El corazón a contraluz. Patricio Manns

El corazón a contraluz - Patricio Manns


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y escribiendo literatura de pantano, o tal vez, clásicos de letrina. A propósito, ¿cuál es su vulpeja? ¿Quién? ¿Dónde? Nunca vista. ¿Lo pone de vez en cuando al abrigo metiéndolo en el salado asunto? A uno que se pavonea como macho, con su barba roja y su quepis, podrían lloverle las zorras, pero la pequeña mula blanca que se trajo duerme arrollada fuera de su puerta. No puedo dejar de pensar, viéndolo tan recio, con su dura cara de zapallo, que se comporta en buchipluma. ¡Oh! El capitán Buchipluma Popper. Las putillas que lo visitan siempre duermen solas. Él duerme solo. En alguna trifulca habrá perdido las cerezas. Una vez un italiano que ahora está completamente muerto me dijo: “—A este le dan por el botaguiso”. ¡Hi! ¡Hi! Tremendo cuerpo para que alguien le humedezca la retaguardia con algunas gotas de cuáquer. Aunque los europeos no se andan con miramientos cuando se trata de empaparle el agujero a un cristiano. Comarcano Ambrosio se encontró frente al pozo. Allí, el ingeniero Popper había hecho colocar una bomba centrífuga y un pulsómetro que comunicaba con las mareas bajas por un túnel, perforado a siete metros bajo el nivel de las crecientes. “— Por este conducto alquímico llega el oro. El rumano es un capo. ¿De dónde sacó este dorado invento? A ver: por si las moscas, busquemos alguna lenteja rezagada. I need money: tengo que ver a la Rosa Cruz. Últimamente no le he llevado el mástil. Aunque no me necesita con urgencia, claro está: se traga los arpones marineros como si fueran hostias. ¿Quién le puso El Capón a ese lupanar? Parece referencia a Buchipluma. Cuando tengo frío –¡brrrrrr!– me pongo melancólico pensando en la cama de Rosa Cruz. Apenas llego: “—Déjame ser tu «puta»—”, cuchichea en mi oreja. Como si no lo fuera. Pero no puedo quedarme a vivir allá. Se busca. Mi cara en las Comisarías. Seguirán heladas tus noches, Ambrosio Comarcano.

      Parándose con las piernas entreabiertas miró allá abajo de las barrancas que protegían El Páramo por el oeste, y divisó al capitán general Buchipluma Popper galopando sobre Moloch a lo largo de la línea de la playa. Un caballo rápido como rayo negro. Por un súbito reflejo asociativo, levantó los ojos hasta la ventana del cuarto del rumano y percibió el rostro y los hombros desnudos de Drimys Winteri. Ella también controlaba el galope matinal del jefe. “-No lo deja ni a sol ni a sombra. Duerme arrollada delante de su puerta, se comporta como si lo amara, y sabe que él es el principal exterminador de su raza. Dicen que Popper le mató a su propio hermano. ¿Cómo se llama el amor de la víctima por su verdugo?” Un sol lleno de ceniza ceniceaba sobre la calma superficie del mar. Pájaros veloces almorzaban chillando. Sobre las torretas, los de imaginaria vigilaban perezosamente. Popper era ya un punto negro al fondo de la extensa superficie arenosa. “—¿Cómo que no está encerrado hoy con su cachimba? A veces pasa días invisible. Y cuando baja al patio su palidez nos pone los pelos de punta. Más de alguien sugiere que le da al opio, soñolienta costumbre que le pegaron los chinos cuando hizo una excursión comercial al Yang-Tsé-Kiang. Es curiosa la cantidad de contradicciones que puede caber en un cuerpo humano. Fanfarrón misterioso.” Se dio cuenta ahora, cuando bajaba a los galpones del sur, que Drimys Winteri estaba mirando a Sam Hyslop, pero que este parecía ignorar que ella lo observaba con la nariz pegada a los vidrios. “—Fue Hyslop el que la agarró y se la entregó a Stübenrauch. ¿Se lo introdujo? Difícil asegurarlo tratándose de un inglés. Él estaba más interesado en la caza. Se hace llamar “el mejor cazador de orejas de Tierra del Fuego”. ¿Por qué la dejó vivir? ¿Y por qué se la entregó a Stübenrauch cuando no trabajaba para él? En esta región la gente se comporta con cortés asimetría. Seguro que Stübenrauch la encargó para deshollinarla. Se la llevó a Europa. Es evidente que los Selk’nam ven muy lejos, pero no tenía por qué trasladarla al otro lado del mundo para ponerle el racimo en la canasta—.” Ambrosio Comarcano, sentimental asesino de su mujer, decano de la Facultad de Escatología Consuetudinaria, miró hacia el corral de los caballos, y más lejos, los bueyes del establecimiento, y más lejos aún, las mulas, los asnos, y a la derecha, debajo de redes de alambre, las aves de corral. “—Hay días en que el mundo está completamente en orden. El gallo se despacha en diez segundos. No tiene dónde perderse, porque por el de la gallina cabe un huevo. El suyo tiene el tamaño de un huevo, pero de picaflor. ¿Dónde habrá perdido Buchipluma las cerezas? Moriré con el misterio no resuelto. Hay hombres que vienen al mundo con muy pocos dedos de frente, otros con muy escasos pies de altura, y otros con solo algunos tacaños centímetros en la antropometría viril. Yo creo que Buchipluma Popper está muy desheredado en este punto capital. La naturaleza es injusta. ¿Fue feliz la vulpeja con tamaña masa adentro?”. Pateó una piedra y sintió ganas de beber un sorbo de grapa. Pronto llegaba el mediodía. Marchando hacia su buhardilla, Ambrosio Comarcano, futuro abuelo de la intelectual regente del futuro lenocinio La Heimskringla, de Puerto Natales –Olegaria Comarcano–, Doctor ès Letras de la U., asesino de su mujer, oculto en El Páramo de la policía chilena, recordó la noche en que Buchipluma llegó con la india arropada contra su pecho. Tal como el imaginaria de guardia que custodiaba el portalón central, en cuyo frontis podía leerse en grandes caracteres: “LASCIATE OGNI SPERANZA VOI CH’ENTRATE”, él también preguntó, con alguna jovialidad no exenta de respeto, si la caza había sido buena esa tarde. Y recordaba la respuesta de Popper, aunque no sabía que esa misma respuesta había sido ya asestada al imaginaria en la puerta principal:

      “—Que nadie la toque nunca, Ambrosio. Que ni siquiera la sueñe. Si descubro que alguno la está soñando secretamente a mis espaldas, o lejos de mí, incluso dormido, incluso muerto, yo dispararé.”

      —El perro del hortelano: no come ni deja comer. ¡Hi!

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