San José, la personificación del Padre. Leonardo Boff

San José, la personificación del Padre - Leonardo Boff


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el hijo de José?" (Lc 4,22).

      "Felipe se encontró con Natanael y le dijo:

      - 'Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la Ley del que hablaron también los profetas; es Jesús, hijo de José y natural de Nazaret' "(Jn 1, 45).

      Los judíos comenzaron a criticar a Jesús porque había dicho que él era el pan que ha bajado del cielo. Decían:

      - 'Éste es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre ¿Có­mo se atreve a decir que ha bajado del cielo?'” (Jn 6, 41-42).

      CÓMO HABLAR DE SAN JOSÉ HOY

      ¿Qué se puede decir sensatamente sobre san José? Él no nos dejó nin­guna palabra. Nuestra cultura y la teología están hechas en gran parte de palabras habladas o escritas. Si éstas faltan, la memoria se pierde, la inteligencia se ofusca y nos entregamos al imaginario que no tiene ni censura ni límites.

      Por esta razón san José no ha encontrado todavía su lugar en la re­flexión teológica. Es como si fuese una isla separada del continente teológico o como si sencillamente no existiese. Pertenece a la piedad popular más que a la meditación de los papas, de los teólogos y de los sectores letrados del cristianismo. No obstante, millones de personas, de instituciones y de lugares llevan su nombre: José.

      En las últimas décadas ha habido, sin embargo, un retorno vigo­roso a los estudios josefinos, solamente comparable al que hubo en el siglo XVII, cuando en toda la cristiandad irrumpió de manera signi­ ficativa la reflexión sobre san José. Pero prácticamente todos los teólogos lo hacen un subtema de la cristología o de la mariología. Con respecto a Jesús y a María, ocupa un papel secundario o complemen­tario. Su misión es dar seguridad a la madre y cuidar al niño Jesús. Una vez realizadas estas funciones, puede desaparecer. Y efectiva­mente lo hicieron desaparecer.

      Otras veces su tratamiento es desarticulado, orgánicamente des­conectado de los demás temas de la revelación y de la teología. Se aprovecha la figura de san José para abordar la importancia de la familia en general y de la paternidad en particular. Prevalece, sin em­bargo, el género devocional y piadoso, sin diálogo con las aportacio­nes de las ciencias sobre estos temas siempre candentes.

      Nosotros, en cuanto nos sea posible, los utilizaremos. Queremos agradecer aquí al Centre de Recherche et de Documentation del Orato­rio San José, en Montreal, especialmente a su director, Pierre Robert, y a la secretaria, Karine, por haber puesto la inmensa biblioteca -de las más grandes sobre el tema- a mi disposición para reunir la bibliografía y tener acceso a libros raros y a revistas de josefología. Sin la amabilidad de estas personas este libro no habría sido escrito, dadas las condiciones de periferia en que vivimos, lejos de los centros me­tropolitanos de reflexión y de publicación.

      ¿Qué tarea nos proponemos? Nos proponemos responder a la pre­gunta: ¿tiene san José una relación única y singular con el Padre celes­tial de manera que se pueda afirmar que representa la personificación del Padre? Teniendo esto en cuenta, ¿cuál es su relación con el Hijo encarnado en Jesús y con María, su esposa, en la que el Espíritu Santo plantó su tienda? ¿Cuál es el significado de la familia Jesús-Ma­ría-José en relación con la familia divina Padre-Hijo-Espíritu Santo?

      El hecho de no haber dejado ninguna palabra, de recibir mensajes sólo en sueños, de ser la figura silenciosa del Segundo Testamento, no es fortuito ni carece de sentido. Este silencio trae consigo un men­saje cuyo significado ha de ser descifrado. San José es un artesano y no un rabino. En él cuentan más las manos que la boca, más el traba­jo que las palabras.

      Es tarea de la teología interrogarse sobre Dios y sobre todas las co­sas a la luz de Dios, no sólo a partir de los textos bíblicos, de las tra­diciones heredadas y de las doctrinas fijadas por el magisterio eclesiástico, pues éstas no encapsulan a Dios ni cierran el ámbito de la revelación. El Dios vivo se sigue comunicando en la historia y, de ese modo, es siempre mayor, rompe las barreras de las religiones, de los textos sagrados, de las autoridades doctrinales, de las teologías y de las cabezas de las personas. Por eso importa buscar a Dios en la creación como hoy la entendemos, como proceso inmenso de evolución as­ cendente, en la historia humana, en la producción del mismo pensa­miento creativo.

      Dios es misterio fontal, por eso todos los saberes y todas las pala­bras son insuficientes. Siempre, una y otra vez, somos desafiados a retomar el esfuerzo de comprensión y de profundización, aunque seamos conscientes de que él sigue siendo misterio para todo conoci­miento.

      Importa, pues, ir más allá de los límites de todo lo que se dice y transmite acerca de san José, fruto de la piedad, de las artes plásticas y literarias y de la reflexión. Cabe siempre confrontar a la condición humana con san José y descubrir los significados religiosos que de ello se derivan. Concretamente, urge sacar a san José de la marginali­dad en que se le ha dejado y darle la centralidad que se merece.

      Es necesario, por otro lado, respetar la humildad de san José, tan violada por una josefología de exaltación y de enumeración de privi­legios y virtudes. Así ha sido el discurso predominante entre los teó­logos, particularmente en el siglo XVIII, cuando se elaboraron los primeros trabajos sobre san José. Esa manera magnificadora de hablar contaminó el lenguaje posterior, especialmente el de los papas. Por supuesto, ha de ser venerado, pero respetando la forma discreta y severa que los evangelistas usan cuando a él se refieren.

      Nos atrevemos a hacer una teología radical. Es decir, pretendemos poner a Dios en la raíz de todo y llevar las cosas hasta su fin. Al hablar de José, queremos hablar de Dios así como los cristianos lo profesan, siempre como Trinidad de personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

      Ese Dios-Trinidad se autocomunica en la historia. En esta pers­pectiva radical no basta tener al Hijo y al Espíritu Santo con sus res­pectivas misiones en la humanidad. Eso puede generar, como generó, el cristocentrismo (Cristo es el centro de todo) y hasta el cristomonis­mo (sólo Cristo cuenta). O puede dar origen a un carismatismo exa­cerbado, es decir, a una visión de la era del Espíritu Santo -como en Joaquín de Fiore, en el siglo XIII-, que pretende dejar en el pasado la era del Hijo. O puede crear una comunidad sólo de carismas, sin un mínimo de organización. O un cristianismo de puro entusiasmo o de exaltación de la experiencia religiosa, como hoy es común en el cristianismo mundial, apartado de la cruz, de los problemas de la jus­ticia de los pobres y de las limitaciones de la condición humana.

      Necesitamos la presencia entre nosotros de las tres personas divi­nas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo y con el Hijo debe estar también el Padre. De lo contrario, estaremos como sus­pendidos en el aire, sin el sentido de origen y de fin de todo el miste­rio de la revelación y autocomunicación de Dios en la historia, que representa la persona del Padre.


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