Memorias del alma. Omar Casas

Memorias del alma - Omar Casas


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de un sólo tirón, la pata y el muslo entero de una liebre – Para que lo tengas en claro, pequeño vándalo… Un día completo como prisionero de guerra será tu próximo castigo, atado de pies y manos. – Sentenció el salvaje juez de mi familia.

       Perdón que me meta – interfirió Nedra, tomó un sorbo de cerveza, sólo permitida para adultos y elegidos, y expuso: - Será algo difícil atarle los pies, porque debemos caminar mucho durante estos días.

       ¿Tú también en contra? Encima, te volviste irónico – repuso nuestro terrible torturador mientras mi hermano me guiñaba el ojo, y ya su gesto, no me caía tan mal.

       Tienes mucha razón, no lo había pensado. Nos repartiremos el pesado trabajo de cargarlo. – Sentenció mi padre y nos soltó una risotada.

      Por dos tardes seguidas, tratamos de evitarnos con Lamda para no causar problemas y así impedir los castigos. Pero cuando llegamos al prado de Rosales, plagados de manantiales y lagunas, donde los helechos y juncos se alzaban gigantes; y muchas plantas lucían flores de múltiples formas y colores, como las famosas rosas azules de corazón celeste, decidimos apartarnos del resto. Nos sentamos al borde de una laguna atrapada en una cuenca, cuyas paredes verticales alcanzaban el triple de nuestra altura. Rodeado de una espesa vegetación, ese cristal de agua pasaba desapercibido a pocos pasos de cualquier caminante.

       ¿Cómo sabías de este lugar? – pregunté con curiosidad.

       Lo encontré por casualidad el verano pasado, y dejé marcas en las rocas para reencontrarlo – respondió con seriedad y me sorprendió. Sus ojos, tenían un tono más claro que la verde espesura donde se recortaba su pálido rostro. Seguí la línea de su amplia frente hasta el ceño fruncido. Luego la pendiente hasta la curva de su pequeña nariz recta, después el gesto de cierta preocupación en sus labios. Jamás olvidaría esa mezcla de belleza e inteligencia que a partir de aquel momento, quedarían grabados a fuego en mi alma. No sé por cuánto tiempo la contemplé absorto, pero no me animé a romper el silencio que nos abrazaba. Ella quizás percibió mi estado, y sin perder de vista la laguna, tomó mi mano y la apretó. Con la otra tiró una piedra al medio del agua, que escupió pétalos de cristal rompiendo el silencio.

       No somos como ellos, no pensamos como ellos y no nos arruinaremos como ellos – aseguró Lamda y supe lo desolada que se encontraba, tanto como yo.

       ¿Tampoco crees en los dioses? – pregunté con la esperanza de ganar una aliada.

       Sólo en nosotros – respondió ella, se acercó y me abrazó con fuerza. Sentí que me deshacía como la nieve bajo un fuego extraño, el de su espíritu que se mezclaba con el mío.

       En…ton… ces… - Murmuré entrecortado sin soltar el abrazo.

       Entonces te amo, idiota – soltó ella susurrando a mi oído.

       Yo también… - le dije y sentí un nudo en la garganta.

       ¡Hey pendejos! ¡Así los quería atrapar! ¿No creen que son muy chicos para andar en amoríos? – Resonó una conocida voz a mis espaldas. Y el embrujo desapareció al instante.

       ¡Esta es mi laguna! – gritó Nedra y detrás de él emergió la atlética Tarna, otra de los elegidos. Se quitaron los taparrabos y se lanzaron desnudos al agua. Nos alejamos con rapidez del lugar. Y sus risas se sumergieron a la distancia.

      Regresamos en silencio al campamento provisorio y nos separamos cabizbajos. Compartíamos la vergüenza de descubrirnos abrazados y el temor de que difundieran el secreto. Si nuestros padres llegaban a enterarse, no quería imaginar la paliza que recibiríamos, además de separarnos para siempre. Y esto último, dolería mucho más que lo primero.

      Después de tres soles, comenzamos el ascenso más abrupto, donde el río ancho se angostaba y encajonaba en un largo y tortuoso desfiladero de altas y musgosas paredes verticales. Marchábamos sobre la margen este, una ancha playa de arena blanca y guijarros. La hermosa Lamda no se apartó un palmo de su familia; yo hice lo mismo. Y el temor a delatarme se diluyó en las torrentosas aguas del río.

      Caída la nueva noche, bajo la guía de las dos lunas, decidí buscar a mi hermano. Se encontraba descansando entre grandes rocas despeñadas, bajo el cobijo del ramaje que brotaba en la base del desfiladero. Compartía una cerveza con Tarna, transformada en su inseparable compañera. Hizo señas para acercarme y me extendió el odre todavía lleno.

       No gracias, no tengo la edad ni la aprobación para esto – respondí para sentarme frente a ellos.

       Como quieras hermano, falta poco para mi partida. Voy a extrañarte, a pesar de nuestras diferencias. – Aclaró él para guiñarme el ojo.

       Yo también voy a extrañarte… Gracias a ambos, por no delatarnos. – Agradecí a los jóvenes que me sonrieron, acurrucados contra una amplia grieta de la roca.

       De nada. Nosotros también estamos en falta, a pesar de nuestros privilegios como elegidos, no podemos juntarnos. ¿Lo entiendes? Ustedes tampoco nos delataron. Así que… estamos a mano. – Aclaró Nedra y volvió a ofrecerme de su odre. Esta vez lo acepté. Un sabor amargo recorrió por mi garganta.

       Qué asco… prefiero el agua… Hay algo más por decir… Por favor, no continúes con esto, estás a tiempo de escapar. Ve al sureste, sal del cañadón y enfila sin parar hacia los bosques de Trona. Vayan ambos. – Sugerí y me respondieron con una risa contenida.

       ¡Lario! ¿Estás loco? ¿Después de tanto sacrificio, de ganarme el privilegio de ser el primer elegido, voy a escaparle a mi brillante futuro? He ganado el cielo de los dioses…

       Hemos ganado el cielo de los dioses – lo corrigió Tarna.

       Han ganado una muerte en un lugar desconocido, sólo mencionado por mitos y leyendas. – Comenté con amargura.

       ¿La muerte, de qué hablas niño? Es el cielo de los dioses, nos convertiremos en ellos. – explicó Tarna orgullosa y con fervor.

       La mayoría no regresó y quienes lo hicieron han cambiado, ya no se destacan como antes de la partida – repuse y ambos menearon la cabeza.

       Los que regresaron son perdedores, fueron expulsados de los cielos porque no cumplieron con sus obligaciones, no lograron la transformación. Tarna y yo lo haremos hermano, triunfaremos en Algoht. – Afirmó mi confiado hermano guiñándome de nuevo el ojo izquierdo.

       Deben creerle a Lario. Háganle caso. – Se escuchó una voz y Lamda emergió por entre las grandes rocas.

       Bueno… Tu novia piensa como vos… Es bueno eso, tendrás pocas discusiones en el futuro. – Comentó Nedra con sorna para lanzarme otro guiño.

       Yo también los vi, los pocos que volvieron, se concentran en su trabajo y en sus plegarias. Mi padre me contó de un arrogante como vos, y ahora camina como muerto viviente. Han perdido el brillo de sus ojos, como si su alma los hubiese abandonado. – Contó Lamda para sentarse a mi lado.

       Es porque se sienten perdedores. Fracasaron, y el dolor de ser mortales los carcome. – Argumentó con seguridad Tarna.

       Que tengan buena suerte – murmuré con tristeza, sospechando el triste destino de mi hermano. Al menos lo había intentado; pero es imposible convencer a los fanáticos, porque encadenados a sus sentimientos, no permiten que la razón los libere. Tomé otro trago amargo, le pasé el odre a Lamda y ésta sin probar, se lo pasó a Tarna. No discutimos más esa noche, hablamos del viaje, del tiempo y de las tareas cotidianas que nos esperaban cuando el sol asomara.

       3 – Los pilares de Lorest

      Después de la salida del sol, vadeamos los arroyos que alimentaban al río plagado de cascadas y ascendimos entre las abruptas laderas, cada vez más tupidas de vegetación. Luego escuchamos un murmullo aguas arriba, al tiempo que una niebla espesa nos abrazó. El canto de las aguas, cada vez más


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