Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel. Carl Friedrich Keil

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel - Carl Friedrich Keil


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pueda ser destruida por nadie o por nada en este mundo. Pero allí donde se despliega en el mundo la fuerza mayor (¡invencible!) de ese hierro de muerte viene a expresarse, también, la máxima debilidad de los imperios (pues el hierro está mezclado siempre con el barro), y sobre esa debilidad de expresa la gracia más alta y salvadora del Mesías de Dios, como sabiduría salvadora

      Este libro de Daniel nos sitúa, pues, ante cuatro edades y una única estatua. Ciertamente, la historia puede estar y está representada por esos metales que aparecen en la explicación como “reinos sucesivos”, uno tras otro, sin que pueda acabarse su maldad, siempre creciente. Pero en su visión más honda, Daniel ha descubierto que ellos forman una única estatua idolátrica, que será al final vencida y destruida por el Cristo de Dios. Desde ese fondo se puede decir que las cuatro edades de la historia constituyen una única “humanidad de violencia”, que va del oro al hierro (Dan 2, 31-44); pero frente a esa historia de violencia se eleva la gracia salvadora de Dios que se expresa y actúa (alcanzará su victoria) por medio del Cristo, que ha venido ya en forma humana de debilidad y que culminara su obra de un modo victorioso, al final de los tiempos.

      Los cuatro metales (que son cuatro edades imperiales) forman según eso una misma figura idolátrica, que ha venido a culminar en la gran bestia destructora del final. Tenemos, por tanto, dos magnitudes enfrentadas. (a) Por un lado está la estatua de los cuatro metales, que son brillantes (oro) y nobles (plata), que son fuertes (bronce) y poderosos (hierro), y que así pueden presentarse como dignos de veneración antidivina, expresión de idolatría. (b) Por otro lado está el “reino de los santos”, que empieza siendo una simple piedrecita, que aparece como caída de la mano de Dios, pero que se eleva como montaña de salvación universal, pues no será jamás será destruido, sino que subsistirá eternamente. Surge de esa forma el Reino de los santos de Israel, que Keil interpreta por Cristo en forma universal, el Reino que comienza en aquellos que forman parte del grupo de Daniel (o que leen su libro), el Reino de Jesús, el mesías israelita, que abre su acción salvadora por medio de la Iglesia a todas las naciones.

      Por un lado se eleva la gran Estatua de los imperios idolátricos, que son Signo del único Antidios (del Anticristo), pues los cuatro imperios han venido a fundirse en una único y gran ídolo que impone su poder sobre todos los hombres, a lo largo de toda la historia, a lo ancho del mundo entero. Ellos forman el ídolo de la humanidad perversa (pervertida), que se eleva frente a Dios, como una inmensa estatua de poder, una especie de monumento alzado a la grandeza perversa del hombre que se diviniza a sí mismo con violencia (como hierro que todo lo destruye).

      Pero, al mismo tiempo, en un sentido más hondo, aparece en el mundo y se eleva el Reino de los Santos, representado por la piedrecita que desciende de Sion, el reino de Jesús (¡piedra escondida del Reino de Dios!) que ofrece su palabra y camino de salvación a todos los creyentes. No hace falta que ellos (los creyentes, los inteligentes, los iluminados…) se enfrenten y luchen externamente con violencia contra la imposición del hierro, el bronce, la plata y el oro, pues en ese plano toda lucha engendra más lucha, sino que ellos se sitúan en un nivel de vida y testimonio superior, dejando que se exprese el poder más alto que viene de Dios, que vence sin violencia externa a la violencia de la historia.

      Tenemos, por tanto, dos magnitudes enfrentadas, la estatua de los cuatro metales que son la violencia e idolatría de la historia, y la piedrecita del “reino de los santos”, que se eleva como montaña de Dios, como Iglesia de Dios y para siempre, un reino jamás destruido, que subsistirá eternamente. Este es, sin duda el Reino de los santos de Israel, es decir, de aquellos que forman parte del grupo de Daniel (o que leen su libro). En contra de esa humanidad perversa rueda y choca la piedra que “no viene de manos humanas”, ni forma parte del edificio de la humanidad divinizada, sino que desciende del monte de Dios, como revelación y signo de su presencia.

      (2) Daniel es un libro apocalíptico, como pone más de relieve la imagen de las cuatro bestias (Dan 7), que reinterpreta el signo de la estatua anterior y que nos sitúa ante un momento muy preciso de violencia y guerra, cuando parece que la perversión mundial (la última bestia terrible) va a destruir y aniquilar la obra de Dios. Entendido así, este libro no es un texto de tranquila sabiduría histórica, sino un manifiesto “apocalíptico” de resistencia frente al mal y de esperanza en tiempos de gran “angustia”, una angustia como la que nunca había existido previamente en la historia de los hombres, una angustia que empezó a expresarse en tiempo del rey Antíoco (entre el 168 y 164 a. C.), y que se sigue extendiendo todavía en nuestro tiempo (2018).

      Los exegetas discutían cuando Keil escribió este libro (1869) y siguen discutiendo ahora sobre el lugar y origen de la sabiduría apocalíptica, que surge y se expresa en tiempos de inmensa violencia, que siguen marcando el sentido de nuestro presente y futuro en la historia de la humanidad. Keil y otros muchos afirman que Daniel escribió su libro en tiempos de la cautividad de Babilonia (en torno al 587-539 a. C.), en forma de verdadera profecía. Otros afirmaban y afirman que Daniel es un personaje simbólico que un judío macabeo ha escrito en el momento más duro de la persecución de Antíoco Epífanes (hacia el 168-164 a.C.). El Apocalipsis de Juan sitúa esa angustia en el despliegue del Imperio Romano contra Cristo (podo después de la muerte de Jesús), pero este libro de Daniel y su mensaje siguen siendo plenamente actuales en nuestro propio momento histórico (siglo XXI).

      Keil afirma que el libro solo puede ser auténtico y verdadero si lo escribió en persona un tal Daniel del siglo VI a.C. Otros contestan que el libro sigue siendo auténtico y verdadero si está escrito en forma simbólica en el siglo II, porque en ambos casos se trata de una misma y profunda visión del transcurso y final de la historia, representada por las cuatro grandes bestias de Dan 7 a las que sucede el Reino de los Santos del Altísimo, es decir, del mismo Cristo que vino primero en la carne, dando su vida por los hombres, y que vendrá al final con poder para realizar el juicio de la historia.

      Haya sido externamente escrito en un tiempo o en otro, Dan 7 interpreta la historia humana como una sucesión de imperios bestiales cuyo poder de maldad culminará de alguna forma en el duro tiempo de persecución de Antíoco Epífanes y de los helenistas sirios que quisieron destruir a los fieles de Yahvé entre 168/16a a. C., en el momento decisivo de la crisis “antioquena”, que suscitó el rechazo de los macabeo, para abrirse a partir de ese momento a la Hora más honda del enfrentamiento final, cuando el Anticristo venga a ser vencido por Jesús resucitado.

      Conforme a la visión del libro de Daniel, esa guerra y resistencia de los macabeos, en el siglo II a.C., no ha sido una lucha más entre las miles de luchas que se han dado y se siguen dando en la historia, sino expresión y anuncio del gran combate entre los fieles de Dios (y de su Cristo) y los poderes perversos de la historia, al final de los tiempos, cuando el mal del mundo alcance su fatídica grandeza destructora y cuando Dios se manifieste como salvador supremo por Jesús resucitado.

      El tema de las cuatro bestias (Dan 7, 2-8) que se suceden, en línea descendente (del león más noble, a la fiera horrible del final) y en línea ascendente (la última es la más poderosa y perversa), corresponde al tema de los metales de Dan 2, pero esas bestias aparecen representadas de una manera mucho más precisa que los metales, de manera que pueden identificarse con cierta facilidad: el león podría ser Babilonia, el oso es parece ser el imperio medo-persa, el leopardo es Alejandro Magno y el reino de sus herederos helenistas. Pues bien, a partir de aquí se dividen las interpretaciones: (a) Muchos afirmaban y afirman que la cuarta bestia es el mismo Antíoco Epífanes, de manera que con él tendría que haber terminado la historia. (b) Otros, entre ellos Keil, afirman que Antíoco pertenece a la tercera bestia (a la helenista que proviene de Alejandro Magno) y que la cuarta (último) parece haber comenzado con los romanos, pero no ha se ha manifestado plenamente todavía.

      Sea como fuere, la “cuarta bestia” (el cuerno pequeño, que profiere insolencias: Dan 7, 7-8) tiene rasgos distintos de los anteriores. Allí donde se esperaba un cuarto elemento animal (águila o toro, por ejemplo) emerge la sorpresa de un monstruo sin rostro ni figura que sirva de comparación, una especie de Anticristo o Antidios, que se opone al Dios del judaísmo y al mismo Dios cristiano. En ese contexto, Daniel puede afirmar que la lucha armada (al estilo de los macabeos) puede tener cierto sentido en un primer momento, pero ella resulta incapaz de resolver el tema de la violencia de las


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