Un final inexorable. Jorge Chamorro
como hacemos nosotros. Se entendía que si alguien se iba de la casa de los padres se había independizado.
Recuerdo una anécdota graciosa que sirve para pensar esta cuestión de la independencia. Un analista decía que su hijo de 17 o 18 años debía ser independiente y vivir solo en un departamento, pero el tema era que el padre le compraba todo. En un sentido se podía decir que era un muchacho autónomo, que hacía su vida, que viajaba por todo el mundo, pero lo cierto es que lo hacía a costa del padre. [Risas].
Lo que interrogamos en este caso, y también en general, es si ese tipo de situaciones no son más que presentaciones de independencia que no la aseguran en absoluto. Por el contrario, podemos pensar que se puede vivir con los padres y ser muy independiente, o vivir solo y ser profundamente dependiente. En síntesis, lo que queremos decir es que para orientarse en relación a cómo terminaban los análisis se recurría a figuras que eran muy visibles y verificables. Traigo a colación esta anécdota para ilustrar cómo Lacan cuestiona tomar a las conductas como índices para determinar posiciones.
Lacan no se orienta hacia las personas sino hacia el análisis. Podríamos revisar todos los análisis lacanianos y plantearnos si en ocasiones no se realiza un abordaje muy rígido sobre la persona de los analizantes, abordaje que limita la comprensión y el desarrollo de lo que es un análisis.
Todo lo que estamos considerando no pretende ser más que una orientación para la práctica del analista, quien por supuesto tiene sus síntomas y sus propias marcas. Cada analista tiene que haber captado en cierta forma algo de su propia sensibilidad. Lo que intento transmitir es que no creo en la pureza de la posición del analista, sino que entiendo que todas las posiciones que ocupa son sintomáticas. Bajo esta perspectiva se entiende que no existe la neutralidad ni existe el fin del análisis puro.
En conclusión, es necesario distinguir entre efectos terapéuticos y efectos analíticos, ver cómo divergen y cómo se cruzan en un análisis hasta llegar al final. La propuesta de Lacan es –después veremos si eso se logra o no– que en el análisis se produzca una desarticulación de la estructura neurótica para hacer un pasaje a otro lugar. El análisis lacaniano no es una compensación de la neurosis; eso es lo que hacen los medicamentos, compensan.
Hay medicamentos que compensan, a los que en algún momento se llamaba de última generación o equilibradores del ánimo. Son antipsicóticos prescritos a los neuróticos, lo cual creo que está muy bien –estoy de acuerdo con su uso–, pero hay que entender que esas compensaciones que debilitan relativamente los síntomas hacen que el sujeto entre en equilibrio dejando a la neurosis intacta. En este sentido es que hay que ir mucho más allá del síntoma para llegar a la neurosis. Este es el problema a plantear. Nosotros no somos compensadores de neuróticos. Si un neurótico, desequilibrado o descompensado, o estructurado de tal forma que no deja pasar el deseo, puede tener esos síntomas de aburrimiento, no saber qué hacer en la vida, etc., lo necesario es desarticular la neurosis. Después veremos cómo se desarticula una neurosis y cómo se levantan los síntomas, lo que implica dos lógicas diferentes. Para nosotros el síntoma es el lugar de entrada, pero nuestra tarea no termina en los síntomas. Miller lo planteó en algún momento: cuando se han levantado los síntomas, ¿cómo se sigue?, ¿qué se hace cuando se agota la demanda del sufriente? Su planteo sostiene a la ética del analista como vía para llegar al final del análisis. Es una formulación que Miller realizó hace muchos años, habrá que revisarla.
Esta separación entre el primer levantamiento del síntoma y un empuje posterior hacia lo que podemos considerar su más allá, no se da cronológicamente. No es primero lo uno y luego lo otro. Se trata de una trama conjunta que debe abordarse de modo simultáneo desde la primera entrevista. Si se trabaja solo en dirección al síntoma, va a producirse una complicación que termina en lo que se llama análisis de final fálico, en un supuesto éxito terapéutico. La intervención del analista más allá de todo alivio subjetivo debe sostener siempre la división en forma sistemática. El reconocimiento de los efectos terapéuticos tiene sus riesgos, dado que ellos se colocan sobre la división subjetiva y la recubren.
Hace pocos días participé en carácter de jurado de la exposición de una tesis de la maestría cuyo tema era el final del análisis. Mi pregunta a la autora fue justamente si para ella la división del inicio del análisis es la misma división que la del final. Mi idea es que hay entre esos dos momentos una división diferente. Los análisis que privilegian los efectos terapéuticos aspiran a llevar al sujeto que se presenta dividido por el síntoma (no por estructura) a un destino en el que prevalezca la unidad. Eso es para nosotros un destino de falicismo.
En el transcurso del año desearía poder señalar que ese camino del análisis que tiene por destino también una división es la sexuación. Cuando se habla de finales de análisis que no terminan en un todo fálico, sino que lo hacen con el analizante en posición de no-todo, hay una convergencia entre la posición femenina y el final del análisis, en el sentido de que ambas se unen en no-todo. Por eso un tema que me parece muy importante es el de la relación entre la posición femenina y el final del análisis, porque a partir de esa relación podemos acceder a un más allá del falo. El final del análisis está ligado al goce femenino y al mismo tiempo a un más allá del falo. Me interesa que podamos recorrer en detalle estas coincidencias y divergencias entre la posición femenina y el final del análisis.
Antes de Lacan hubo aquí analistas de derecha y analistas de izquierda. Incluso se discutía qué interpretaba el analista de izquierda y qué interpretaba el analista de derecha y, por ejemplo, cómo se posicionaba el analista de izquierda frente a un sujeto que en la década del 70 se embarcaba hacia la guerrilla y cómo lo hacía por el contrario un analista de derecha. Eran tiempos donde la ideología obturaba al psicoanálisis.
Yo empecé a conocer a Lacan después de haber pasado por una serie de discusiones sobre ese tipo de problemas. Tanto era así que por esas discusiones llegaban a dividirse instituciones psicoanalíticas. Esas divisiones no se producían por el psicoanálisis sino por la ideología de los analistas. Es por esto que sigo pensando que es muy importante mantener una distancia entre la posición del analista y la posición política del analista. Es una distancia que está hoy en discusión, dado que determinados momentos y circunstancias del mundo y del país reducen esa diferencia. Me parece importante introducir ahí una interrogación y una cierta prudencia respecto de la distancia entre el analista y la política. Hay un texto de Miller sobre el tema y en algún momento podremos revisarlo.
Retomando el hecho de la existencia de los re-análisis, ¿por qué la gente se re-analiza y se va a otro análisis? Antes era porque aparecían analistas lacanianos y se consideraba que eran mejores que los que había hasta ese momento. Sin embargo, esta circulación sigue ocurriendo ahora entre lacanianos, es decir que no depende solo de la persona del analista sino de circunstancias del análisis.
Recuerdo el caso de una persona de la que yo pensé que había terminado su análisis. Yo estaba seguro de que iba a realizar el pase y de que iba a pasar, pero justo en el momento en que iba a hacer el pase vino la ola trasatlántica y 20 años después se sigue analizando. ¿Me equivoque yo? ¿El análisis no termina nunca? ¿Se relanza? Lo que quiero transmitir es que lo que se llama “re-análisis“ tiene que ser comprendido para mí como una interrogación acerca de lo que es el final del análisis.
En los carteles del pase Miller intervenía como éxtimo y solicitaba que se agregara “… no será el nec plus ultra del final del análisis, pero hay un perfume singular…”. Todos los AE primeros fueron marcados por esta expresión “no será en nec plus ultra del final”. Con esta fórmula se le pone una duda al final del análisis y se lo saca del lugar del juicio inapelable. Tengan en cuenta que no solo podemos constatar que hay re-análisis de los AE, sino que más bien es difícil que haya algún AE sin re-analizarse.
Si el pase se coloca en un ideal de pureza el efecto es claro, pasan muy pocos y no hay una verdadera clínica de los AE. Con estas vicisitudes que traigo a colación, lo que me interesa resaltar es que evidentemente hay una indeterminación respecto del final del análisis. Es por eso que, exagerando un poco la conclusión, digo: no hay final del análisis. Después vamos a ver los daños que supone la aplicación de este axioma de “no hay fin del análisis”, como