Futbolera. Brenda J. Elsey
publicado estudios sobre los problemas percibidos de las actividades deportivas de niñas y mujeres en la década de 1920. Inglaterra citó esta evidencia para prohibir el fútbol femenino y, 20 años después, Brasil hizo lo mismo. Al momento de la prohibición, las mujeres brasileñas llevaban al menos 20 años jugando al fútbol en lugares tan variados como carpas de circo, fábricas y patios escolares. El deporte femenino, específicamente el balompié, pasó de ser un espectáculo marginal a convertirse en un deporte de moda en muy poco tiempo. A medida que el deporte ganó popularidad, sus críticos comenzaron a alzar más la voz, lo que llevó al recién centralizado Estado brasileño a prohibir el deporte dado que amenazaba la supervivencia de la nación.
A pesar de la prohibición, el fútbol femenino continuó, particularmente fuera de la capital. La continuación del deporte, combinada con la participación de las mujeres en el panorama deportivo de Brasil como miembros de los medios de comunicación y en los roles de clubes auxiliares, significó que la aparente aparición repentina de las futboleras a principios de la década de 1980 no fue más que un resurgimiento en la esfera pública. En otras palabras, si alguien hubiese querido buscar fútbol femenino en Brasil entre 1941 y 1981, lo hubiera encontrado. Aun así, el deporte necesitaba un pretexto “apropiado” para su actividad técnicamente ilegal. Al llamarlos partidos de beneficencia, tanto los organizadores como las jugadoras pudieron evitar el estigma legal y social. De todos modos, recaudar dinero para causas benéficas no neutralizó completamente la oposición al juego, los artículos editoriales en periódicos presionaron contra el deporte. En la década de 1960, el deporte había crecido lo suficiente como para que el CND se viera obligado a reiterar su postura contra el juego e investigar clubes masculinos, como Santos, que habían decidido apoyar a los equipos de mujeres. A pesar de la oposición oficial, las redes de relaciones personales permitieron que el fútbol femenino continuara. Tal fue el caso del Clube Atletico Indiano, organizado por la hermana de José María Marín, quien encabezaría la Confederación Brasileña de Fútbol (y sería acusado en el escándalo de la FIFA de 2015). Finalmente, a fines de la década de 1970, el CND cedió y permitió el fútbol femenino una vez más, aunque la prohibición recién terminó en 1981. El capítulo finaliza explorando los debates sobre el fútbol femenino que continuaron hasta la década de 1990. Las revistas feministas comenzaron a cubrir el deporte y elogiar su potencial poder transformador, pero las mujeres brasileñas continuaron enfrentando desafíos durante las décadas de 1980 y 1990, particularmente las percepciones sobre los supuestos efectos del juego sobre su salud y sexualidad. No obstante, el capítulo demuestra que la apertura política en Brasil contribuyó a un espacio social y cultural más amplio para el deporte femenino.
De Brasil, pasamos a México y América Central, donde el papel del Estado ocupa un lugar central en el desarrollo de la educación física y el deporte de las niñas. Aquí, como en otros países, el interés eugenésico en “mejorar” la nación llevó a un mayor interés en la maternidad como una función patriótica. La Revolución Mexicana (1910-1920) creó un aparato estatal orientado a diseñar nuevas formas de ciudadanía vertical. Como tal, los sucesivos gobiernos revolucionarios buscaron extender la educación secular a las zonas rurales de México. Tanto las escuelas rurales, desarrolladas por la Secretaría de Educación Pública (SEP) en la década de 1920 como las Misiones Culturales, iniciadas a fines de la década de 1920, tenían un componente deportivo explícito. El deporte en las zonas rurales fue visto como una forma de crear camaradería y un sentido de orgullo local, regional y nacional. Se alentó a las niñas a competir en básquetbol, voleibol y otros deportes, aunque solo ocasionalmente en fútbol. Aun así, la idea de la educación física y el deporte femenino molestó a muchos en las regiones más conservadoras del país, causando tensiones entre el Estado y la población. En México, el Estado llevo a otro nivel el uso de la actividad física para crear espectáculos de masas. Los desfiles deportivos y de trabajadores fueron comunes en la década de 1930, con decenas de miles de trabajadores gubernamentales que concurrían a Ciudad de México para mostrar su destreza física. Las mujeres jóvenes desempeñaron un papel tan importante en estas escenas como los hombres, en exhibiciones de gimnasia, así como marchas y bailes que formaron parte de los desfiles. En la década de 1930, el gobierno también organizó campeonatos nacionales para deportes aficionados bajo el auspicio de la Confederación Deportiva Mexicana (CODEME), incluidos campeonatos de básquetbol y voleibol femenino. La atención entregada a la educación física femenina y a la formación de profesoras de educación física supuso que solo era cuestión de tiempo antes de que las mujeres empezaran a jugar al fútbol, que de a poco se fue convirtiendo en el deporte nacional. México se unió a las repúblicas centroamericanas, incluidas Costa Rica y El Salvador, donde el Estado promovió la actividad física para mejorar la población. A fines de la década de 1940, en Costa Rica, los programas de educación física de principios del siglo XX y un movimiento vibrante de mujeres condujeron al desarrollo de los primeros equipos de fútbol femenino en América Central. Desde San José, el deporte se extendió por Costa Rica y en gran parte de América Central y el Caribe. En El Salvador, por otro lado, el interés retórico en la educación física de las mujeres no se tradujo en mayor financiamiento para los programas y, por lo tanto, las oportunidades deportivas se demoraron en llegar.
El capítulo cinco se centra en las preocupaciones sobre la sexualidad que estuvieron presentes, aunque no dominaron, durante el breve auge del fútbol femenino en México entre 1970 y 1972. El desgaste del poder del Estado mexicano, en la década de 1960, abrió más espacios culturales para las mujeres, incluidos los espacios deportivos. A partir de intentos anteriores en las ligas de fútbol femenino, y el crecimiento de la fanaticada, varias ligas se desarrollaron en y alrededor de Ciudad de México entre 1969 y 1971. Esto se vio reforzado por el éxito de México en el primer Campeonato Mundial Femenino, organizado por la Federación Internacional de Fútbol Femenino Europeo (FIEFF) en 1970 en Turín. La nación azteca organizó el segundo torneo, un año después, aunque las futboleras enfrentaron muchas dificultades para jugar. La principal, como en otros lugares, fue la resistencia de las instituciones de fútbol dominadas por hombres (tanto nacionales como internacionales) y la resistencia de la familia. La primera dificultaba la búsqueda de canchas para practicar, la segunda obstaculizaba el acceso de las mujeres a los campos disponibles. Aun así, hubo aliados en el gobierno de Ciudad de México y en la prensa, que le dieron al deporte el espacio que necesitaba para arraigar. Cuando la FMF se hizo cargo del deporte en un esfuerzo por “proteger” a las mujeres de empresarios inescrupulosos y procedió a ignorarlas, las propias jugadoras ya habían desarrollado una red lo suficientemente fuerte como para mantener vivo el deporte bajo tierra.
Esta, en definitiva, es una historia del deporte femenino en América Latina. Los deportes femeninos siempre existieron, pero se mantuvieron debajo de la superficie y en el límite de un comportamiento aceptable. En el caso del fútbol, aunque comenzó casi simultáneamente al juego masculino, desde el principio se vio que las mujeres que jugaban transgredían las normas de comportamiento respetable. A medida que el balompié se fue convirtiendo en una parte de la identidad nacional en la región, las mujeres cada vez fueron más excluidas. No fueron las prácticas deportivas per se las que objetaron las instituciones deportivas. De hecho, durante el siglo XX, el Estado promovió ciertos deportes y actividades físicas para crear madres más saludables como un medio para producir ciudadanos más sanos, además patrocinó programas de educación física para niñas o deportes como régimen de belleza. Una vez que las mujeres comenzaron a organizarse y exigir tiempo libre, espacio público y recursos comunitarios, considerados dominio masculino, encontraron resistencia dentro y fuera del hogar. Tanto en los medios de comunicación como a través de aparatos oficiales, las vías para la práctica del fútbol femenino se cerraron lentamente. Ya no se consideraba espectáculo. La amenaza que causó a las nociones de feminidad y las percepciones de salud pública fueron demasiadas para ser ignoradas. No obstante, el deporte continuó y sentó las bases para las futboleras de hoy. Más allá del ámbito del deporte, las atletas latinoamericanas crearon nuevos ideales de tipos de cuerpos, desafiaron el monopolio que tenían los hombres sobre los recursos y formaron importantes comunidades.
En 1902, Juana Gremler escribió una carta al Ministerio de Educación Pública