San José, la personificación del Padre. Leonardo Boff

San José, la personificación del Padre - Leonardo Boff


Скачать книгу
vida de pareja, especialmente el mutuo compromiso y la responsabi­lidad compartida, María y José forman una auténtica familia. Los bienes son comunes, común el estilo de vida, comunes las preocupaciones, co­mún la responsabilidad de educar al hijo1. José, por tanto, no es padre por casualidad; tampoco María es madre por accidente.

      En segundo lugar, señalan algunos, esta es una familia extraña, pues las relaciones entre los miembros son absolutamente desiguales. María es sierva del Señor (cf Lc 1, 38), José proveedor y padre putati­vo (cf Lc 3, 23) y Jesús, la encarnación del Verbo, que es Dios (cf Jn 1, 14). María habla y medita, guardando las cosas en el corazón; Jesús habla y hace milagros; José calla y sólo sueña. ¿Cómo articular esas diferencias dentro de una misma familia? ¿No harían de la familia una realidad meramente virtual?

      A eso respondemos que los relatos evangélicos no dan base para tal excentricidad. Los evangelios nos muestran una familia normal, uni­da; hablan de los padres que van al Templo y, como padres, se preo­cupan por la desaparición del hijo y, finalmente, dicen que el Niño les era sumiso (cf Lc 3, 51).

      La tesis que sustentamos en nuestro libro evita cualquier desequi­librio, pues Dios, tal como es, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por tanto como Familia divina, deja de ser Trinidad y Familia inmanente, en­cerrada en su inefable misterio, y se hace trinidad y familia histórica, por cuanto se acerca a la existencia humana y se personaliza, asu­miendo el Padre a José; el Hijo, a Jesús; y el Espíritu Santo, a María. De ese modo, reina un perfecto equilibrio. Cada uno es diferente, pero todos entretejen una relación íntima y singular, de orden hipos­tático -como discutiremos más adelante-, con las respectivas per­sonas divinas. Cada persona de la familia humana personaliza una Persona de la Familia divina.

      Otros imaginan a María como una especie de hermana en un con­vento de monjas de clausura. José sería más su guardián y protector que esposo, un patriarca anciano, canoso y con barbas blancas, que lleva al niño Jesús en un brazo, y un ramo de lirios, que simboliza su castidad, en el otro.

      Estas imágenes no tienen base en los evangelios. Proceden de la imaginación, a veces fantástica, de los evangelios apócrifos, que re­presentan la teología popular de los estratos cristianos no letrados de los primeros siglos. Veremos todo esto con detalle en uno de los capí­tulos de este libro.

      María aparece en los evangelios como una mujer piadosa, que dice al ángel "sí, hágase" (Lc 1, 38) y se siente sierva ante el ofrecimiento de Dios. Pero al mismo tiempo es la mujer fuerte, cuyo atrevido discurso del canto del Magníficat podría parecer más bien una proclamación re­volucionaria para un comicio político popular. Tiene la valentía de hablar del Dios que "despojó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes, llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías" (Lc 1, 52.53). En fin, una mujer que enfrentó el riesgo de la muerte de su bebé a manos del cruel Herodes y por eso tuvo que huir al exilio, con todos los peligros que tal fuga implicaba.

      José corre el riesgo de la maledicencia al tomar consigo a María, su novia, ya grávida por el Espíritu Santo. Tiene el valor de actuar con­tra el sentir común de la gente y llevarla a su casa (cf Mt 1, 24). Asu­me las funciones propias del padre que asiste en el nacimiento, que toma la iniciativa de huir a Egipto y elige el momento de volver, que junto con su esposa hace lo que todo padre educador hacía con res­pecto a los deberes religiosos, que se preocupa por la pérdida del hijo. Todas estas cosas tienen que ver más con un padre comprometido se­riamente en su misión familiar que con un simple protector y celoso proveedor.

      Con respecto a las barbas, a las canas blancas y a la edad, los evan­gelios, no dan ninguna pista que pueda sugerir la edad de José. Fue­ron los evangelios apócrifos, surgidos trescientos o cuatrocientos años después, los que inventaron la edad de José. Hemos de tener en cuenta el contexto en que fueron escritos: las preocupaciones apolo­géticas por justificar la existencia de hermanos y hermanas de Jesús de que hablan los evangelios --que serían entonces fruto de un primer matrimonio- y la necesidad de defender la virginidad de María, atestiguada también por los evangelistas.

      En función de esta perspectiva, los apócrifos presentan un José viudo y anciano, pero tan anciano que, por impotencia, no pondría en riesgo, aunque quisiese, la virginidad de María. El libro apócrifo La historia de José el carpintero habla, como veremos más adelante, de un primer matrimonio de José a los cuarenta años. Vivió con su pri­mera mujer cerca de 49 años y tuvo con ella hijos e hijas (las "herma­nas" y los "hermanos" de Jesús). Solamente a la edad de 93 años se habría casado con María y habría vivido con ella 18 años. Habría muerto, pues, a los 111 años de edad, sumados todos los años. Tales afirmaciones sólo tienen fundamento en la imaginación piadosa.

      Lo que sabemos bien es que, de acuerdo con la tradición judaica, un hombre se solía casar de verdad, es decir, comenzaba a cohabitar con la mujer a partir de los 18 años. Según esa tradición, José tendría esa edad, un poco más o un poco menos, cuando resolvió vivir con María.

      Lucas y Mateo, los evangelistas que nos narran algo de la infancia de Jesús, nada nos dicen acerca de la muerte de José. Lo cierto es que en ningún momento de la vida pública de Jesús, comenzada cuando él tenía alrededor de treinta años de edad, de acuerdo con la informa­ción de san Lucas (cf 3, 23), apareció José en público al lado de Jesús. La última vez fue cuando Jesús, a la edad de 12 años (acercándose ya a la edad adulta que era a los 13), fue con sus padres al Templo de Jeru­salén, ocasión en que se quedó allí mientras la caravana de Nazaret emprendía el regreso. José y María lo encuentran y manifiestan su pe­sadumbre. Después de eso, la figura de José desaparece totalmente. Se presume que habría muerto por esa época o un poco posterior­ mente. La expectativa de vida de un ciudadano romano o judío en aquella época era de 22 años aproximadamente. José debe haber pa­sado esa barrera común.

      También es seguro que José no estuvo al pie de la cruz, como estu­vieron María, otras mujeres y Juan. El hecho de que, en la cruz, Jesús haya pedido al apóstol Juan tomar a María bajo su cuidado (Jn 19, 27) nos revela que José ya no vivía.

      Otros preguntan: dada la singularidad de la relación existente en­tre José y María, ¿habría realmente amor entre ellos? Daremos una respuesta más detallada en el capítulo siguiente. Aquí nos con­tentaremos con la reflexión de un filósofo católico, de los más renom­brados del siglo XX, Jean Guitton. En su libro La Vierge Marie reflexiona de manera tan convincente que nos ahorra muchas pala­bras:


Скачать книгу