Historia de los sismos en el Perú. Lizardo Seiner Lizárraga

Historia de los sismos en el Perú - Lizardo Seiner Lizárraga


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como Cartas y papeles de los gobernantes del Perú, del argentino Roberto Levillier (ibíd.: 213), y entendida por Porras como “el complemento íntimo y pormenorizado de las memorias de los virreyes” (Porras, 1954: 213), fue utilizada por nuevos autores, deseosos de utilizar y ampliar las observaciones de Polo. La obra de Levillier, por ejemplo, sirvió a Silgado para documentar mejor el terremoto de Lima ocurrido en julio de 1586, aunque pasó por alto otro sismo tan fuerte como el anterior, ocurrido en diciembre del mismo año.

      Ochenta años después de publicada la obra de Polo, Enrique Silgado —ingeniero de profesión, y que devino luego en geofísico— recoge y amplía la oferta de fuentes de aquel; creemos muy difícil que hubiese podido adelantar en sus pesquisas sin contar con la sólida base bibliográfica que ofrecía la obra de Polo. Uno de los méritos que vale destacarse en el trabajo de Silgado radica en la incorporación de nuevas fuentes que venían publicándose en el Perú. No perdamos de vista que entre la publicación de la Sinopsis de Polo y la aparición de la obra de Silgado median varias décadas, y es evidente que en tan largo tiempo la oferta de fuentes no podía ser la misma.

      Tres fueron las principales fuentes que utilizó ventajosamente Silgado en su catálogo: diarios locales de noticias, libros de cabildo y nuevas ediciones de crónicas generales sobre América. Respecto a los primeros, ya se conocía la edición de los Anales del Cusco, publicada por Palma en 1901, y una anterior, la de Pío Benigno Mesa, publicada en el Cusco en 1866. Por otro lado, en la década de 1930, Rubén Vargas Ugarte dio a la imprenta los diarios de Suardo y Mugaburu, que cubren siete décadas de historia limeña del siglo XVII. En el caso de Suardo, el diarista limeño compuso su relato como respuesta a las reales cédulas que mandaban a hacer informaciones diarias sobre los acontecimientos del virreinato. En la misma década, la iniciativa de Bertram Lee y Juan Bromley logró la acogida entusiasta del Concejo Provincial de Lima para la publicación de los bien conservados libros de cabildo de la ciudad, continuando la obra iniciada casi cuatro décadas antes por Torres Saldamando. Como ya se vio líneas adelante, el resultado fue alentador: entre 1935 y 1963, el objetivo se materializó en 23 gruesos volúmenes que contenían la gran mayoría de las actas del cabildo limeño desde la fundación, en 1535, hasta 1630.

      Una preocupación constante que hemos tenido presente a lo largo de la investigación ha sido identificar la edición de todas y cada una de las obras utilizadas en la composición de las contribuciones de Polo y Silgado. Esto puede graficarse mejor si ofrecemos un ejemplo relacionado con el primero. Para hacer referencia a los sismos ocurridos en el Perú antes de la llegada de los conquistadores, Polo utiliza unos Anales de la ciudad del Cuzco, escritos por el canónigo Diego Esquivel y Navia a mediados del siglo XVIII. Una de las ediciones más conocidas de esa obra es la que publicó Ricardo Palma en 1901, bajo el título Anales del Cuzco; 1600 a 1750.16 Si resulta evidente que de la comparación de fechas de publicación de la obra de Polo y la edición de Palma no pudo aquél consultar ésta, restaba aún establecer la identidad de la obra que sirvió de fuente al erudito limeño. A fines de la década de 1860, Pío Benigno Mesa dio a la imprenta, en el Cusco, Los Anales de la Ciudad del Cuzco, en donde, afanado por reconstruir la historia de la imperial ciudad, utiliza varios autores, entre ellos a Esquivel y Navia,17 obra cuyo título anota Polo al final de la sección correspondiente, si bien omite dicha referencia en la útil bibliografía que inserta al final de su obra. Para la misma referencia sísmica prehispánica, Silgado utiliza los Apuntes históricos del Perú y Noticias cronológicas del Cuzco (Anales), a los que identifica como publicados en el Cusco, en 1740, por Diego Esquivel y Navia. Dato inexacto: la obra que Silgado usó no fue otra que los Apuntes históricos del Perú y Noticias cronológicas del Cuzco, también publicada por el tradicionalista Palma en 1902.18 En consecuencia, Polo y Silgado consultaron obras distintas, publicadas con varias décadas de diferencia, aunque mantuvieron textos similares entre sí, y estos, a su vez, con la edición crítica de las Noticias cronológicas de 1980, la mejor disponible.

      Por otra parte, llama la atención lo ocurrido con las fuentes vinculadas al evento de 1606 en Saña. Dice el testimonio de Echave y Assu que un sismo se había producido cuando expiraba en dicha ciudad el segundo arzobispo de Lima, santo Toribio de Mogrovejo. Su obra, La estrella de Lima convertida en sol, se aboca a narrar las celebraciones que se dieron en Lima a raíz de la beatificación de Toribio de Mogrovejo por Inocencio XI en 1679. La feliz noticia llegó a la ciudad a mediados de abril de 1680, y las celebraciones se extendieron por varios días. Redactada la obra por Echave —aunque su autoría fue severamente cuestionada a comienzos del siglo XX—,19 y enviada para su publicación en la Península, recibió las aprobaciones respectivas en Madrid en octubre y noviembre de 1687, y se publicó al año siguiente en Amberes. Del cotejo de las fechas resulta claro por qué Echave no incluyó información alguna sobre el dantesco sismo que destruyó la ciudad en octubre de 1687.

      Sorprende el hecho de que ninguna obra relativa al santo haga referencia al sismo de 1606 en Saña. Incluso, existe una relación escrita por el escribano de la ciudad, dando cuenta del fallecimiento de Toribio, publicada entre los documentos incluidos en la más completa biografía dedicada al segundo arzobispo de Lima.20 Una encomiástica biografía, escrita por aquellos años, también refería los últimos días del santo sin aludir a sismo alguno.21 En consecuencia, la posible ocurrencia de un sismo ocurrido en Saña el 23 de marzo de 1606 solo está referida únicamente en una obra, la que sirvió de base para que Polo la incluyera en su catálogo.

      Uno de los aspectos más debatidos entre los sismólogos peruanos es el relacionado con la ocurrencia de sismos en el pasado, en zonas de alta actividad sísmica contemporánea, y para los cuales no se cuenta con ninguna referencia. De igual modo, la identificación de zonas para las que desconocíamos los efectos de terremotos se ha agregado en la presente investigación. En ambos casos, una de las vías para aproximarnos a dicha falencia es el estudio de las manifestaciones arquitectónicas locales.

      Un primer caso lo ofrece la ciudad de Moquegua. Sabemos que el sismo ocurrido el 27 de noviembre de 1630 —originalmente registrado por Polo para Lima y que Silgado refiere también para el mismo lugar—, igualmente fue sentido en Moquegua. A fines del siglo XVI, el primer teniente de corregidor de esta ciudad, Pedro León de Guevara y Sisa, erigió la primera capilla del pueblo, colocándola bajo la advocación de san Pedro, pero el templo se arruinó con el terremoto de 1604. La nueva edificación se colocó bajo la advocación de santa Catalina, patrona tutelar del pueblo, pero al cabo de unos años, en 1630, un sismo también la echó por tierra. Nuevamente erigida, otra vez fue tumbada por el fuerte sismo de 1655. Así, en un lapso de apenas medio siglo, una iglesia fue destruida tres veces sucesivas. Y aun cuando en Moquegua ya se habían desechado los métodos tradicionales de construcción basados en el uso del adobe —vinculados a los primeros tiempos de la ciudad— y ya se venían utilizando piedra y cal de las cercanías, los sismos trajeron abajo tanto esfuerzo material (Kuon, 1981: 191).

      En la sierra norte, Cajamarca es un lugar con escasísima información sísmica. Sobre el área afectada por el terremoto de Trujillo, de 1619, Polo anota que se extendió “hasta Piura y Saña, alcanzando a propagarse más de 300 leguas de N. a S. y más de 60 de E. a O.” (Polo, 1898: 326). Si descartamos que la de Polo es una arbitraria atribución, no imaginamos otra forma de realizar dicho cálculo sino ubicando en el mapa los pueblos que refirieron haber sentido el sismo. Lamentablemente, subsiste un vacío de información porque Polo no indicó los nombres de los pueblos afectados; la única excepción es su mención del cercano valle de Chicama, en el que se destruyó el convento de la orden dominica. Si hacemos una sencilla conversión, estaríamos estableciendo un área que se prolongaba 1.500 km de norte a sur, y 300 de oeste a este. Por ello, la información obtenida para Cajamarca es valiosa, pues va develando el área específica de acción del sismo. Una de las imágenes religiosas más importantes de la ciudad es la de Nuestra Señora del Rosario, cuya devoción se inicia, justamente, a raíz del sismo sentido en la ciudad en 1619 (Montesinos, [1642], 1906: II, lib. II, 214).

      En la sierra central, Huancavelica presenta un caso similar. La construcción de su catedral se remonta a 1572, a


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