Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel. Carl Friedrich Keil

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel - Carl Friedrich Keil


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esa línea, Miqueas no solo profetizó la destrucción de Jerusalén y del templo, diciendo que las hijas de Sion serían llevadas al cautiverio (Miq 3, 12; 4, 10), sino que les profetizó también el perdón, diciendo que retornarían de Babilonia, de manera que se restauraría el dominio antiguo de las hijas de Jerusalén. Miqueas anunció así la victoria de las hijas de Sion sobre todos los enemigos, bajo el cetro o poder de aquel Gobernante que nacería en Belén, y anunció también la exaltación de la montaña de la Casa del Señor sobre todas las montañas y colinas, en los últimos días (Miq 5, 1; 4, 1).

      También Isaías (Is 40-66) anunció la liberación de Israel, que saldría de Babilonia, y que edificaría de nuevo las ruinas de Jerusalén y de Judá, y que glorificaría de nuevo a Sion, a través de la creación de unos cielos nuevos y de una tierra nueva. De un modo semejante, al comienzo de la catástrofe caldea, Jeremías anunció al pueblo que se había vuelto maduro para el juicio no solo el cautiverio en Babilonia, por obra de Nabucodonosor, y la duración del exilio a lo largo de setenta años, sino que profetizó también la destrucción de Babilonia tras el final de los setenta años, y el retorno del pueblo de Judá y de Israel (de aquellos que sobrevivieran), con la vuelta a la tierra de su padres, la reconstrucción de la ciudad desolada y la manifestación de la gracia de Dios, que vendría sobre ellos, a través del establecimiento de una nueva alianza, pues Dios escribiría su ley en sus corazones y les perdonaría sus pecados (Jer 25, 9-12; 31, 8-34).

      Conforme a todo esto, resulta claro que la abolición de la teocracia de Israel a través de la destrucción del reino de Judá y del exilio del pueblo por mano de los caldeos, a consecuencia de su continua infidelidad y de la transgresión de las leyes de la alianza por parte de Israel era algo que se hallaba previsto en los consejos de gracia de Dios (que seguiría bendiciendo a su pueblo).

      En esa línea era claro que por el exilio no se destruía la duración perpetua del pacto gratuito de Dios en cuanto tal, sino que cambiaba la forma de expresarse su reino de Dios, a fin de remover o destruir a los miembros perversos del pueblo que, a pesar de todos los castigos que habían caído sobre ellos, no se habían convertido decididamente de su idolatría, aún después que hubiera sido cumplido el más severo de los juicios con que habían sido amenazados. Ese juicio consistía en exterminar por la espada, por el hambre y la peste (y por otras calamidades) a la masa incorregible del pueblo, a fin de preparar así a la mejor porción de los judíos, es decir, al resto arrepentido, como semilla sagrada a partir de la cual Dios podría realizar las promesas de la alianza.

      Según eso, el exilio constituye un momento de cambio fundamental en el desarrollo del reino de Dios, que el mismo Dios había fundado en Israel. Con ese acontecimiento (el exilio) terminaba el tipo de teocracia que Dios había establecido en el Sinaí, para comenzar el período de transición a una forma nueva, que debía ser establecida por Cristo, y que de hecho lo ha sido con la llegada de la Iglesia. Según eso, el pueblo de Dios no iba a formar ya un reino de la tierra, ocupando su lugar entre otros reinos de las naciones, pues ese tipo de reino político no fue ya restaurado después que terminaron los setenta años de desolación de Jerusalén y de Judá, que habían sido profetizados por Jeremías, porque la teocracia del Antiguo Testamento había merecido este fin y así terminó con el exilio.

      El Señor Dios había mostrado día tras día no solo que él era el Dios de Israel, un Dios misericordioso y compasivo, que mantenía su alianza con aquellos que le temían y caminaban según sus mandamientos y sus leyes, un Dios que podía hacer que su pueblo fuera grande y glorioso, un Dios que tenía el poder de protegerles de los enemigos. Él había mostrado también que era un Dios poderoso y celoso, que castiga según su iniquidad a los que blasfeman contra su santo nombre, un Dios que es capaz de cumplir sus amenazas, lo mismo que sus promesas de salvación.

      Era necesario que el pueblo de Israel conociera por experiencia que la transgresión del pacto y el abandono del servicio de Dios no conduce a la salvación, sino que hace que el pueblo se dirija hacia su ruina. El pueblo debía saber que la liberación del pecado y la vida de salvación y felicidad solo puede hallarse en el Señor, que es rico en gracia y fidelidad, y solo puede alcanzarse caminando humildemente según sus mandamientos.

      La restauración del Estado Judío tras el exilio no fue un re-establecimiento del Reino de Dios del Antiguo Testamento. Cuando Ciro concedió libertad a los judíos para volver a su tierra antigua, y cuando les mandó que reedificaran el templo de Yahvé en Jerusalén, solo retornó un pequeño grupo de cautivos; la mayor parte permaneció dispersa entre las naciones paganas. Incluso aquellos que volvieron a su patria, desde Babilonia a Canaán, no quedaban libres de la sujeción al poder mundial pagano, de manera que, en la tierra que el Señor había dado a sus antepasados, siguieron siendo siervos de ese poder

      Ciertamente, fueron restauradas las murallas ruinosas de Jerusalén y las ciudades de Judá, y fue reedificado también el templo, y se renovó la ofrenda de los sacrificios; pero la gloria del Señor no volvió a entrar en el nuevo templo, que ya no tenía tampoco el arca de la alianza, ni el trono de misericordia de Dios, de manera que no se le podía considerar como lugar de presencia gratificante entre su pueblo. Según eso, después de la cautividad, el culto del templo de los judíos, carecía de “alma”, pues no había una presencia real del Señor en el santuario.

      El Sumo Sacerdote no podía ya entrar ante el trono de gracia de Dios, en el Santo de los Santos, para ungir el Arca de la Alianza con la sangre redentora del sacrificio, para así realizar la reconciliación de la congregación con su Dios, ni podía ya revelarse la voluntad de Dios por medio de los Urim y Tummim, pues habían sido destruidos para siempre en el momento de la toma de Jerusalén por los babilonios.

      Cuando Nehemías concluyó la restauración de las murallas de Jerusalén cesó la profecía, terminaron las revelaciones de la Antigua Alianza y comenzó, sin que hubiera ya profecía, el período de la expectación del liberador prometido, de la descendencia de David. Cuando el liberador apareció en Jesucristo, y los judíos no le reconocieron como su salvador, sino que le rechazaron y le condenaron a muerte, de manera que llegó la destrucción de Jerusalén y del templo por los romanos, ellos fueron finalmente dispersados a lo ancho de todo el mundo, y desde ese día viven en un estado de alejamiento de la presencia de Dios, hasta que ellos retornen a Cristo, de forma que por su fe en él puedan entrar nuevamente en el reino de Dios y ser bendecidos.

      El arco de tiempo de 500 años que van del final de la cautividad babilónica a la aparición de Cristo puede considerarse como el último período de la alianza antigua solamente porque en perspectiva temporal precede a la fundación de la nueva alianza en Cristo. Pero, en realidad, para aquella parte del pueblo judío que había retornado a Judea no implicaba ninguna liberación respecto al sometimiento bajo el poder de los paganos, ni implicaba una restauración del Reino de Dios, sino que aquel era solo era el tiempo en que Israel se estaba preparando para recibir al Liberador que debía venid desde Sión.

      En ese aspecto, este período podía compararse con los cuarenta, o más precisamente con los treinta y ocho años de peregrinación de Israel en el desierto arábigo. Así como Dios no había retirado todos los signos de su graciosa alianza, para así negárselos del todo a la raza condenada a morir en el desierto, sino que les guiaba con la columna de nube y de fuego, y les dio el maná para comer, de igual forma, ese mismo Dios concedió su gracia a aquellos que habían vuelto de Babilonia a Jerusalén para reconstruir el templo y para restaurar el servicio sacrificial, a fin de que ellos se prepararan para la manifestación de aquel que debería edificar el verdadero templo y realizar la reparación eterna a través de la ofrenda de su propia vida como sacrificio por los pecados del mundo.

      Los profetas anteriores a la cautividad pensaron que la liberación de Israel de Babilonia y su retorno a Canaán se identificaría de un modo inmediata, con el establecimiento del reino de Dios en su gloria (en la misma tierra) sin dar ninguna indicación de que entre el fin del exilio de Babilonia y la aparición del Mesías vendría a introducirse un largo período de tiempo; esta forma de unir los dos acontecimientos no ha de explicarse solo desde la perspectiva del carácter apotelesmático de la profecía (que presenta el fin como algo que va a cumplirse inmediatamente), sino que se fundamenta en la misma naturaleza de las cosas.

      Según eso,


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