La horrible noche - El conflicto armado colombiano en perspectiva histórica. Forrest Hylton
de la violencia política en Colombia, sin embargo, una perspectiva histórica más profunda para comprender el momento actual es necesaria. No obstante, las síntesis históricas existentes descartan a los movimientos populares como tema central para enfatizar, en cambio, las acciones de las élites, los dos partidos políticos que estas han dominado y el surgimiento del Estado-nación.
Este libro intenta remediar este problema en la literatura sobre el tema. Es cierto que en proporción a la progresiva hipertrofia de las insurgencias, la movilización popular en Colombia ha sido comparativamente débil y fragmentada desde la década de los cincuenta, por lo menos. Pero no siempre fue así. Los movimientos populares han marcado la historia colombiana con efectos duraderos en coyunturas específicas. Una comprensión de su historia nos daría una visión más completa del Estado-nación, de los partidos y de la formación de la clase dominante. También ayudaría a explicar los niveles extraordinariamente altos de la violencia política en Colombia, lo que la condujo por un rumbo diferente y a ser más sangrienta que en los países vecinos durante la Guerra Fría, considerada la era más oscura del terror político en América Latina desde la Conquista. Mientras los movimientos y los partidos electorales socialdemócratas llegaban al poder en toda Sudamérica a comienzos del siglo XXI, en Colombia la violencia representa “una invasión progresiva de más y más espacios de la esfera pública y privada” convirtiéndose en “el factor ordenador-desordenador de la política, la sociedad y la economía”.18
La afirmación principal de este libro es que para comprender la guerra civil colombiana hoy, es necesario apreciar las múltiples capas de los conflictos previos y el peso acumulado de las contradicciones sin resolver.19 El pasado y el presente se “iluminan recíprocamente” e indican el peligro, en el caso colombiano, de repetir el trauma político y colectivo.20 El conflicto contemporáneo en Colombia refleja el pasado, con importantes transferencias de propiedad y tierra a los más ricos y poderosos, además de una amnesia oficial hacia los crímenes de guerra —decretados en nombre de la “paz” y la “reconciliación nacional”—. Por estas razones es que ubico en el escenario central los debates actuales sobre memoria, verdad, justicia y reparaciones a las víctimas. Como nos recuerda un estudioso del terror estatal en América Latina, “la recuperación empieza con la memoria”, y este libro se presenta como parte de la lucha por recuperar y preservar la memoria de una tragedia cuya magnitud es imposible de comprender.21 Un efecto a largo plazo del uso del terror político en Colombia, y en otras partes del mundo, ha sido borrar el recuerdo de las alternativas políticas a las que el terror respondió.
Temas
En las altas esferas políticas en Washington y Bogotá se argumenta a menudo que Colombia padece de una cultura de la violencia, como si los colombianos tuviesen una propensión innata a matarse los unos a los otros.22 Como comúnmente se plantea, esta es una explicación ahistórica y tautológica de por qué la política colombiana está caracterizada por altos niveles de terror, en contraste con sus países vecinos, los cuales más bien gozan de gobiernos de centroizquierda y variadas formas de movilización popular. Este planteamiento pasa por alto el hecho de que hasta el final del siglo XIX, Colombia, al contrario de Brasil, México, Chile y Argentina, se definía “no por su violencia masiva, sino por la falta de la misma”.23 Bien sea al considerar las comparaciones con otros países de la región o la diferencia entre los siglos XIX y XX, generalmente los investigadores advierten sobre el error de interpretar la violencia de finales siglo XX como el resultado lógico de los patrones del siglo XIX. Las pruebas históricas son insuficientes para respaldar la idea de que una “cultura de violencia” explica la política colombiana.
Para explicar el inusual rumbo de Colombia, dos versiones clásicas de la historia comparativa latinoamericana recalcan la durabilidad de la democracia oligárquica, institucionalizada a través de dos partidos políticos.24 Más recientemente, la idea de una “oligarquía” ha estado sujeta a críticas escépticas, aunque todavía es útil para comprender la violencia en Colombia en relación con un orden político excluyente.25 Podemos definir a la oligarquía como un grupo casi corporativo, donde la mayoría de sus miembros disfrutan de privilegios basados en su ascendencia y en algo parecido al estamento, complementados por la aparición de nuevos elementos, principalmente de la clase media y, ocasionalmente, de la clase obrera y campesina. Con elecciones presidenciales celebradas puntualmente cada cuatro años, la democracia oligárquica colombiana cuenta con el sistema bipartidista de más larga data en el mundo; de hecho, la diarquía conservadora-liberal ha sobrevivido casi 150 años, manteniéndose en apariencia intacta hasta el siglo XXI, a pesar de las elecciones legislativas controladas por la representación proporcional.
Después de 1848, cuando se estableció el dominio liberal y conservador, ninguna fracción de la oligarquía unía en un proyecto hegemónico a las clases dirigentes como a un todo junto a los grupos subordinados; ninguna podía representar sus intereses como los de la nación. Aunque esto era común en Europa y América Latina en el siglo XIX, en Colombia duró hasta el siglo XXI. Por consiguiente, las élites fueron forzadas a establecer pactos políticos con grupos subordinados que no llevaron a cabo rituales públicos de respeto y mucho menos asimilaron las normas y valores de sus gobernantes.26 Por el contrario, estos grupos exigieron y lucharon por la igualdad; pero en vez de la hegemonía capitalista burguesa, basada en el liderazgo moral e intelectual, el clientelismo católico autoritario, financiado por el aumento de los capitales con la exportación de café y el Partido Conservador, dominó por un periodo de cincuenta años después de 1880 y anuló la ola de movilización popular democrática y radical que había caracterizado a Colombia durante la era del capital (1848-1875).
El revanchismo y el grado de desarrollo tecnológico creciente se complementaron durante el boom de exportación de café durante la era del capital en Colombia, la cual, en vez de conducir a una expansión de la autoridad del gobierno central, fortaleció a los dos partidos políticos en un país geográficamente fragmentado, donde las oligarquías terratenientes mantuvieron la supremacía regional y local ante los desafíos venideros. En mi opinión, el poco alcance del gobierno central, la influencia de los dos partidos, el acentuado regionalismo basado en la tenencia de la tierra y la desunión de la clase dominante han sido las constantes en la historia republicana.
A medida que la frontera cafetera se establecía a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, sectores campesinos identificados con el progreso capitalista y el mestizaje aseguraron sus derechos de propiedad e incorporación política a uno de los dos partidos a través de redes de crédito y clientelismo.27 La mayoría, compuesta por campesinos mestizos, así como las minorías afrocolombianas e indígenas, tenían derechos de propiedad precarios, una limitada incorporación partidista y, además, vivían bajo amenaza de violencia o expropiación. Cuando las reformas iniciadas desde arriba coincidieron con la movilización de los de abajo en la década de 1860 y nuevamente en la de los treinta, los terratenientes reaccionaron movilizando a sus clientes para proteger sus privilegios, su monopolio político y el control sobre su propiedad a lo largo del campo. Estos movimientos de contrarreforma, así como los movimientos populares radicales a los que respondieron, eran organizados en el ámbito local y regional, lo cual reflejaba la naturaleza fracturada y principalmente rural de la riqueza de los terratenientes, el poder político y la autoridad en Colombia hasta entrada la década de los cincuenta.
El contraste entre Colombia y el resto de América Latina en las décadas de los treinta y cuarenta no podía ser