Un final inexorable. Jorge Chamorro
sino que es un sujeto constituido como ser hablante a través de sus dichos. El analista en tanto tal distingue metódicamente cuando habla la persona y cuando en cambio es el sujeto el que se hace presente. Cuando habla el sujeto es cuando la persona que está hablando se ve interferida. El signo de que hay sujeto en marcha es que la persona que habla se ve obstaculizada a seguir hablando. Y cuando la persona aplasta al efecto sujeto es el analista el que tiene que obstaculizar que la persona vele al sujeto. ¿Cómo se aplasta un sujeto, cómo hace la persona para impedir que se manifieste el sujeto? Desconociendo lo que está diciendo, desconociendo el valor literal de las palabras que emplea, pretextando que emplea metáforas y las emplea en un sentido figurado. En el discurso hay un eje al que se llama voluntad de decir, en el que ubicamos todo lo que digo, lo que no quise decir, pero dije.
Cada vez que el analizante ajusta lo que dice, acomoda lo que no le encaja en su propia razón –lo que cree que fue una exageración en su decir– encontramos un indicio del sujeto. Todo lo que no encaja en la voluntad de decir es lo que dice el inconsciente. Sujeto es un término que usamos para señalar esa zona en la que la persona no quiso hablar pero habló, lo que aparece por ejemplo en sus metáforas y especialmente en el sentido literal de esas metáforas. Escuchado de esta forma, decir “estoy muerto de cansancio” no conduce a la cama, sino al cementerio. Nosotros vivimos de formas de decir. El que lo dijo se jodió. Se enfrenta a su noche.
Sujeto es sujeto hablado. De la mano del sujeto va el deseo, y ambos, sujeto y deseo, están –en términos freudianos– reprimidos originariamente. Nadie puede decir “yo como sujeto tal cosa”. Y tampoco puede decir –porque está en la misma línea, porque el sujeto está debajo siempre de lo que digo, es lo que me hizo hablar sin que yo lo quiera– su deseo de manera directa. El deseo está en la misma articulación. El deseo nunca puede ser formulado como ganas, el deseo se lee por los actos posteriores. Igual que el acto, se consuma como tal a posteriori, por sus efectos. El deseo no se anuncia, se realiza.
Y tenemos un lugar llamado Otro, dónde se aloja el analista. La transferencia, y el Sujeto supuesto Saber que la encarna en el plano simbólico, identifican al analista con ese lugar. La operación de deconstrucción deberá luego desarticular esa identificación. Ese Otro que funciona como partenaire del sujeto en el primer paso de la operación analítica, deberá dejar su lugar al partenaire esencial del sujeto que es el objeto a. En el lugar del Otro, el objeto a. Las vicisitudes del objeto serán el próximo camino a recorrer, el eje objeto.
La deconstrucción del Otro se realiza por la interpretación. La interpretación siempre deberá decir no soy el Otro. Esto por supuesto no se declara, se transmite en el acto interpretativo mismo.
En el Seminario O peor…, esto quedará formulado como “hay el Uno”, y para que esto sea nítido debemos agregar entonces: “no hay Otro”. Una fórmula que empleó un cartel para comunicar al pasante que no lo nominaba fue “no se esfumó todavía la voz del Otro”. Sin embargo se reconoce que había “cierta localización de letras de esa voz”. Esto nos orienta mostrando que puede haber puntos intermedios en los que no se alcanza aun la finalización del análisis, pero en donde pueden situarse momentos de aproximación a ese final.
La interpretación tiene dos caras: una frente al analizante, en la que se apunta a su división, otra en la que el analista dice “no soy el Otro”. Decir que un análisis está orientado desde el principio hacia el final puede parecer una propuesta abstracta, pero esa formulación puede ayudar por ejemplo a precisar el trabajo de la interpretación sobre el Otro, en donde tenemos cuatro tiempos.
Un primer tiempo, en el año ‘53, en “Variantes de la cura tipo”; un segundo tiempo en “La presencia del analista”, el Seminario 11; un tercer tiempo en “Del trieb de Freud al deseo del analista”; y un cuarto tiempo en “El atolondradicho”, en donde Lacan desarrolla la interpretación por el equívoco.
La frase fundamental del texto “Variantes de la cura tipo” es: “portar la palabra”. (3)
Allí leemos: “Ahora bien, el analista se distingue en que hace de una función que es común a todos los hombres un uso que no está al alcance de todo el mundo cuando porta la palabra”.
El analista actúa como tal cuando porta la palabra. ¿Qué es portar la palabra? Lo primero que menciona el texto para desarrollar la idea es el furor curandis. Si el furor curandis predomina, no hay posibilidad de plantear el fin del análisis más allá de los efectos terapéuticos.
Esa demanda de curación nos desafía todo el tiempo. La gente tiene todo el derecho de esperar la curación, pero nosotros tenemos que hacer la operación de mediatizar eso, operación que Miller desarrolla bajo la forma de esfuerzo de poesía. Le dice esfuerzo, porque la demanda del paciente es de curación inmediata sin dar vueltas, y proponerle a este un más allá de esa demanda es convocarlo a un esfuerzo.
Relativizar el furor curandis ubica a los efectos de curación como algo que se da por añadidura. Ese es el camino trazado por Freud cuando introduce la asociación libre. La asociación es libre, en primer lugar, del síntoma.
“Cuídense de comprender” es la frase que Lacan utiliza y desarrolla para extraer al análisis de la demanda terapéutica. Comprender quiere decir aquí tratar de captar lo que el sujeto quiere decir, darle un sentido a lo que dice.
Esta operación nos desplaza de lo que históricamente se llamó la psicología de la motivación, que se encarnó en un sujeto llamado Pierón. La psicología de la motivación es eso que aparece muchas veces entre nosotros en los diálogos familiares o de entrecasa cuando decimos cosas como: “…vos me estás diciendo eso porque me querés agredir”. Hay una palabra clave para entender, lo que es la psicología de la motivación: manipulación. Decir “me manipula” es leer una intención debajo de lo que se dice, algo más cercano a la paranoia que al psicoanálisis. Psicología de la motivación es hacer la interpretación de una intencionalidad debajo de lo que se dice.
“Clarín miente” es, por ejemplo, una formulación de este tipo. Desde nuestra perspectiva lo que hay que decir es que Clarín miente, sí, pero porque todos mentimos. Todo relato miente siempre respecto del referente, es siempre una interpretación. Del otro lado se dijo “es el relato”, ¿qué quiere decir es el relato? Que no es verdad lo que se dice, pero para nosotros la verdad es el relato, la verdad no está en la adecuación a la realidad. Siempre hay un relato. Podemos decir “Clarín miente” porque quien lo dice también miente, nosotros mentimos, nuestros pacientes mienten, etc. Terminamos diciendo que la verdad tiene estructura de ficción y no de adecuación a la realidad, por lo tanto siempre se trata de relatos. Nuestra diferencia es que nosotros detrás del relato no vamos a buscar una intención, eso lo hace la psicología basada en la idea de motivación. “Me manipula”, me decía una mujer hablando de su nene de 3 años, “quiere llamar la atención”. Este tipo de interpretación no es inocua, produce daños, porque esa madre va a responder a la supuesta intención de manipulación y no a lo que el niño transmite. Lo que de esa forma que queda adjudicado al niño es el fantasma de la madre.
Cuando hablamos del trabajo de deconstruir al Otro buscamos justamente que el analista no incluya sus propios fantasmas. El deseo del analista es un deseo sin fantasma. ¿Qué dice la política? Dice que hay intereses en juego, que hay intencionalidad política, etc. Todo eso corresponde a la motivación del relato. ¿Qué dice la psicología? Dice que hay intenciones inconscientes. Nosotros en cambio no hablamos de intenciones ni de nada que vaya más allá del relato. El relato es del relato para arriba, no para abajo. Cuando se mete con la intención inconsciente de lo que escucha el analista juega la contra-transferencia y sus propios fantasmas. Y cuando juega sus fantasmas se constituye como Otro que sabe, como otro que da sentido a lo que se dice.
Hoy me decía una persona: “Ya sé dónde querés ir…”. Y me lo decía así, con toda la certeza de quien sabía dónde yo quería ir y la verdad es que yo no quería ir para donde él había pensado, o sea, la persona estaba jugando su propio fantasma. Y remataba diciendo: “Bueno, te voy a dar el gusto…”. A la fantasmática del paciente Lacan la presenta en “El atolondradicho” como un “no lo digo, me lo hacen decir”. Es muy nítido como el paciente neurótico se inventa un Otro que