Historias del hecho religioso en Colombia. Jorge Enrique Salcedo Martínez S J

Historias del hecho religioso en Colombia - Jorge Enrique Salcedo Martínez S J


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      En ocasiones, si el fundador material era clérigo, este podía motivar a otras personas para que se sumaran al proyecto, como se observa en el caso del cura Francisco Rincón, fundador del Convento del Carmen de Villa de Leyva. Dicho clérigo, en 1634, “refirió que Su Señoría había visto la disposición que tenía para fundar y dotar un convento de monjas del Carmen”45, para lo que aportaría una serie de bienes. Asimismo, animó a Isabel de Fuentes a que entrara como monja y ayudara con la dotación con diez mil pesos de capital46. Puede afirmarse que detrás de cada fundación había una motivación espiritual que llevaba al establecimiento de alianzas entre élites y órdenes o clérigos, conformándose de este modo una red social y también económica, necesaria para asegurar los ingresos y la concentración de beneficios a favor de la Iglesia. Es posible reconocer en estos procesos cómo se iban anudando diferentes tipos de vínculos con el objetivo de la fundación de un monasterio, en el que los diferentes grupos sociales se cohesionaban y reforzaban.

      Entre los fundadores espirituales no se puede dejar de lado a las monjas que iniciaban la vida del instituto; ellas son las primeras que ingresaban con título de fundadoras: viudas, doncellas, madres con hijas, monjas procedentes de otros monasterios. En todo caso se trataba siempre de mujeres que pertenecían a linajes reconocidos socialmente, a las que se les otorgaba el título de fundadoras y se las nombraba prioras o abadesas de las comunidades. Al respecto, se observa un patrón similar en los monasterios estudiados. Normalmente se trataba de las mujeres de la familia del fundador, a las que se les reservaba el ejercicio del máximo poder en el manejo de la institución. Visto de esta forma, en la fundación de conventos, más allá de la devoción y la motivación espiritual de las élites americanas, sin duda reales, se advierte una estrategia sistemática para consolidar sus linajes. Una tendencia observable ya en la primera generación de conquistadores.

      ADVOCACIÓN Y DEVOCIÓN

      De la vinculación del patrón con el o los fundadores espirituales se derivaba la advocación bajo la cual se inscribía el convento. De los trece conventos que anotamos para el caso del Nuevo Reino de Granada (incluidos los de Popayán y Pasto), ocho se vincularon a la orden franciscana, como lo denotan las fundaciones de clarisas y concepcionistas. A simple vista, la amplia difusión de la vida claustral femenina puede tomarse como un triunfo de la labor misionera de los franciscanos llegados a los dominios americanos; sin olvidar que, para el caso de las concepcionistas, se trataba de una orden promovida por la misma Corona47. Se trata de una política en toda regla, como lo revela la fundación del Convento de Pasto, en donde sus dos fundadoras y cinco doncellas vestían de “sayal blanco con escapulario y manto azul como correspondía a las religiones [órdenes] que estaban aprobadas [por el Rey]”48.

      El éxito de la orden franciscana, que promovía a las clarisas y concepcionistas —puede inferirse— se relaciona con el proceso de reforma de la vida regular, que perseguía la búsqueda de un cristianismo más puro, genuino e interior, establecido a finales del siglo XIV y principios del XV como modelo de vida religiosa. En ese espíritu se formaron numerosos frailes observantes, que una vez en Indias plasmaron su ideal reflejado en la relativa popularidad de las fundaciones conventuales femeninas49.

      Sin embargo, la advocación de los conventos obedecía también a causas muy particulares, como lo revela el caso del mencionado Luis López Ortiz, patrono fundador de la Concepción de Santa Fe. Este “tuvo una visión de una matrona con el alba de la Concepción” que lo llevó a decidirse por esta advocación al momento de nombrar al convento50. Con seguridad, más allá de esta experiencia mística, lo que se advierte es la sintonía de este hombre piadoso con la devoción dinástica de la Inmaculada Concepción. Un hecho que favorecía la aprobación institucional y que iba en consonancia con la creciente adhesión popular y franca expansión de su culto51. Como se verá, no era la única devoción en ascenso.

      En los albores del siglo XVII, llegó al Nuevo Reino de Granada una corriente propugnada por Francisco de Osuna, Luis de Granada y Santa Teresa de Ávila. Ello trajo una innovación en la vida religiosa de algunos sectores de la sociedad colonial americana, como fue la interiorización de la vida espiritual, la atracción de la oración interior y el recogimiento52. Entre la muerte de Santa Teresa en 1582 y su beatificación en 1622 se produjo una “ola de fervor religioso”53 que llegó al Nuevo Reino de Granada y que se puede apreciar en las fundaciones de los conventos de Carmelitas de Santa Fe y de Cartagena, en 1606 y 1609 respectivamente. En ambos monasterios se advirtió el deseo de sus fundadoras de adherir a la “regla de Santa Teresa”. La rama femenina de la orden fue apoyada por las autoridades episcopales y por la propia monarquía española que la auspiciaba junto a la Compañía de Jesús. Se trataba de una propuesta de vida interior, de autenticidad en la vivencia de los votos de observancia, austeridad y humildad. Entre 1601 y 1606 la fama de Santa Teresa se extendía por todo el Imperio español54, forjando un modelo de vida conventual que impulsaba otra manera de vivir la vida religiosa diferente de la conocida hasta ese momento.

      Las motivaciones que llevaron a estas mujeres a ingresar a los claustros eran diversas: muchas veces coincidieron en la necesidad de buscar “un lugar social” en la sociedad colonial para aquellas que no querían o no podían acceder a un matrimonio conveniente a su estatus. No obstante, a partir de la propuesta reformadora de Teresa de Ávila, el convento se planteaba también como una opción de vida que incluía, de un modo más radical, la dimensión espiritual como finalidad, con una “edificante vida pública”, lo cual ocasionó una fascinación en la mente de las personas55.

      “POR LA SALVACIÓN DEL ALMA, LA SALUD DE SU MAJESTAD Y EL AUMENTO DE SUS REINOS”

      Hasta el momento se asume que, en una sociedad con un régimen de unanimidad religiosa, como sería el caso aquí estudiado, tiene sentido que un cristiano pudiente se incline por la fundación de un convento. Sin embargo, tras este acto se perciben diversas razones. Vale la pena indagar más sobre los motivos que llevaban a este tipo de decisiones. Del mismo modo, subyace el interés por responder a quién o a quiénes favorecía una empresa de ese orden56.

      Se olvida, en la perspectiva de nuestro tiempo, que la salvación del alma era una preocupación fundamental para cualquier vecino del mundo hispanoamericano y, en términos más amplios, del orbe cristiano. Esto debió ser algo más que una formalidad o una simple creencia vaga, si se atiende a la efervescencia religiosa que —tanto en Europa como en América— tiñe la vida política y social de una época marcada por las luchas confesionales57. Si se quiere, siguiendo a Huizinga, puede pensarse que ella marcó “el tono de vida” de una sociedad que, en todas sus expresiones, refleja muy bien la preocupación por el memento mori58. La Iglesia enseñaba que la vida terrenal era solo un paso previo para la vida eterna y verdadera junto a Dios. Por consiguiente, era válido preocuparse por salvarse del infierno, pasar rápidamente por el purgatorio y garantizar el disfrute del cielo y la corte celestial. En esa perspectiva, alcanzar este objetivo, que la Iglesia mostraba como el único importante, era algo arduo e implicaba una serie de sacrificios, renuncias, penitencias y oraciones59. En función de esa “carrera de salvación” se adentraban hombres y mujeres, que abrazaban la vida eclesiástica o religiosa, asumiendo estos principios como una verdadera “profesión”; otros podían efectuar “obras pías” que los posicionaban en franco camino para alcanzar los bienes celestiales y la vida eterna, evitando el purgatorio (o disminuyendo el tiempo que se pasaba por allí)60. Estas cuestiones, con seguridad, estaban presentes en el momento en el que un fundador de una casa religiosa se decidía a expresar esa voluntad. Con aquella obra se auspiciaban el culto divino, los servicios religiosos y las prácticas piadosas de la gente. Por otro lado, el convento devolvía estos esfuerzos materiales y espirituales asumiendo la responsabilidad de rezar por el alma del patrón y su familia, ayudándole a expiar los pecados cometidos en menoscabo de la bienaventuranza eterna61.

      Sin embargo, las fundaciones conventuales trascendían la esfera religiosa y se convertían en instrumentos de prestigio y promoción del linaje, además de ser una garantía de reconocimiento social. Ángela Atienza sostiene


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