Futbolera. Brenda J. Elsey
e incluso agradable para los estudiantes, el Estado aún buscaba controlar la forma en que los estudiantes se estiraban, brincaban, corrían e incluso se paraban. La educación física reforzó las diferencias de género como inmutables y la creación de comportamientos heterosexuales adecuados fue primordial. Aunque las mujeres deportistas y las jugadoras de fútbol salían de los límites de lo que era socialmente aceptable, participaron en un espectro del deporte y la educación física. Sin embargo, las ideas que tenían las niñas y mujeres sobre la educación física a menudo diferían de los proyectos nacionalistas del Estado. Las comunidades que formaron a las mujeres y la intensidad de los intercambios a través de las fronteras nacionales merecen atención en cualquier estudio de deportes. Además de estudiar las relaciones transnacionales, este libro presenta casos comparativos que reflejan cómo distintas historias de género crearon diferentes paisajes para el atletismo femenino.
La aceptación del género, que subraya el proceso y la contingencia de las categorizaciones masculinas y femeninas, llega a las academias de Estados Unidos y Europa al menos desde el ensayo fundamental de Joan Wallach Scott, “Género: Una categoría útil de análisis histórico”, de 1986. El género abrió una amplia gama de metodologías y fuentes a los académicos interesados en la historia de cómo las sociedades construyeron, naturalizaron y reprodujeron la diferencia en función de la masculinidad y la feminidad. Con el tiempo, estos términos se han pluralizado (géneros, masculinidades, feminidades, sexualidades) para reconocer las ideas que los rodean. El género ha permitido a los historiadores dar cuenta de la importancia de las mujeres para el trabajo, la propiedad y la política, incluso cuando no están representadas “en persona”. Podemos entender cómo las leyes que no las mencionan, a menudo escritas sin su participación, se han diseñado tanto lingüísticamente como en la práctica para otorgar capital a los hombres. Es fundamental recordar que las identidades de género no existen en el vacío, también se relacionan con la clase, la raza, la nación y la sexualidad. En la medida de lo posible, hemos intentado dar cuenta de estas interseccionalidades. A medida que avanza la investigación en biología evolutiva y ética médica, los límites entre sexo y género se han vuelto más nebulosos al reconocer que los dos sexos se encuentran dentro de un espectro de características.
El crecimiento de la historia femenina y de género ha llevado a una serie de estudios importantes que nos han obligado a repensar las narrativas históricas tradicionales. La historia de las trabajadoras, por ejemplo, demuestra no solo sus experiencias en el lugar de trabajo, sino también su importancia para las economías latinoamericanas3. Las ideas de que los hombres y las mujeres merecían salarios y beneficios diferentes dieron forma a la política de los sindicatos, especialmente en términos de restricciones al trabajo femenino y a la organización laboral. Las nuevas interpretaciones de la participación de la mujer en los movimientos políticos, en todo el espectro ideológico, han demostrado tanto su importancia para la política como su marginación. Como trabajadoras sociales, maestras y funcionarias públicas, las mujeres tenían la responsabilidad de implementar proyectos estatales a diario4. Sus historias sociales también dieron profundidad y matices a la forma en que entendemos la importancia de los proyectos estatales como la reforma agraria5. Dada la superposición de las desigualdades en toda la región, la erudición feminista ha explorado la forma en que el racismo, el clasismo y la homofobia se han cruzado con el sexismo para dar forma a la vida cotidiana de las personas6.
La historia de género y la historia de la mujer dependen la una de la otra para comprenderse, pero no son lo mismo. A pesar de todo el progreso logrado en la década de 1990 y principios de 2000, la historia social de las mujeres en América Latina sigue siendo un área de investigación descuidada. Esto se debe, en parte, a un mayor enfoque en los estudios de género, lo que inevitablemente arroja más luz sobre los hombres a medida que aparecen con mayor frecuencia en los materiales originales. En otras palabras, si bien el género y la historia femenina no son dispares, tampoco pueden confundirse7. Las historias de género, muchas de las cuales son más sugerentes que definitivas, han generado ideas de gran importancia que también contribuyen a la historia de la mujer y sus contribuciones. La historia de la sexualidad nos ha obligado a reevaluar las prescripciones legales normativas, las vidas privadas y las comunidades alternativas8. Las historias de los fundamentos familiares, sociales, religiosos y productivos de gran parte de la historia de América Latina han sido revolucionadas por nuevas investigaciones sobre la historia de la sexualidad. Las historias sociales de las mujeres son muy necesarias para continuar este trabajo de comprender mejor cómo las construcciones ideológicas como la masculinidad y la feminidad influyen en la vida cotidiana.
El estudio de las mujeres en comunidades clandestinas y sus actividades en un tema como los deportes, que actualmente se considera políticamente importante, no puede basarse en el mismo tipo de base documental que la historia de organizaciones feministas formales u organizaciones benéficas de mujeres, por ejemplo. Desde un punto de vista metodológico, este estudio a ratos se lee como si fuera una historia de los medios de comunicación, porque a menudo mencionamos los rastros de participación femenina en la prensa. Argentina y Chile han tenido publicaciones deportivas estables, mientras que otros países, como México, presentan un desafío mayor. La atención desigual que el deporte femenino ha recibido en la prensa hace que la búsqueda de su historia, y la creación de narrativas coherentes al respecto, sea similar a buscar una aguja en un pajar. Además de periódicos y revistas, hemos utilizado documentos gubernamentales, particularmente de departamentos de educación física, historias orales, memorias informales, sitios de admiradores, fotografías y documentos de clubes.
En los capítulos sobre Brasil, hay que agradecer la ayuda entregada por el Museu do Futebol en São Paulo y su directora Daniela Alfonsi, y la entusiasta coleccionista Aira Bonfim. La escasez de material fuente es, por supuesto, exagerada dada las restricciones sociales impuestas al deporte femenino y su exclusión por parte de la mayoría de los coleccionistas. Estas historias sociales sobre el fútbol y el deporte en general, aunque rara vez se centran en las mujeres, han proporcionado análisis importantes sobre el papel del deporte en la identidad nacional, la formación política, étnica y social de la clase9.
Si bien los historiadores se dedican a circular por el tiempo, todavía no se han esbozado las cronologías básicas y los eventos deportivos femeninos de América Latina. Conscientes de las trampas y los problemas involucrados en este esfuerzo, hemos construido una cronología aproximada entorno a la cual el libro se estructura. En toda la región, la educación de las niñas comenzó formalmente en la década de 1880, especialmente en el Cono Sur, aunque en México, Costa Rica y otros lugares también se reconoció la importancia de la escolarización de las niñas. Poco después, los educadores comenzaron a crear programas de educación física al ver el vínculo que existe entre cuerpo y mente sanos. Estos programas abrieron oportunidades previamente no disponibles en los deportes y el ejercicio, especialmente para las niñas de la clase trabajadora. Los reformadores liberales, los oficiales militares y, en menor medida, los católicos conservadores, negociaron las líneas generales del plan de estudios de educación física. En todo el espectro político, la idea de que el deporte podía mejorar la salud eugenésica de la nación fue increíblemente poderosa e inherentemente involucró tanto a niñas como a niños. Al igual que con muchas otras corrientes ideológicas de la época, los estadistas latinoamericanos miraron hacia Europa para crear instituciones, políticas y planes de estudio que aportaran ideas “modernas” y científicas a sus programas. Las jerarquías raciales configuraron la forma en que los burócratas, los maestros y los reformadores entendían los objetivos de la educación física. La suposición de que las personas de ascendencia africana, indígena, asiática o mixta necesitaban copiar los movimientos y hábitos de los europeos para mejorar su composición racial se consideró “sentido común”. Influenciadas por las prácticas europeas, las mujeres dominaron los puestos docentes en la educación física de las niñas de esa época. Era común que extendieran su enseñanza más allá del aula y organizaran clubes y torneos.
A fines de la década de 1920, el feminismo latinoamericano surgió como un conjunto diverso de movimientos e ideologías. Esto coincidió con la creciente participación de las mujeres en la fuerza laboral y en las campañas de sufragio en la región. Al mismo tiempo, las actividades recreativas se expandieron rápidamente a las multitudes urbanas gracias a las nuevas tecnologías. La imagen internacional