Territorio en movimiento(s). Isabel Cristina Tobón Giraldo
al desarrollo económico de la región, habría que cuestionar la noción de desarrollo a la que se hace referencia. En todo caso, tal desarrollo, como se verá en capítulos próximos, ha sido bastante desigual e injusto. En términos económicos y sociales, el acaparamiento de la riqueza y la distribución de la pobreza se evidencian en la tenencia de la tierra, en las oportunidades reducidas para los habitantes del lugar y en la precariedad laboral a la que han estado sometidos históricamente los pobladores nortecaucanos. En términos ecológicos, el auge agroindustrial del norte del Cauca ha derivado en desequilibrios de nutrientes en el suelo por el uso de agroquímicos para la producción intensiva de la caña de azúcar y, recientemente, por el uso de maquinaria pesada para la fase de corte de este cultivo. También hay que destacar la pérdida de la biodiversidad en flora y fauna por la introducción extensiva e intensiva del monocultivo y el hecho de que las visiones extractivistas del territorio8 derivan, más tarde o más temprano, en escasez.
Asociado al apogeo de la agroindustria de la caña, el polo urbano de mayor crecimiento se ha centrado en la ciudad de Cali, hasta convertirla en el epicentro comercial y de negocios del suroccidente colombiano con una red de satélites de apoyo que constituyen Palmira, Buga, Tuluá, Cartago y Buenaventura. El río Cauca es el eje fluvial en torno del cual se distribuye la fertilidad de la vida en el valle, lo que ha significado un apalancamiento fundamental para el emplazamiento de las ciudades, con todo lo que ello implica en términos de infraestructura y de la industria azucarera, reconocida a nivel internacional. No obstante, dichas actividades han provocado contaminación, la construcción de jarillones y de la represa Salvajina, que cambiaron el cauce del río, poniendo en riesgo su equilibrio natural.
En torno al río, también se establece cierta organización social en relación con el trabajo y con el color de la piel. Lamentablemente, aún en el siglo XXI, en Colombia se observan expresiones racializadas ofensivas, descalificadoras de las personas. Más allá de adentrarme en visiones reducidas y reduccionistas sobre la raza, es necesario reconocer que las personas negras, identificadas como descendientes de africanos esclavizados traídos como mercancía a América, son quienes desempeñan hasta hoy las más extenuantes tareas del trabajo de la tierra. Las comunidades indígenas que no consiguieron resistir fueron exterminadas durante las primeras etapas de la llegada de los españoles. Quienes resistieron, junto con su descendencia, hoy son conocidos como nasa o paeces, se encuentran organizados en la Asociación del Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN), así como en el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), y habitan los resguardos indígenas organizados en cabildos. Otra parte de ellos se ha mestizado con personas negras y descendientes de los blancos españoles y criollos.
También cabe señalar que las comunidades indígenas se ubican preferencialmente en las laderas de las montañas y las personas negras se adaptan mejor al clima de la costa pacífica y, como en este caso, a las tierras bajas del valle del río Cauca. En el valle interandino, las comunidades negras han sido históricamente oprimidas y victimizadas desde las haciendas coloniales, en la explotación de las minas y en los cultivos que sobrevinieron al apogeo agroindustrial nortecaucano. Las injusticias socioeconómicas en el norte del Cauca han provocado la invisibilización de comunidades enteras ante el Estado. En general, se puede afirmar que en la zona predomina el mestizaje con una fuerte influencia blanca proveniente de la colonización antioqueña, lo que ha determinado las condiciones diferenciadas de reconocimiento social y laboral.
El territorio nortecaucano en la vida social deviene en diferentes temporalidades que atraviesan la vida política, cultural y económica de sus pobladores en simultáneo. Para las actividades comerciales, el tiempo lineal es el que prima, pero para las actividades agrícolas hay comunidades vinculadas con temporalidades cíclicas que se rigen por el sol, el mayor reloj de la humanidad; por el crecimiento de los cultivos, y por la reproducción de los animales. La simultaneidad del tiempo en la comunidad da cuenta de diversidad de formas y connotaciones espaciales, así como de variados matices en la forma de habitar.
Visto así, la forma del territorio ya no coincide con las regiones que hacen parte del Estado nacional. El norte del Cauca y el valle interandino tienen más coincidencias físicas y dinámicas sociales con el departamento del Valle del Cauca que con el del Cauca; la misma proximidad con la ciudad de Cali, antes que con Popayán, es evidencia de ello. Así, este territorio, entre tensiones y concordancias, muestra las múltiples opciones que lo hacen susceptible a la fragmentación y a otras formas de integración. Incluso, en el contexto de la globalización, las relaciones de los nortecaucanos trascienden las fronteras para entrelazar procesos de escala mundial a través de las tecnologías de información y comunicación, el transporte y los mercados.
Sin embargo, las dinámicas sociales originadas en el territorio son las que identifican y diferencian al norte del Cauca frente a otros territorios. El territorio, como construcción social, se conforma por sujetos, objetos y acciones en permanente relación y transformación que suceden en el tiempo. Esto quiere decir que las transformaciones sociales asimilan las interacciones de las personas en el territorio; en otras palabras, se trata de formas de territorialización o espacios territorializados que merecen ser reconocidos porque dan cuenta de la diversidad de formas de existencia y habitación en la era de lo que se ha convenido en llamar globalización o mundialización.
En los espacios en los que la mundialización rebasa y opera eficientemente, el territorio habitado adquiere nuevas asociaciones y, en algunos casos, tendencia a la pérdida de identidad. La visión localista ha sido superada por la nueva configuración global hasta involucrarse en los lugares más apartados y reservados del territorio con la amenaza de la homogeneización. Hoy, la operación de globalización toma diferentes formas tales como: noticias, mercancías, información, bienes, servicios, negocios, conocimientos, turismo, música, migraciones, protestas, cultura. Así, la vida social, atravesada por diversas temporalidades de corte más tradicional, se agita por la influencia que se ejerce desde diversos lugares del mundo para controlar en función de la producción y el consumo.
Son las expresiones particulares de las acciones y las relaciones políticas, sociales, económicas y culturales las que se hacen patentes en las relaciones de poder, dominación y opresión y a la vez de apropiación, autonomía, resistencia y emancipación. Estas expresiones demandan reconocimiento y visibilidad, por cuanto son el punto central de las reacciones, las luchas y las disputas sociales. Con ello, se aporta a la consolidación de la autonomía frente al Estado nación y a su institucionalidad, pero también a la ampliación del conocimiento, en la medida en que otras realidades se hacen visibles como alternativas de vida a las que pueden acceder cada vez más personas.
Las geografías del sur: una propuesta comprensiva
Para explicar mejor el concepto de geografías del sur, conviene revisitar los planteamientos del geógrafo social David Harvey que hablan de la cartografía del poder9 e introducen el concepto de imperialismo capitalista, como forma reciente de imperialismo, a través de dos lógicas relacionadas entre sí: la lógica capitalista y la lógica territorial. La lógica capitalista se refiere a las técnicas de acaparamiento del poder económico sobre el espacio-tiempo de diferentes áreas geográficas, mientras que la lógica territorial abarca las “estrategias ideológicas, políticas, diplomáticas y militares de los Estados para satisfacer sus intereses y preservar o aumentar su hegemonía en el sistema mundial” (Aguiló, 2010, p. 148).
De conformidad con lo anterior, pensar el concepto de territorio, de cara a las geografías del sur, exige la comprensión del espacio en correspondencia con el tiempo. Entre los espacios-tiempo se vislumbra que el poder es político, en la medida en que responde a formas jurídicas y de derecho, a formas de conocer, de producción y reproducción que establecen relaciones con carácter hegemónico y contrahegemónico al mismo tiempo. En este orden de ideas, el territorio se transforma por la vida que le habita y esa vida se expresa en constelaciones de enlaces que, a su vez, se manifiestan en diferentes ámbitos y escalas de acción e interpretación.