Historia de los sismos en el Perú. Lizardo Seiner Lizárraga

Historia de los sismos en el Perú - Lizardo Seiner Lizárraga


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podría achacársele como otro desliz; la mención al sismo de 1606, en Saña, carece de toda referencia y es probable que haya seguido a Polo o al mismo Echave y Assu, fuente editada en el siglo XVII, aunque no la cita entre las obras que componen su bibliografía. También nos llamó fuertemente la atención la referencia en la que Silgado consigna el trabajo del P. Juan de Buendía S.J. sobre Francisco del Castillo (Madrid, 1693). Se trata de una obra de difícil acceso en la actualidad, y un solo ejemplar —custodiado en la Biblioteca Nacional del Perú—, incompleto y en copia de microfilm, para más señales, es el que hemos tenido a la vista. El ejemplar sólo cuenta con 338 folios de los más de 600 que, sabemos, tiene la obra original. Además, de los cinco libros en los que el jesuita Buendía divide su obra, solo en dos aparecen referencias sísmicas: en el segundo se mencionan los sismos de Lima, de 1665, y de Ica, de 1664 (Buendía, 1693: 160, 169), mientras que en el quinto se refieren los sucesos vinculados al sismo de 1687 (Mendiburu, 1932, III: 145). Silgado anota correctamente la primera referencia. Es probable que Polo haya tenido acceso a la obra completa, mientras suponemos que Silgado no, pues es claro que de haberla tenido habría consignado en sus notas los datos que Buendía ofrece sobre el sismo de 1687.

      En otros casos también se advierte la falta de meticulosidad de Silgado. En relación con el sismo que afectó Arica en 1615 (Silgado, 1992: 6), atribuye la autoría de una carta dirigida desde ese puerto al virrey Marqués de Montesclaros por un tal “Torres Reinoso”, con lo cual deja abierta la posibilidad de que se trata de un único remitente, error detectado cuando se averigua que en realidad se trataba de dos personas, Agustín de Torres y Cristóbal de Reinoso, ambos oficiales reales —contador y tesorero, respectivamente— y que en su calidad de altas autoridades, representantes del Estado en las Cajas Reales de Arica, informaban sobre lo ocurrido.2 Resulta claro que de haber solo mediado un punto y consignar “Torres. Reinoso”, Silgado hubiese ofrecido una referencia exacta e indubitable.

      No ha sido nuestra motivación desconocer el valor de la obra de Silgado; en realidad, sabiendo que su consulta es indispensable para cualquier científico que busque iniciarse en el campo de la sismicidad histórica, creemos que, depurándola de los errores, su valía queda más nítidamente destacada, sin dejar de reconocérsele la que indiscutiblemente tiene como el primer catálogo sísmico, de autor peruano, publicado en la segunda mitad del siglo XX.

      En ocasión anterior ya nos referimos a las fuentes cuyos autores vivieron el episodio sísmico que narran; se trata de testigos de vistas, a quienes, en esa virtud, puede denominárseles “testigos” (Seiner, 2002: 25). A los autores citados en esa ocasión, podemos agregar otros. Por ejemplo, para el terremoto de Lima, de 1687, contamos con una Relacion del exemplar castigo que envió Dios a la Ciudad de Lima cabeza del Perú, y a su costa de Barlovento con los espantosos temblores del dia 20 de octubre del año de 1687, obra publicada en Lima el mismo año y de la cual se conocen varias impresiones.3 El interés que despertaban eventos tan extraordinarios atrajo la atención de muchos editores, tanto en América como en España y otras partes de Europa; prueba de ello son las tres ediciones relativas al terremoto de 1687 impresas en México, Lisboa y la otra, escrita en italiano, hecha en Nápoles, en 1688.4 La autoría del relato suscitó debate. Recogiendo las eruditas notas ofrecidas por el jesuita P. José Eugenio de Uriarte —que debieron ser redactadas a fines del siglo XIX—, José Toribio Medina, eminente bibliófilo chileno, reconoció como autor de esa relación al P. Francisco López Martínez. Ello significaba dejar de lado la atribución hecha por Enrique Torres Saldamando, erudito peruano, quien identificó como posible autor de ese relato al ya mencionado P. Buendía S.J.5 Dada la reconocida erudición que caracterizó a Medina, parecería correcto seguir su opinión. No obstante, lo que nos hace atribuir la autoría a Buendía es la autorizada opinión de Carlos Sommervogel, bibliófilo jesuita y autor de una sustanciosa enciclopedia dedicada a identificar a los miembros de la orden jesuítica a lo largo de tres siglos de existencia. Entre las obras que atribuye allí a Buendía aparece la citada Relacion, formando parte de la mencionada biografía —que este compuso— del P. del Castillo.6

      La errada atribución de autoría se repite con dos sismos limeños de fines del siglo XVII, singular caso de contradictorias atribuciones sucesivas. En su obra de 1898, Polo incluye en la categoría de “fuerte temblor” un sismo ocurrido en Lima el 21 de noviembre de 1694 (Polo, 1898-1899: 331), y agrega que otros autores, antes, también habían coincidido en fijar dicha ocurrencia en ese año, aunque excluye de ellos a Pedro de Peralta, quien “lo pone el año 90, sin duda por error [cursiva nuestra]” (ibíd.). Es decir, admite que ocurrió un sismo en Lima en 1694, a la vez que reconoce que antes otros autores lo habían fechado equivocadamente en 1690. Años después, en 1940, el P. Domingo Angulo, mercedario y a la sazón director del Archivo Nacional, publicaba la Relacion del terremoto que arruyno la Ciudad de los Reyes en 20 de noviembre de mil seyscientos y noventa, compuesta por el escribano Diego Fernández Montaño, documento en el que se da cuenta pormenorizada del sismo ocurrido en Lima el lunes 20 de noviembre de 1690 (Angulo, 1940: 1). Con el documento ante sí, Angulo plantea una atribución de autoría en términos exactamente opuestos a los de Polo, a quien debió consultar, aun cuando haya omitido la respectiva cita: “Cosme Bueno, Córdova Urrutia y el autor anónimo de la antigua Floresta Española-Peruana lo registran en 1694, o sea cuatro años más tarde, yerro realmente gordo tratándose de un suceso tan notorio; sólo acierta Dn. Pedro de Peralta quien lo pone en fecha exacta” (cursiva nuestra).

      Es decir, a la luz de un documento fehaciente, Angulo afirma la existencia de un sismo en Lima en 1690. Tenemos así dos referencias a sismos ocurridos en Lima, uno en 1690 y otro en 1694, los cuales, según lo que se desprende de la discusión entre autores, parecerían tratarse del mismo evento: mientras que, para Polo, Peralta incurre en un yerro, para Angulo es Peralta quien obra correctamente. A su turno, Silgado no tomó en consideración la opinión de Polo y optó por la sólida referencia documental ofrecida por Angulo, anotando así en su catálogo sólo el sismo de 1690, descartando, por consiguiente, cualquier sismo limeño en 1694. El primer catálogo sísmico tomó como base a Silgado, lo cual implica consignar 1690 y descartar 1694 (Ocola, 1984). Sin embargo, es bueno considerar que si bien el sismo de 1690 tiene un respaldo documental de alta confiabilidad, no hay razón para descartar la referencia ofrecida por Polo y que consigna un sismo en Lima en 1694. Por ello, nos parece atinado el criterio seguido por el catálogo sísmico de 1986 (Huaco, 1986), que incorpora ambas ocurrencias.

      Aunque no se refiere a nuestro periodo de estudio (siglos XV al XVII), vale la pena anotar un caso en el que la consulta de fuentes primarias fortalece la perspectiva regional, lo que a su vez enriquece de manera sustancial el estudio de la sismicidad histórica. Por ejemplo, sobre el “temblor fuerte” ocurrido en Huamanga el 17 de junio de 1719, Polo no indica la fuente de la que extrajo la información; sin subsanar esta deficiencia, Silgado reproduce tal cual la información, aun cuando olvida citar a Polo. Un trabajo relativamente reciente (Rivera, 1983) enriquece el análisis de los sismos ocurridos en el territorio del actual departamento de Ayacucho. Por un lado, aporta mayor información relativa al sismo de 1719, al parecer, consultando la obra del obispo de Ayacucho, Fidel Olivas Escudero, publicada en 1924 (ibíd.: 58). Si bien Rivera cita varias sesiones del cabildo de la ciudad correspondientes al periodo comprendido entre julio y setiembre de 1719, no podemos determinar si las consultó directamente del archivo municipal o las encontró consignadas en la obra del obispo Olivas. También aporta información sobre un “terremoto” desconocido, no citado por Polo ni Silgado, ocurrido en Huamanga en 1708 (ibíd.: 55).

      Entre los méritos ya referidos de Polo se encuentra su buena costumbre de citar, aunque no con la frecuencia deseada. Por ejemplo: con relación al sismo de 1609 ocurrido en Lima, cita con exhaustividad digna de encomio, y precisando tanto capítulo como folio de una de las tres obras consultadas: la compuesta por Francisco Carrasco del Saz, testigo presencial del suceso. Un segundo ejemplo se aprecia en las líneas que dedica al gran terremoto en Trujillo, de febrero de 1619, compuestas sobre la base de cuatro obras (Polo, 1898: 326-327). Para cada una de las


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