San José, la personificación del Padre. Leonardo Boff

San José, la personificación del Padre - Leonardo Boff


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y trataremos de cons­truir un soporte teológico riguroso, que nos permita decir: san José, en efecto, se nos presenta como la personificación del Padre.

      No sólo su ministerio (lo que él hizo) pertenece al orden hipostáti­co, como quería Suárez, ni san José es sólo la "sombra" del Padre, como sostiene Doze. San José es el mismo Padre presente, personali­zado e historizado en su persona, como intuyó fray Adauto Schuma­ker y nosotros reafirmamos.

      El círculo se cierra: toda la Trinidad asumió nuestra condición humana y mora entre nosotros. La Trinidad celeste del Padre, Hijo y Espíritu Santo se hizo Trinidad terrestre en Jesús, María y José. Más adelante entenderemos a la Santísima Trinidad como Familia divina que, como tal, se personifica en la familia humana, en la familia de Jesús, María y José.

      Para beneficio de nuestra tesis procuraremos recoger lo mejor del pasado y, al mismo tiempo, incorporar las aportaciones de otros sa­beres que nos vienen de la antropología filosófica, de la tradición psi­coanalítica y de la moderna cosmología. De este modo resituaremos a san José en el conjunto de las verdades de la fe cristiana, ofreceremos buenas razones para una piedad más sostenible y tendremos más mo­tivos para alabar y bendecir a Dios que se dignó entregársenos to­talmente en las figuras que forman la Trinidad terrestre, reflejo histórico de la Trinidad celeste.

      La teología que nació de la alabanza (doxología) vuelve de nuevo a la misma alabanza, ahora, sin embargo, enriquecida con más razones para cantar y bendecir.

      ACLARAR MALENTENDIDOS Y ESTEREOTIPOS

      La figura de san José está llena de ambigüedades. Por un lado, es el buen esposo de María, el padre de Jesús, el trabajador. Los fieles le rinden especial cariño en su corazón. Millones y millones de personas de la cultura occidental -mundial- llevan el nombre de José. Cen­tenares de movimientos religiosos, tanto de personas consagradas a Dios, como de laicos en medio del mundo, tienen a san José como patrón. Ciudades, plazas, calles, puentes, hospitales, escuelas y, sobre todo, iglesias, llevan el nombre de san José. Lo llevamos en el paisaje de nuestra cultura, familiar y pública.

      Por otro lado, san José es el prototipo de la persona que sólo ayu­da, silenciosa y anónima, cuya vida poco conocemos. Nadie sabe quién fue exactamente su padre, su madre, ni qué edad tenía cuando se desposó con María, ni cómo y cuándo murió. Es una sombra, aun­que bienhechora.

      Al lado de las cosas altamente positivas ligadas a su persona, hay también versiones, clichés y malentendidos que, desde los primeros tiempos, especialmente a causa de los apócrifos, atravesaron los siglos y llegaron hasta nosotros.

      Aunque esas versiones sean cuestionables, servirán de sustrato para el imaginario que se expresó en la pintura, en las artes plásticas y en la literatura. No se apartan de nuestros ojos las escenas idílicas del nacimiento y del pesebre, donde el Niño, recostado entre el buey y el asno, tiene a su lado a María y a José, inclinados y reverentes ante el misterio de la ternura divina. Del mismo modo, el buen ancianito que carga al niño Jesús en sus brazos y lo estrecha con cariño y asom­bro, pues sabe que carga un misterio.

      Pero como queremos hacer una obra de reflexión crítica, actuali­zada y de teología creativa, sentimos la necesidad de limpiar previa­mente el terreno. Es necesario, por tanto, deshacer prejuicios y superar clichés incrustados en el imaginario cristiano. Es semejante al proceso de limpiar los ojos. No destruimos las lentes, sino las lavamos para poder ver mejor a través de ellas. Así, vamos a aprovechar al má­ximo la tradición de los apócrifos, por los fragmentos de verdad que contienen, pero también debemos reconocer sus límites y los desvíos que pueden ocasionar.

      Muchos puntos aquí señalados serán aclarados a lo largo esta obra. Ahora sólo enumeramos los principales; así preparamos el campo para una reflexión más fluida después.

      En primer lugar, no son pocos los que muestran extrañeza ante la situación singular de san José. Dicen: José es un hombre sin mujer, María una mujer sin hombre y Jesús un niño sin padre.

      A éstos hemos de recordar que los textos del Nuevo Testamento afirman claramente que José tiene su mujer (cf Mt 1, 20.24), fue pri­mero novio (cf Mt 1, 18; Lc 1, 27) y después esposo (cf Mt 1, 16.19).

      Era el hombre de María (cf Mt 1, 16. 18. 20. 24; Lc 1, 27; 2, 5), su único esposo.

      María tuvo su hombre, José, su novio y marido (cf Mt 1, 16.19). Vi­vieron juntos (cf Mt 1, 24) y moraron en Nazaret (cf Mt 2, 23). Por eso, no obstante la concepción virginal y la virginidad preservada de María (Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), los evangelios no dudan en llamar a José es­ poso de María ya María esposa de José (cf Mt 1, 16. 18-20; Lc 1, 27).

      El hijo de María se convierte también en hijo de José, en razón del vínculo matrimonial que los une. Por eso los evangelios lo reconocen como el hijo de José (cfLc 3, 23; 4, 22b; Jn 1, 45; 6, 42) o el hijo del carpintero (cf Mt 13, 55), de quien aprendió la profesión, pues tam­bién lo llaman carpintero.

      Constituyen una sola familia, que está presente y unida con oca­sión del nacimiento de Jesús; que experimenta el temor de la mortal persecución de Herodes, que quería sacrificar a los niños de la región de Belén, donde nació Jesús; que pasaron juntos por las amarguras de una huida apresurada a Egipto; que volvieron después de allí y fue­ron, literalmente, a esconderse a Nazaret, porque Arquelao, hijo de Herodes, reinaba en Judea y, tan sanguinario como su padre, podría querer todavía matar al niño Jesús.

      En esa pequeña villa, como todos los padres piadosos, cumplen también con los ritos de la purificación, de la circuncisión y de la presentación en el Templo, inician al hijo en las fiestas sagradas y se afligen, juntos, cuando el Niño, de 12 años, no se incorpora a la ca­ravana para regresar a Nazaret y se entretiene en el Templo.


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