Futbolera. Brenda J. Elsey
del siglo XX, las revistas y los periódicos mostraban a mujeres haciendo ejercicio con las piernas rígidamente juntas y vestidas desde los tobillos hasta el cuello. En la década de 1920, los uniformes pesados dieron paso a trajes cortos y piernas descubiertas, gracias a los cambios en la industria textil, que había desarrollado y popularizado telas más ligeras. La revista deportiva argentina El Gráfico comenzó a publicarse en 1919 y jugó un papel muy importante en la creación de estas nuevas imágenes de la mujer y el deporte. Sorprendentemente, la tercera edición de la revista, publicada el 12 de julio de 1919, tenía a mujeres tenistas en la portada38. A lo largo de la década de 1920, la revista, conocida como la “biblia de los deportes”, publicó fotografías de atletas. El Gráfico mostraba imágenes de mujeres con equipo deportivo, en la cancha o en acción. Aunque las publicaciones femeninas tradicionales parecían sugerir un enclaustramiento de su ejercicio, los medios deportivos de la época alentaron a las mujeres a practicar deportes en público. Debido a que las presentaron como sujetos activos en lugar de objetos pasivos, y destacaron su destreza física en lugar de solo su belleza, estas imágenes interrumpieron la cultura visual argentina en los años veinte y treinta. A lo largo de la década de 1930, en aproximadamente un 15% de las portadas de El Gráfico aparecían mujeres. Aunque todavía eran una minoría, la frecuencia con la que aparecieron las atletas superó con creces la de cualquier publicación similar en el continente y probablemente jugó un papel en la normalización de la idea de mujeres deportistas. Además de presentarlas en las portadas, El Gráfico también escribió sobre sus logros. Mientras que revistas femeninas como El Hogar presentaban imágenes de damas de sociedad y estrellas. Una de las pocas portadas que muestra mujeres en poses activas es la de una chica en zapatillas de ballet sobre un trampolín39. En otras palabras, en lugar de temas activos, la mayoría de las revistas las representaban como objetos pasivos que debían ser admirados por su belleza, gracia o riqueza.
Otra forma en que El Gráfico destacó la participación femenina en los deportes fue al identificar de manera frecuente a qué clubes deportivos pertenecían las jugadoras, lo que ayudó a normalizar su actividad deportiva e incluirlas como parte de una comunidad deportiva más grande. A partir de esas descripciones, llegamos a la conclusión de que muchas de las deportistas de élite pertenecían a clubes exclusivos de las comunidades británica, alemana, escandinava y francesa. En general, las investigaciones han asumido que la difusión del deporte comenzó con las mujeres urbanas de élite y se propagó a la clase trabajadora40. Las mujeres acomodadas ciertamente tenían más tiempo libre y asistían con mayor frecuencia a las escuelas europeas, que promovían la educación física de las niñas. Al mismo tiempo, la naturaleza y el número de artículos que expresaron ansiedad por la popularidad de los deportes entre las mujeres indican que, al igual que con los deportes de los hombres, la actividad física femenina traspasó rápidamente los círculos de élite.
El crecimiento del deporte femenino en Argentina coincidió con la consolidación de la medicina deportiva en universidades, clubes y asociaciones deportivas nacionales. Como era de esperarse, los líderes en medicina deportiva no fueron capaces de llegar a un consenso respecto de la participación de las niñas y las mujeres en los deportes. De hecho, la historiadora Patricia Anderson demostró la naturaleza contradictoria y desinformada de los debates que se dieron a principios del siglo XX sobre el efecto del ejercicio femenino41. A mediados del siglo XX, surgieron distinciones que basaban sus recomendaciones físicas dependiendo de la edad de la mujer. Los artículos y textos académicos recomendaban sistemáticamente los deportes femeninos, pero solo hasta la pubertad. Sin embargo, las opiniones divergían ampliamente después del inicio de la menstruación. Una vez que se transformaban en potenciales madres, proteger y vigilar sus cuerpos se volvió mucho más importante para el Estado y la sociedad. Por ejemplo, el profesorado de la Universidad de Buenos Aires pensaba que las mujeres debían cesar todas las actividades deportivas al inicio de la menstruación42. Otros, especialmente Ruth Schwarz de Morgenroth, pensaban que el ejercicio era aconsejable para las pubescentes, pero solo bajo la supervisión de una experta. Incluso los defensores más firmes de la actividad física enfatizaron la necesidad de moderación y supervisión. Si bien había opiniones sobre la menstruación y el deporte, había un consenso universal entre los expertos: las mujeres no podían hacer ejercicio durante el embarazo. Esta ansiedad que rodea al embarazo puede deberse, en parte, a la disminución que se registró en la tasa de natalidad argentina, la cual bajó en un 54% entre 1910 y 193043. Las deportistas se convirtieron en blanco del desprecio médico, cuando los expertos, sin ninguna evidencia científica o de otro tipo, culparon al atletismo y otras actividades recreativas de distraer a las mujeres de la maternidad y dañar la fertilidad44.
Los expertos médicos recomendaban el ejercicio durante el posparto, principalmente para mejorar la belleza y perder peso, en lugar de otros beneficios. A partir de la década de 1920, los médicos en Argentina trazaron una línea muy fina entre la obesidad y la lipofobia (miedo a la gordura). Estos expertos postularon que las mujeres tenían una tendencia natural hacia la gordura, y que las que sufrían de delgadez extrema tenían una figura demasiado angular y estilizada. En otras palabras, la belleza, que era la meta de la educación física, era difícil de alcanzar y mantener. Por un lado, las mujeres serían “obesas” si no hacían suficiente actividad física, mientras que por el otro, serían demasiado delgadas si hacían mucha actividad física. En las columnas médicas de la revista Eva, de la década de 1940, los médicos aconsejaban que durante el posparto usaran más maquillaje, fajas bien apretadas y que se cepillaran el cabello con mayor entusiasmo45. Cuando a las mujeres les llegaba la menopausia, dejaban de ser sujetos de medicina deportiva. Esto subrayó aún más la visión de la ciencia del deporte de que el ejercicio era para un ideal estético o un estado físico materno, más que para la salud.
Con la profesionalización de la medicina, la educación y el deporte, las mujeres se vieron excluidas de esos campos. Es difícil identificar una razón concreta, pero a partir de fines de la década de 1930, ciertos líderes de educación física buscaron reducir el número de instructoras. Raúl Blanco, director de instituciones en Argentina y Uruguay y autor de un importante trabajo sobre la historia de la educación física, declaró que el programa argentino de educación física fue un fracaso, en parte porque había demasiadas profesoras46. Blanco acusó a las mujeres que seguían una carrera docente en educación física de no tener vocación. Según él, lo hacían por el horario cómodo que ofrecía y no por sentir una verdadera pasión. También opinó que pasaban demasiado tiempo en gimnasia y que no inculcaban moral y disciplina a sus estudiantes. En 1939, en respuesta a críticas similares, el presidente argentino Roberto Ortíz creó el Instituto Nacional de Educación Física (INEF), exclusivamente para la enseñanza de niñas (y futuras profesoras), mientras que los hombres continuaron estudiando en el Instituto de Aplicación General Belgrano47. Este número creciente de especialistas organizó el primer Congreso Panamericano de Educación Física en Buenos Aires en 1941. Si bien asistieron mujeres, lo que sabemos por sus propios escritos, no aparecen en los registros oficiales del congreso48.
El aumento de los recursos para el deporte masculino argentino en el período peronista eclipsó el deporte femenino. A pesar de la profesionalización del fútbol masculino en 1931, la Asociación Argentina de Fútbol continuó dependiendo del apoyo estatal, lo que solo aumentó durante las décadas de 1940 y 1950. A medida que el balompié emergió como el deporte nacional, fue más difícil para las futboleras reclamar un espacio. Sin embargo, el aumento del apoyo estatal a los clubes profesionales y de aficionados, supuestamente para el fútbol, se extendió a otros deportes femeninos. Las mujeres participaron con entusiasmo en los Juegos Panamericanos, organizados por Argentina en 1951. De hecho, las argentinas lograron importantes victorias en 1951, donde ganaron los tres primeros lugares en esgrima, así como medallas en atletismo y natación. A lo largo de la década de 1950, las argentinas sobresalieron en los Juegos Panamericanos. El Club Atlético San Lorenzo de Almagro se convirtió en un lugar importante para el entrenamiento de deportistas en estos eventos. Una de ellas fue Ingeborg Mello, cuya familia judía había huido de Alemania a fines de la década de 193049. Mello ganó el oro en los eventos de tiro y disco en los Juegos Panamericanos. Mientras competía por Argentina en los países vecinos durante la década de 1940, Mello y sus compañeras judías se enfrentaron a simpatizantes nazis dentro de la comunidad de atletismo50. Los logros deportivos de Mello la ayudaron a obtener la nacionalidad argentina.