Futbolera. Brenda J. Elsey

Futbolera - Brenda J. Elsey


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notablemente. Los deportes asociados con las europeas de clase alta, como el tenis y la natación, tuvieron una amplia aceptación. Mientras algunos celebraban las nuevas tendencias, otros ridiculizaban a la “mujer moderna” como vanidosa y sexualmente promiscua. Los escritores de élite temían que estas nuevas tendencias desdibujaran los límites entre los géneros y las clases sociales y amenazaran la pureza de la mujer de clase alta que podría confundirse con cualquier callejera si apareciera en los estadios o con el pelo corto. Estos argumentos prosperaron más allá de las páginas de las revistas de élite y se extendieron a las calles. En México, en la década de 1920, por ejemplo, los hombres atacaron a las mujeres por adoptar el estilo emblemático de la “chica moderna”10. Por más que los educadores latinoamericanos hayan querido adoptar las normas europeas, reaccionaron sospechosamente a la tendencia global de la “chica moderna”, así como al nuevo modelo femenino: el cuerpo atlético. A medida que el deporte, particularmente el fútbol, se asoció fuertemente con la masculinidad y el nacionalismo, los periodistas y expertos encontraron que la presencia femenina era cada vez más aborrecible. Los líderes de los clubes, periodistas y educadores cuestionaron la sexualidad de aquellas que optaban por practicar deportes, particularmente de equipo.

      En las décadas de 1940 y 1950, una mayor inversión estatal en cultura y recreación conllevó a una expansión en la construcción de instalaciones subsidiadas, educación física y amateurismo de élite, como los equipos olímpicos. También significó una mayor intervención estatal en la vida deportiva de los ciudadanos. Esta intrusión del Estado es más evidente en el caso de los deportes femeninos en Brasil, país que prohibió el fútbol, el rugby y la lucha (entre otros deportes) en 1941. En este país y en otras partes de la región, la profesionalización de la medicina deportiva, la educación física y los clubes deportivos restringieron aún más el atletismo femenino. Y, a medida que se fortalecieron las organizaciones deportivas femeninas, se enfrentaron a una mayor resistencia de quienes se oponían a estas actividades deportivas, tanto de hombres como de mujeres. Muchos estados latinoamericanos se expandieron significativamente a mediados de siglo, y en el proceso promovieron un patriarcado renovado. Una minoría logró capitalizar esta expansión, como los equipos de básquetbol femenino en el Cono Sur. El crecimiento del básquetbol y el voleibol en las décadas de 1940 y 1950 creó oportunidades internacionales para las jugadoras. Las mujeres viajaban, organizaban eventos para recaudar fondos y pasaban bastante tiempo juntas. Aunque los entrenadores hombres actuaban como chaperones, había libertades que normalmente no se otorgaban a las chicas involucradas en estos clubes. Sin embargo, los ataques de los expertos y las restricciones de los organismos estatales llevaron a muchas comunidades de deportes femeninos a la clandestinidad, así como a entrar en conflicto con la policía local. Pese a todo, lograron perseverar. Algunas atletas continuaron practicando los deportes que amaban sin tener acceso a los medios de comunicación, los subsidios estatales o el capital cultural. Debido a la escasez de fuentes, no tenemos cómo saber si las mujeres interpretaban su persistencia como feminista. No obstante, sabemos que en la práctica luchaban por tener tiempo libre y acceso al espacio público y promovían actividades que la burocracia profesional consideraba poco femeninas.

      En los años sesenta y setenta, las mujeres que rechazaron el modelo doméstico se vieron en una posición desfavorable. La historiadora Valeria Manzano ha demostrado que las jóvenes, “prácticamente impugnaron las ideas predominantes sobre el ‘hogar’ al permanecer en el sistema educativo, participar plenamente en el mercado laboral, ayudar a dar forma a actividades recreativas juveniles, experimentar con nuevas convenciones judiciales y reconocer públicamente que habían tenido relaciones sexuales prematrimoniales y contraer matrimonio más tarde”11. De esta manera, desafiaron la ecuación de esposa y madre. El pánico moral generó discusión, recriminaciones y, en casos extremos (aunque no tan extremos como podría parecer) violencia contra la mujer. Los deportes, especialmente fuera de las escuelas y en equipos femeninos, desafiaron las normas y costumbres dominantes. Cuando, en la década de 1960, más mujeres comenzaron a ingresar a las universidades y sindicatos, empezaron a formar equipos. A medida que las selecciones nacionales se solidificaron y ganaron prestigio, los entrenadores masculinos desplazaron a sus contrapartes femeninas. Las dictaduras militares de la década de 1980 en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, que restringían las asociaciones civiles y prometían una vuelta a los roles de género tradicionales, dañaron el impulso del deporte femenino. En esa época, los organismos internacionales, especialmente el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) tuvieron que crear más oportunidades para las atletas. A medida que las atletas se reagruparon en la década de 1990 y principios de 2000, siguieron enfrentando discriminación, pero ahora con una nueva justificación: el mercado.

      Esta cronología poco precisa del deporte femenino y la historia de género en el transcurso del siglo XX identifica cambios en el sentido más amplio. Si bien estos fueron inmediatamente promovidos como saludables y necesarios y, a la vez, temidos como transgresores por los actores estatales y las élites, los esfuerzos atléticos de las mujeres ocuparon un espacio intermedio y peligroso. A veces el Estado las apoyó, pero los padres y los activistas conservadores adoptaron una visión mucho menos optimista de la actividad física de las niñas. Para ellos, el aumento de las actividades fuera del hogar y la iglesia conduciría a la perdición. Nuestro estudio comienza con una descripción del surgimiento de la educación física y los deportes en el Cono Sur, donde encontramos los primeros intentos de crear programas para niñas y mujeres. Destacamos la construcción de los regímenes de educación física y algunos debates que surgieron. Si bien el Estado tenía un interés particular en el desarrollo de la educación física de las niñas, también desconfiaba de las prácticas deportivas femeninas. Al mismo tiempo que se promovió la educación física femenina, las atletas permanecieron bajo la atenta mirada de los maestros y los llamados expertos en salud pública. Estos expertos, como se muestra, tenían poco conocimiento sobre la fisiología femenina y se preocupaban más por la apariencia como indicativo del valor del deporte. La apariencia no solo les importaba a los supuestos expertos en el campo de la salud, sino también a las revistas deportivas de la época. Si bien hubo poco consenso sobre cómo tratar a las deportistas, según nosotros existieron dos temas recurrentes: la atleta como deportista y la atleta como objeto de burla masculina. Su trato varió no solo debido a las diferencias de opinión sobre los beneficios para la salud del atletismo femenino, sino también a las diferentes prescripciones en cada clase, lo que refleja la interacción entre el prejuicio de clase y la eugenesia. Si los países latinoamericanos iban a crear poblaciones más saludables, entonces la feminidad y la salud de sus “mejores” ciudadanos eran primordiales. Como resultado, las discusiones sobre el deporte femenino a menudo coincidían con las discusiones sobre la clase social y la raza. Ciertos deportes, como el tenis y la natación, se consideraron saludables y apropiados, en función de su supuesta armonía con las capacidades femeninas, el nivel de esfuerzo y la falta de contacto físico. Otros, como el fútbol y el básquetbol, se convirtieron en el foco de un intenso debate, apoyo ocasional y sospechas casi constantes. El posible empoderamiento de las mujeres a través de los deportes en equipo asustaba a las instituciones deportivas y estatales.

      El segundo capítulo se centra en el desarrollo de los deportes femeninos y la participación de las mujeres en Brasil a principios del siglo XX. A medida que el balompié masculino se arraigó tan profundamente en la sociedad brasileña, el fútbol femenino llegó a ser visto como un anatema para los ideales del país. Un Brasil sano, y por ende una brasileña sana, debía centrarse en las habilidades maternas y no en la destreza deportiva. Este capítulo rastrea el desarrollo del fútbol femenino en todo el país. Como parte de la trayectoria del fútbol femenino, los esfuerzos estatales para desarrollar la educación física de las niñas desempeñaron un papel importante. En Brasil, al igual que en Argentina y Chile, la preocupación por la sexualidad y la apariencia física de las mujeres impulsaron los debates sobre su salud pública. Los expertos promovieron la gimnasia y los ejercicios ligeros que resguardaban la supuesta fragilidad femenina al fomentar el ritmo y la armonía, mientras que otros “deportes violentos”, como el balompié, no se incentivaban, pues amenazaban la “estética” de la mujer. Así también, la clase social preocupaba a las autoridades brasileñas. Para muchos brasileños, el desarrollo del fútbol femenino se volvió preocupante solo después de que los brasileños blancos de élite comenzaron a jugar y los hombres de


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