdaderísimo fruto. Así que esto no impide, antes favorece y esfuerza más nuestro intento.

      Porque el « fructificar debajo de sí» , o, como dice el original en su rigor, acerca de sí, es tan propio de Cristo, que de ninguno lo es más. ¿Por ventura no dice Él de sí mismo: « yo soy vid y vosotros sarmientos» ? Y en el salmo que ahora decía, en el cual todo lo que se dice son propiedades de Cristo, ¿no se dice también: « Y en su día fructificarán los justos» ? O , si queremos confesar la verdad, ¿quién jamás en los hombres perdidos engendró hombres santos y justos, o qué frutos jamás se vio que fuese más fructuoso que Cristo? Pues esto mismo, sin duda, es lo que aquí nos dice el profeta; el cual, porque le puso a Cristo nombre de Fruto, y porque dijo señalándole como a singular fruto: « Veis aquí un varón que es Fruto su nombre» , porque no se pensase que se acababa su fruto en Él y que era fruto para sí y no árbol para dar de sí fruto, añadió luego diciendo: « Y fructificará acerca de sí» , como si con más palabras dijera: « Y es Fruto que dará mucho fruto, porque a la redonda de Él, esto es, en Él y de Él por todo cuanto se extiende la tierra, nacerán nobles y divinos frutos sin cuento, y este PIMPOLLO enriquecerá el mundo con pimpollos no vistos. »

      De manera que éste es uno de los nombres de Cristo, y según nuestra orden , el primero de ellos, sin que en ello pueda haber duda ni pleito. Y son como vecinos y deudos suyos otros algunos nombres que también se ponen a Cristo en la Santa Escritura; los cuales. aunque en el sonido son diferentes, pero bien mirados, todos se reducen a un intento mismo y convienen en una misma razón, porque si en el capítulo de Ezequiel es llamado planta nombrada, y si Esaías en el capítulo 11

      le


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