Territorio en movimiento(s). Isabel Cristina Tobón Giraldo
conduce a la plaza central de Villa Rica, la misma en donde, tras varias horas de camino (más de cuatro, quizás), me esperaba Charly Ararat. El regreso de ese primer día no fue en un bus, sino en un carro pirata, vehículo particular que presta un servicio alternativo y complementario al transporte público formal. Esta informalidad organizada tiene horarios, rutinas, claves, códigos y un esquema de información por radioteléfono en el que advierten dificultades en la vía, anuncian trancones y la necesidad de otros servicios. Las personas esperan la llegada de este transporte sentadas en sillas de plástico, en una calle en donde se siente la brisa fresca, a la sombra de un almendro. Cada uno llega, saluda, va conversando y se levanta al escuchar la voz del “nos vamos”, para estar luego, en menos de media hora, en la esquina del movimiento, ubicada en la carrera 100 con calle 16 de la ciudad de Cali. El pirata resuelve en media hora el desplazamiento que al transporte formal le toma más de cuatro horas, con lo que no es difícil concluir que es el medio más fácil, cómodo y rápido para transportarse cuando se acaba el perímetro urbano de la capital del Valle.
I. EL TERRITORIO, LA GEOGRAFÍA HUMANA Y SU DEVENIR
En algunos momentos privilegiados, la “figura” del mundo vuelve a tomar forma. En esos momentos, “momentos figurales”, si retomamos la expresión, aquello que estaba truncado, amputado, desfigurado, es restaurado en su plenitud.
michel maffesoli
La ciencia occidental moderna, con sus esquemas disfrazados de objetividad y neutralidad, ha condenado a condiciones de inexistencia a personas y conocimientos de manera sistemática. El paradigma de racionalidad instalado en la universidad occidental, orientado por la ciencia moderna, proviene de las revoluciones científicas inauguradas en el siglo XVI y adelantadas en los siglos siguientes hasta el dominio de las ciencias naturales. Posteriormente, en el siglo XIX, este modelo de racionalidad se dejó permear por la línea de los estudios jurídicos y humanísticos de la filosofía, la historia, la filología y la teología, que logran mayor tradición en la universidad. Por esa vía, la desvalorización y el bloqueo del conocimiento desde la experiencia sometió a condiciones de inexistencia a diversas formas de conocimientos y saberes en el mundo.
Las nociones sociales y cognitivas de las comunidades humanas oprimidas y victimizadas históricamente son elaboradas y reivindicadas por Boaventura de Sousa Santos en Una epistemología del sur (2009). A partir de la epistemología formulada por Santos, y análoga a esta, propongo una geografía del sur que permita mostrar que hay formas modernas y acreditadas de hacer geografía dirigidas a crear un estatus de verdad que a mi modo de ver es incompleto, por los instrumentos que utiliza, las formas políticas que agencia y los esquemas cognitivos que defiende. Una vez más, se trata de juegos de poder que condenan a los débiles a una condición inferior. En tal sentido, lo que pretendo visibilizar conceptualmente a través de estas geografías es el agenciamiento de formas emergentes de comprender el territorio desde lo que algunos autores llaman razón sensible.1
Las transformaciones en los métodos y estilos investigativos en geografía y en las ciencias sociales, en general, determinan e imponen los límites del positivismo con una mirada sistemática, estadística, fija, instantánea, efímera y fugaz de la realidad. Por ello, es conveniente y necesario entrar en otras dimensiones de aproximación.
Desde este lugar, asumo el riesgo de entrar en la coexistencia de multiplicidad de posibilidades comprensivas, me acerco y vivo, me complazco entre las relaciones de los sujetos sociales. En un ambiente de tramas y dinámicas particulares, experimento una empatía que me conduce entre una dimensión de esperanza poderosa y sutil en el valle del río Cauca.
Antes de adentrarme en las referencias más ortodoxas que muestran las elaboraciones y las observaciones del mundo para condensar la materialidad de los lugares, de los paisajes, de la superficie terrestre, que se tramitan en forma de cartografías, me ocuparé de mostrar transformaciones en el quehacer geográfico relativas al territorio. Además, explicaré cómo la geografía puede contribuir a la comprensión de los lugares a través de esquemas alternativos y a la vez ahondaré en lo singular del territorio norte del Cauca, con la experiencia e interpretación con los pobladores afronortecaucanos.
La tradición geográfica en las ciencias sociales se encarga de “pensar el espacio en relación inmediata con el medio físico” (Ortiz, 1998, p. 21). La escuela de Ratzel,2 en particular, se concentra en la geografía política para estudiar la relación del territorio con sus moradores, sus recursos y con el poder estatal. Desde la perspectiva geográfica también se abordan cuestiones circunscritas a las migraciones y la cultura, dando pistas acerca de las transformaciones ecosistémicas, formas adaptativas y sus consecuencias geopolíticas.
En los inicios de la modernidad, la cartografía “era el soporte fisiográfico de los emergentes Estados nacionales” (Llanos-Hernández, 2010, p. 209) y era el estudio o práctica predominante para la descripción de términos y vecindades. El mexicano de la escuela de Ratzel, Enrique Schulz,3 profundizó en el estudio de los espacios políticos de los Estados, sus colonias y sus áreas de influencia hasta demostrar que el ensanchamiento territorial respondía a intereses económicos y políticos de los Estados. Esta concepción geográfico-política se arraiga con el paso de los años hasta representar las particularidades de la superficie de la tierra en la que interactúan las personas. A finales del siglo XIX, es necesario ampliar la idea de territorio para estar al tanto de los Estados nacionales y de sus colonias, en razón del despliegue del capitalismo, la industria y el comercio, que exigían dar cuenta de las riquezas y las culturas de sus dominios.
La escuela del posibilismo sirvió de sustento a la geografía regional que predominó hasta la segunda mitad del siglo XX. Esta corriente, resultado del pensamiento del geógrafo e historiador francés Paul Vidal de la Blache,4 explica que el objeto de la geografía es la relación del hombre con la naturaleza en el estudio de la región. Las propuestas posibilistas de Vidal de la Blache entienden al hombre como ser activo que se afecta por el entorno y a la vez lo transforma con sus actuaciones. Dichas afectaciones y transformaciones, denominadas géneros de vida, corresponden a hábitos, costumbres y técnicas; desde este punto de vista, el territorio, bajo la influencia de los géneros de vida, se entiende como dominio de civilización. En este sentido, los Estados nacionales constituyen no solo un territorio, sino también una mixtura de regiones con disímiles posibilidades.
La aproximación de los géneros de vida sugiere una expresión amplia y profunda para la inclusión de elementos no materiales en geografía. No obstante, esta se diluye tras la Primera Guerra Mundial, a partir de la cual se identifican los espacios para su análisis geográfico mediante la fragmentación. Tal lectura se dirige a la asignación de recursos públicos desde las políticas del desarrollo, por las cuales se otorgan privilegios a unas regiones sobre otras y se establece tanto el futuro económico como social de poblaciones y comunidades específicas. Después de la Segunda Guerra Mundial, las regiones fueron caracterizadas en función del ordenamiento y la planeación para el desarrollo. Las regiones se conceptualizaron por criterios espaciales y económicos en tres tipos: las primeras, homogéneas de inspiración agrícola; las segundas, polarizadas de inspiración industrial-comercial, y las terceras, de inspiración prospectiva (Llanos-Hernández, 2010).
La planificación del desarrollo podía transformar las regiones para cumplir el objetivo de homogeneización del espacio económico en relación con el acceso a educación, salud, servicios o infraestructura. El economicismo que determinó la observación de las regiones en los Estados nacionales modernos apuntó a diluir las diferencias regionales por la prioridad de acumulación capitalista.