Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel. Carl Friedrich Keil
a lo largo de los siglos, hasta su propio tiempo (2ª mitad del siglo XIX). Ciertamente, él asume la mejor tradición evangélica (quizá más en línea de Calvino que de Lutero), pero sin negar en ningún momento la gran tradición de la iglesia universal, representada por autores de línea “católica” y “ortodoxa” como Jerónimo en latín y Teodoreto en griego.
A su juicio, Daniel no es un libro “privado”, a merced de la “libre” interpretación de los posibles “inspirados” de turno. En contra de un tipo búsqueda individualista del sentido de los grandes signos de su profecía (metales de la estatua y bestias del gran juicio, setenta semanas y pequeño cuerno, con otras escenas bien conocidas como el juicio de Baltasar, los jóvenes en el horno ardiente o Daniel en la fosa de los leones…), C. F. Keil ha querido fundar su interpretación del libro en la gran tradición de la Iglesia universal.
En esa línea resulta ejemplar su “sobriedad” ante los grandes temas, como pueden ser la experiencia de la fe, la visión interior del misterio, la lucha contra el mal, la derrota de los perversos, el juicio final con la resurrección… Keil lee el texto y despliega su sentido, a partir del original hebreo y arameo, aplicándolo en su entorno antiguo, y abriéndolo al futuro de la iglesia y de la humanidad. Pero no puede ni quiere convertirse en un tipo de “adivino” fácil, identificando al “pequeño cuerno” (al Anticristo) con algún poder pasado (Roma o los bárbaros antiguos, el Islam o un tipo de iglesias paganizadas…) o presente. Los “signos” de ese Anticristo han sido anunciados en la figura y acción de Antíoco Epífanes, pero su manifestación definitiva pertenece al futuro de nuestra propia historia, en el siglo XIX o en el XXI.
En esa línea, Keil puede discutir y discute sobre temas de filología e historia, desde la perspectiva de la historia bíblica antigua, pero al final se sitúa (nos sitúa) de manera silenciosa y reverente ante el misterio de la vida, como experiencia de lucha contra el mal y de redención gratuita del Dios de Jesucristo. Por eso mismo, la llamada de vigilancia ante el Anticristo que viene se convierte en llamada y palabra de esperanza en la venida del Cristo victorioso.
2. Un libro apasionante, pero difícil y abierto
Así entendido, este un libro emocionante y así quiero ofrecerlo a los lectores, no solo a los que están interesados en un plano religioso (cristianos de una tendencia o de otra), sino a los que buscan el sentido de la historia, no solo en clave profética y/o apocalíptica, sino también en clave “secular”, pues hoy nos encontramos de lleno ante el riesgo muy real de la destrucción de la vida humana sobre el mundo. En ese contexto, el libro de Daniel, con sus terrores apocalípticos, pero también con su inmensa esperanza, es uno de los textos más influyentes y fascinantes de la historia de occidente.
Este es, como digo, un libro apasionante, en primer lugar el de Daniel, pero también este comentario de C. F. Keil, siendo, al mismo tiempo, bastante “difícil” para un lector de cultura media poco acostumbrado a los retos culturales, históricos y religiosos. Estas son las tres primeras dificultades con las que se encontrará el lector:
1. Está ante todo la dificultad lingüística. Este es un comentario “exegético” al texto hebreo (y arameo) de Daniel. Por eso, es muy conveniente que el lector tenga algún conocimiento de esas lenguas para entender bien su argumento. He procurado en la traducción y en la presentación del texto que el lector pueda entender bien la “letra” de los textos (partiendo de la traducción de Reina-Valera) y seguir la trama del libro, sin serespecialista en hebreo o arameo (más aún, sin conocer esas lenguas), pero el comentario se refiere constantemente a ellas, porque el buen pensamiento está vinculado siempre a su expresión en el lenguaje.
Este es un libro que nos lleva a las raíces de nuestra cultura occidental y cristiana, y en esa línea el autor no se limita a citar y comentar los textos hebreos y arameos, sino que acude sin cesar al griego de los LXX y al latín de los primeros intérpretes cristianos de occidente y de los grandes teólogos de la tradición hasta el siglo XIX. He traducido los textos latinos, lo mismo que los griegos, pero la aportación fundamental de este comentario sigue siendo la de recuperar la “veritas hebraica” (la verdad semítica: aramea, incluso árabe…) de la Biblia. Solo en ese fondo pueden entenderse de verdad los argumentos de este libro.
2. Está, en segundo lugar, la dificultad y la riqueza de exégesis bíblica alemana de mediados del siglo XIX. C. F. Keil ha escrito este libro en diálogo constante con esa tradición de la exégesis científica del siglo XIX, como va mostrando página a página en las citas y comentarios en los que se sitúa entre los representantes de la tradición judeo-cristiana y los críticos renovadores (que eran en el fondo contrarios a la revelación sobrenatural de la Escritura). En un sentido, él se opone a un tipo de “racionalismo” que quiere entender la Biblia sin tener en cuenta su mensaje (su proyecto religioso, su experiencia de revelación). Pero en otro sentido, y muy profundo, él mismo es un “racionalista” un hombre que emplea todos los recursos de la filología y la lingüística, de la historia e incluso de la psicología para interpretar los textos.
En el prólogo de mis traducciones anteriores (comentarios a Isaías, Jeremías y Ezequiel) hice el esfuerzo de recoger, citar y situar a casi todos los autores que Delitzsch y Keil utilizaban en su comentario, en un momento de cruce los autores que, de un modo muy poco preciso, suelen llamarse tradicionales y/o críticos. Muchos de los allí citados siguen presentes en este libro: Bleek, Caspari, Ewald, Gesenius, Hävernick, Hengstenberg, Hofmann etc., pero aquí aparecen muchos nuevos, los representantes de la mejor tradición filológica, histórica y teológica del siglo XIX.
He renunciado a evocarlos y presentarlos a todos, uno por uno, situando los posturas y sus obras, pues ello exigiría la preparación de una nueva edición y comentario crítico de la obra de C.F. Keil, que aquí no podemos realizar, por falta de espacio y por la misma finalidad práctica de esta edición, que no quiere resolver problemas de tipo textual y erudito, sino ofrecer a los lectores una herramienta básica de conocimiento bíblico. Además, en esa línea, para quienes deseen conocer el trasfondo histórico-exegético de este libro he citado ya el estudio de John Rogerson, Old Testament Criticism in the Nineteenth Century, SPCK, London 1984. Mi traducción y adaptación no se centra por tanto en el intento de presentar de una edición crítica, sino teológica y pastoral, de esta obra.
En esa línea, esta dificultad exgética puede superarse con un poco de esfuerzo, acudiendo a las referencias que ofrece en casi todos los casos un buscador informático (google, wikipedia etc.). Está también el tema de las abreviaturas. Keil escribe para un público apasionado, que conocía de memoria a los grandes biblistas, y así puede escribir Sth. por J. J. Sthälin, Hv. por Hävernick, Ges. por Gesenius, Hitz. por Hegst. por Hengstenberg, Kran. por Kranichfeld etc. etc. Esta es una dificultad que se supera pronto, permitiéndonos pensar más en el tema que los defensores, hoy en parte ya olvidados de una determinada visión de la Biblia o de la vida humana.
3. Está, en tercer lugar la dificultad histórica. Como he dicho ya, Keil se ha esforzado por demostrar lo que él llama la “autenticidad” histórica de Daniel, como personaje real, que vivió como cautivo sabio en la “corte” de los reyes babilonios y persas. Esa hipótesis tiene su ventaja y nos obliga a situar la Biblia en su contexto histórico, en la línea de una fuerte crítica histórico-literaria. Pero hay un momento en que la historia puede y debe interpretarse también en una línea más simbólica, más teológica.
Este es quizá, a mi juicio (desde mi propia perspectiva hermenéutica), el mayor límite de esta obra, que, en algún momento, ha insistido más en el trasfondo histórico-literario de Daniel que en su mensaje antropológico-teológico, que sigue siendo plenamente actual en nuestro tiempo. No es que Keil margine ese mensaje, de ninguna forma, pero quizá podía haberlo desarrollado más. De todas formas, es muy posible que él haya querido dejar el texto así, sin inclinarse por unas visiones más particulares del juicio de Dios y del fin de los tiempos, para que seamos nosotros mismos, lectores de este libro en el siglo XXI, los que desarrollemos, a partir de este comentario, nuestra visión del “fin de los tiempos”, según el libro de Daniel y del Apocalipsis de Juan.
En esa línea, para completar el conocimiento del tema, he querido recoger aquí algunos comentarios y estudios