Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel. Carl Friedrich Keil
de esa batalla, que aparece anunciada de algún modo en las persecuciones y en las guerras de los macabeos, vendrá a desvelarse en su plenitud la maldad total de los hombres perversos (sometidos al Anticristo Satán) y la bondad salvadora del Dios de Jesús, como principio de vida y de resurrección salvadora para los justos. De una forma consecuente, Keil afirma que esta cuarta bestia ha comenzado ya de alguna forma a revelarse a través de la maldad de Roma (según el Apocalipsis), pero todavía no se ha revelado plenamente, pero lo hará pronto en el contexto de la herencia político-militar de Roma, que se estaba expresando por entonces (año 1869) en el contexto de las grandes potencias occidentales.
(3) Daniel es un libro apasionadamente “histórico”, setenta semanas. Los dos elementos anteriores (la sabiduría para interpretar la historia y la apocalíptica para anunciar los signos del final, superando así el poder destructor de una humanidad pervertida) se traducen y entienden de forma histórica. En ese contexto, el pasaje de Daniel que más ha influido en la apocalíptica judía y en la visión cristiana del fin de los tiempos es el texto que habla de las setenta semanas o tiempos finales de la historia.
Daniel ha recogido y reinterpretado una palabra del libro del profeta Jeremías donde se decía que el exilio de los judíos en Babilonia duraría unos setenta años, que debían entenderse evidentemente en un sentido amplio (cf. Jer 25, 11-12; 29, 10), como aludiendo, en un sentido extenso, a los años que pasaron desde la primera deportación, en tiempo del rey Joaquín, en la que fue llevado cautivo Daniel (597 a. C.) hasta la dedicación del nuevo templo (515 a. C). Otros libros apocalípticos habían calculado no solo los años del destierro, sino también los de la historia de Israel y del mundo (cf. 1 Hen 93 y el conjunto del libro de los Jubileos). Pues bien, desde ese fondo se entiende la oración de Daniel y la respuesta del ángel Gabriel, que se le aparece y le dice:
«Daniel, ahora he venido para iluminar tu entendimiento. Al principio de tus ruegos salió la palabra, y yo he venido para declarártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la palabra y comprende la visión: Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar con la trasgresión, para acabar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y para ungir el lugar santísimo. Conoce, pues, y entiende que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Ungido Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; y volverá a ser edificada con plaza y muro, pero en tiempos angustiosos. Después de las sesenta y dos semanas, el Ungido será quitado y no tendrá nada; y el pueblo de un gobernante que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario. Con cataclismo será su fin, y hasta el fin de la guerra está decretada la desolación. Por una semana él confirmará un pacto con muchos, y en la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Sobre alas de abominaciones vendrá el desolador, hasta que el aniquilamiento que está decidido venga sobre el desolador» (Dan 9, 22-27).
Sobre el sentido y aplicación de esas semanas (años) se han hecho y se siguen haciendo múltiples teorías, con el deseo de aplicarlos no solo al retorno de los exilados judíos a Jerusalén (tras el 439 a.C.), al levantamiento de los macabeos (en torno al 165 a. C.), sino también al nacimiento/muerte de Jesús o a algún otro momento significativo de la historia posterior, especialmente al fin de los tiempos, tanto en perspectiva judía como cristiana.
Son muchos los exegetas bíblicos, tanto judíos como cristianos, que siguen analizando el posible significado de estos años, para así calcular el fin de los tiempos. Pues bien, entre ellos se encuentra Keil (el autor de nuestro comentario) que ha realizado una de las interpretaciones más serias y convincentes del sentido de esas “setenta semanas” que aparecen con algunas variantes en su libro. No todos estarán de acuerdo con ella, de manera que el lector atento podrá aceptarla o rechazarla leyendo el comentario, pero es evidente que ella se encuentra perfectamente razonada (aunque sus argumentos resulten a veces difíciles de seguir, por la misma dificultad de tema). Éstos son sus tres elementos o supuestos principales.
(a)Keil supone que el profeta Daniel ha distinguido y vinculado dos “cronologías”, que hay que separar con precisión para interpretar su mensaje: (a) La cronología que va desde el comienzo de la “palabra profética” (en el entorno del exilio) hasta el tiempo de la lucha y primera victoria parcial de los macabeos (en torno al 164 d.C.). (b) La cronología que va desde ese mismo comienzo hasta el final de los tiempos, más allá de los macabeos y de la misma venida histórica de Jesús, hasta la llegada del Anticristo y la manifestación salvadora de Dios por Jesús resucitado.
(b)Eso significa que Daniel nos sitúa ante dos “cálculos numéricos”, para que los interpretemos con discernimiento. Sin duda, esos cálculos tienen un trasfondo histórico (e incluso cronológico: en días, en años y en semanas/septenarios); por eso han de tomarse en forma de “historia humana” (se refieren al despliegue de los imperios de la tierra). Pero, al mismo tiempo, en otro contexto, esos cálculos han de interpretarse en forma figurada, y en ese sentido Daniel (especialmente al referirse a la venida del Anticristo) no habla de semanas cronológicas de años, sino de septenarios simbólicos, que se han cumplido de un tiempo “típico” en la persecución de Antíoco Epífanes y en su derrota final, pero que deben cumplirse todavía de un modo mucho más alto y definitivo con la llegada futura del Anticristo, que será vencido por Cristo.
(c)Como exegeta riguroso y como cristiano radical, C. F. Keil no ha querido (ni ha podido) identificar el “pequeño cuerno” del Anticristo con ningún poder concreto del pasado, ni tampoco del futuro. Signo del Anticristo fue en su tiempo, en un sentido, Antíoco Epífanes. Pero Antíoco no fue el Anticristo, sino solo un “tipo o figura”, un anuncio de su maldad más honda. En ese sentido podemos decir que vendrá al Anticristo, pero solo cuando venga (en su “hora”) podremos decir quién es y cómo actúa, siendo al fin plenamente derrotado por el Dios de Cristo.
En esa línea, Keil ha rechazado toda “apologética” barata, negándose a identificar al pequeño cuerno final (al Anticristo) con algún tipo de iglesia falsa, con alguna doctrina o secta anti-cristiana, con algún imperio de maldad que ya ha pasado. Keil sabe y “demuestra” con su exégesis del libro de Daniel que el Anticristo no ha llegado todavía, aunque sabe y muestra que “viene ya de camino”, a partir del Imperio Romano, como sabe y dice el Apocalipsis de Juan. Más aún, en una línea bíblica de tipo “occidental”, Keil sabe que el Anticristo está viniendo a través de los poderes político-militares que están surgiendo a partir de Europa, heredera del imperio romano, según el Apocalipsis.
(4) Daniel es un libro de fe, y de esa forma, en clave de fe lo ha interpretado C. F. Keil. Ciertamente, él es un buen historiador y conoce todo lo que en aquel momento (1869) se sabía de los antiguos y los nuevos imperios. Posiblemente algunas de sus hipótesis (dirigidas siempre a defender el carácter literal del texto) resulten hoy forzadas, como la forma de situar el reinado de Darío el Medo antes que el de Ciro el Persa, con la forma de interpretar el reinado de Baltasar y la misma locura de Nabucodonosor…; pero, tomado en su conjunto este comentario ofrece una espléndida visión de la historia de oriente, en tiempo del imperio neo-babilonio (Nabucodonosor y sus sucesores), con la monarquía medo-persa y el surgimiento de los reinos helenistas de los “diádocos”, es decir, de los sucesores de Alejandro Magno, en un momento en que empieza a extenderse sobre el mundo el Imperio Romano, que es signo y principio del Cuarto Imperio de la Bestia final, que aún no ha llegado.
Hoy tenemos, sin duda, nuevos datos históricos. Además, algunos elementos de la narración pueden (y quizá deben) entenderse de forma simbólica (como hace el mismo Keil al ocuparse de los números de las setenta semanas/edades de la profecía), pero, en su conjunto, este libro ofrece una visión espléndida de la historia bíblica, desde el tiempo del exilio hasta la “edad” de los macabeos. De todas formas, siendo filólogo e historiador, C. F. Keil es, ante todo, un cristiano, y así, desde la totalidad del misterio cristiano, ha querido entender e interpretar el libro de Daniel.
En esa línea, él ha desarrollado una exégesis “canónica” en el mejor sentido de la palabra. (a) Es una exégesis canónica en sentido bíblico, porque interpreta el libro de Daniel desde la totalidad del Antiguo Testamento (como libro clave del judaísmo), en una perspectiva abierta