Historia de los sismos en el Perú. Lizardo Seiner Lizárraga

Historia de los sismos en el Perú - Lizardo Seiner Lizárraga


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de los dominicos y franciscanos, ya que las de agustinos y jesuitas se destruyeron en fecha no precisada. La dominica se remonta a 1662 y la franciscana a la segunda mitad del XVIII, aunque es de suponer que existieron otras anteriores. De las llamadas iglesias menores, solo la de San Cristóbal corresponde al XVIII, mientras que sobre la de la Ascensión no se menciona datación alguna; las otras, más antiguas —siguiendo un orden cronológico—, son las de Santa Ana —considerada la primera de la ciudad—, Santa Bárbara —en las afueras— y San Juan de Dios, de la que se sabe que fue anterior a 1752.22 Las alusiones a destrucción en fechas tan cercanas a aquellas para las que conocemos ocurrencia sísmica, nos abren interesantes perspectivas de hallazgo documental.

      Uno de los objetivos centrales de la investigación fue incorporar referencias que documentaran nuevos sismos. El resultado ha sido alentador, pues a las dos nuevas referencias disponibles para el siglo XVI, se suman diecisiete para el XVII. En relación con Trujillo, las fuentes eclesiásticas mencionan dos sismos ocurridos los días 20 y 29 de febrero de 1635 en dicha ciudad. Las actas del Cabildo Eclesiástico de Trujillo informan sobre el movimiento sentido en la ciudad a las 10 y media de la noche del 20 de febrero de 1635 (Monografía de la Diócesis de Trujillo, 1931, II: 57). Otro sismo ocurrió a los pocos días, el 29 del mismo mes (ibíd., III: 159). Lo valioso de esta información radica en no haber sido mencionada ni en los catálogos históricos conocidos (Polo y Silgado) ni en los sísmicos (Ocola, Huaco).

      Aunque la obra dedicada a Trujillo no había sido utilizada anteriormente con los fines expuestos, otras sí eran conocidas. Para Lima, los diarios de Suardo y Mugaburu, y algunos tomos no utilizados de los libros de cabildo, arrojaron nuevas referencias para el siglo XVII.

      Los catálogos sísmicos no siempre aportan las precisiones cronológicas exigidas para una obra de su índole; ello se refleja en el caso del sismo de 1533. Ante la discrepancia cronológica manifiesta entre Polo y Silgado, decidimos insertar la exhaustiva reconstrucción de la marcha de los conquistadores de Cajamarca al Cusco. El veedor Miguel de Estete fue el único que compuso un relato sobre la marcha a Pachacamac, “con no muy buena pluma y en todo caso con pésima memoria” (Busto, 1967: 1).23 Esta marcha se inició el domingo 5 de enero de 1533, y al cabo de tres semanas de salir de Cajamarca completa el camino de la sierra y llega a Paramonga. Una semana demandó la ruta hacia el famoso santuario; el domingo siguiente, 2 de febrero de 1533, llega a su destino. El viernes 31 de enero se encuentra en Pasamayo; el sábado 1.o llega hasta Tambo Inga, y de ahí al santuario, al día siguiente, previa escala en el pueblo de Armatambo, donde los marchantes comen y recobran energías. La crónica de Estete no precisa fecha, pero hace alusión al hecho de que el sismo ocurrió “una noche”, a lo que agrega la circunstancia de que fue mientras descansaban “en un pueblo junto a la mar”. Por ello, nos inclinamos a pensar que ese día no podría haber sido sino el 1.o de febrero, cuando “nos tembló la tierra de un recio temblor” (ibíd.: 12). Ello se confirma cuando, en obra posterior, Del Busto precisa la fecha al indicar que, estando en el pueblo de Chancay, “a todos —por la noche— sacudió un fuerte temblor de tierra que espantó a los aborígenes” (Busto, 1978). Con ello quedaba definitivamente zanjada la discusión sobre la fecha exacta de ocurrencia del primer sismo registrado por los españoles en el Perú.

      A pesar de todo lo avanzado en la identificación de sismos en los siglos XVI y XVII, quedan aún vetas por explorar: ¿Cuándo ocurrieron otros? Para Trujillo, ciudad de la que sabemos sufrió los grandes terremotos de 1619, 1725 y 1759, el testimonio del corregidor Feyjoo es revelador, ya que afirmaba que “todos los años por lo regular se experimentan unos ligeros movimientos de tierra, principalmente a principio y fines del verano pero son unos temores ocasionados del ruido sin resultas de manifiesto peligro” ([1763], 1984: cap. XI).

      Otras vetas abiertas se desprenden de la necesidad de perfilar mejor las biografías de autores que nos son poco conocidos: son los casos de Tomás Berjón de Caviedes, Francisco Bejarano de Loayza o el mismo Rodrigo de Carvajal y Robles. Otros temas merecen profundizarse. Por ejemplo, nos hallamos frente a dificultades derivadas de la atribución de la hora exacta de ocurrencia. Solo en un caso, el de 1650, un autor decidió evaluar las similitudes que existían entre las fuentes disponibles dedicadas a dicho sismo (Villanueva Urteaga, 1962: 22), pasando revista a las diferentes horas que se le atribuyen. Aún no sabemos nada sobre la difusión del uso del reloj y su emplazamiento en las ciudades, aunque conocemos, por ejemplo, que ya para 1558 había relojes en Lima (Vargas Ugarte, 1968: 77).

      En suma, las fuentes constituyen el único respaldo documental disponible para la reconstrucción de la sismicidad histórica, aun cuando su uso se deba ajustar a ciertos parámetros que permitan contar con la mejor versión, a fin de dar cuenta, de la manera más fidedigna, del comportamiento sísmico del pasado.

Uso del catálogo

      La documentación que ha servido de base al presente catálogo históricosísmico se ha reproducido textualmente, tal como aparece en sus respectivas ediciones, con el respeto escrupuloso de la grafía original, más aún cuando se trata de grafías usadas en el español antiguo. Sin embargo, cuando lo hemos considerado necesario, se han introducido signos de puntuación —ausentes en el original o mal utilizados—, a fin de facilitar su lectura. Por otro lado, debemos aclarar que, de acuerdo con la extensión del texto original, y considerando que lo ideal es su reproducción completa, en algunos casos hemos respetado dicha extensión, mientras que en otros, por creerlo pertinente, hemos recortado algunas partes, indicando esto a través del uso de corchetes. El objetivo de esta decisión es destacar la información que reconocíamos como más útil, es decir, la que presentaba elementos necesarios para identificar los parámetros físicos del sismo o sus efectos sobre la infraestructura. Por ello, en algunas ocasiones las reflexiones del autor del texto transcrito han sido omitidas.

      Los cuadros con los que se inicia la presentación de cada sismo se componen de diez columnas. En la primera va la numeración correlativa con la que identificamos cada suceso sísmico principal, mientras que las que consideramos réplicas o los lugares que establecen el área de ocurrencia los identificamos agregándole una letra al número correlativo. Es decir, no contabilizamos como un sismo diferente el efecto manifestado en lugares distintos del que puede ser considerado, tentativamente, como epicentro.

      En la segunda columna se indica el índice de confiabilidad, es decir, el grado de credibilidad que ofrece la información que sustenta cada ocurrencia sísmica. La tercera, cuarta, quinta, sexta, sétima y octava columnas muestran, sucesivamente, la fecha —año, mes y día—, hora local —en caso de haber sido registrada—, hora calculada en tiempo del meridiano de Greenwich (tiempo GMT) —parámetro cuyo uso hemos observado en los catálogos sísmicos— y la duración del sismo, que debe entenderse siempre de manera aproximada, toda vez que la precisión de los registros de tiempo es un logro tecnológico posterior, visible a partir del siglo XIX. Las columnas novena y décima las reservamos para anotar el lugar de ocurrencia: la novena, para indicar la localidad específica donde se manifestó el sismo; la décima, para establecer el departamento peruano actual al que corresponde aquella.

      La asignación de valores en la segunda columna requiere de una explicación adicional, pues es la que reservamos al índice de confiabilidad de la información sobre la que se sustenta cada evento sísmico registrado. El índice comprende una escala que va del 0 al 5, asignándosele 0 a aquel sismo cuya ocurrencia está descartada; 1 a aquel cuya ocurrencia se encuentra mencionada en una única fuente y, además, secundaria; 2 a aquel sobre el cual dos o más fuentes secundarias aportan una mención, complementada con la información que proporciona un testigo no directo de los hechos; 3 a aquel donde las menciones proceden de una o varias fuentes contemporáneas, además de las secundarias; 4 para distinguir el variado origen de las contemporáneas, a saber, civil, religioso o radicado en relatos de viaje; y, finalmente, el grado más alto, 5, el de mayor confiabilidad,


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