Más allá del ayer. Ronald K. Noltze

Más allá del ayer - Ronald K. Noltze


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si fuese una película, el recuerdo de las vivencias de las últimas semanas y meses pasó por su mente. Aquello había sido una mezcla de estrés y mucha bendición. De seminarista había pasado a misionero, y con esto sus más secretos sueños se habían cumplido. Estaba dispuesto a dar lo mejor de sí. Y estaba convencido de que, con la ayuda del Cielo, iba a cumplir la misión a la cual había sido llamado.

      Echó una última mirada a la nebulosa distancia, soltó las manos de la barandilla y caminó lentamente por la cubierta hasta la escalera que lo llevaría a su cabina. No compartía el recinto con nadie, por lo que podía acomodar sus cosas a gusto. Había dos camas. Se decidió por la del lado interno, el opuesto a la ventanilla, que le permitiría tener una libre vista al mar. “Por ahora, todo es muy agradable y cómodo”, pensó el misionero. Entonces, se arrodilló en su pequeña cabina y oró: “Eterno y omnipotente Dios, entrego mi vida en tus manos. Una vez más, quiero dedicarme enteramente a ti y al desafío que me espera. Dame la fuerza y la prudencia para realizar la tarea asignada. Amén”.

      Luego, buscó su pequeña Biblia negra y leyó las palabras del Salmo 32:8, aquellas que tantas veces le habían dado fuerza y coraje en momentos difíciles:

      “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos”.

      El Africa-liner SS-Wadai

      El SS Wadai era un vapor a carbón de la compañía naviera alemana Woermann, de Hamburgo. Construido en 1922, en el momento en el que partió Karl era un barco relativamente nuevo. Tenía espacio para unos cien pasajeros, distribuidos en cincuenta cabinas. Con apenas 110 metros de largo y solo 15 metros de ancho, era todo menos un barco grande, y el flamante pastor Nolze tenía, con mucha razón, la impresión de que la navegación no era muy serena en el movido mar de invierno.

      El viaje de Hamburgo a Monrovia duraría tres semanas. Habiendo relativamente pocos viajeros a bordo, los contactos entre los pasajeros se hacían muy rápido. Algunos se presentaban espontáneamente, mientras que otros eran introducidos por algún conocido en común. Después de pocas horas, todos se conocían. A esto se sumó que, durante su discurso de bienvenida en la primera cena a bordo, el capitán del barco calificó a todos los tripulantes como una “gran familia”. El ambiente resultó ser muy agradable en ese círculo.

      Para aquella comida, Karl se había puesto su traje bueno, el negro. El capital saludaba en la entrada del comedor. A su lado, un oficial armado con una lista de pasajeros mencionaba el nombre de los que entraban:

      –Bienvenido, pastor Noltze. De modo que usted es el misionero –señaló el capitán mientras recibía a Karl con una amplia sonrisa.

      El apretón de manos fue agradablemente firme.

      –Es siempre especial para nosotros tener un religioso a bordo –agregó.

      A su lado, estaba el primer oficial, quien también saludó en forma amable:

      –Es un gran honor.

      Aquello fue todo muy formal. Al menos así le pareció a Karl, quien por un momento se preguntó: “¿Habrá habido algo de ironía en las palabras del capitán o fueron estas realmente sinceras?” Tras meditarlo por una fracción de segundo, se decantó por creer en la honestidad de su anfitrión de aquella noche.

      –¡Gracias por la bienvenida, capitán! –señaló enérgico.

      Sin embargo, notó que, de algún modo, hacía falta algo más, de modo que agregó con una amplia sonrisa:

      –Espero que mi presencia sea para bendición de la nave.

      Aquella acotación fue bien recibida. Karl había dado en la frecuencia justa. Ambos se miraron directamente a los ojos: fue el comienzo de una amistad que iba a durar por muy muchos años.

      El maitre le asignó una mesa para seis en la que solo había hombres. Todos estaban vestidos formalmente, de modo que Karl se sintió a gusto. Estrechó la mano y se presentó con cada uno.

      Algunos de aquellos señores habían estado durante largos años en los trópicos. Cada cierto tiempo, tenían derecho a un período de vacaciones en su país natal. Ahora, retornaban a sus puestos en ultramar.

      De acuerdo con las reglas de la medicina de la época, un europeo no debía sobrepasar un máximo de dos años en el calor tropical. Se sospechaba que una serie de síntomas, cuyo origen se desconocía, y se denominaba “crisis tropical”, aparecía en quienes permanecían por demasiado tiempo en ese clima. La alimentación desequilibrada, el constante e intenso calor, la sudoración permanente y, especialmente, el sol fuerte parecían afectar la salud del hombre blanco.

      –Pastor Noltze, de modo que usted está viajando con un mandato de una sociedad misionera –indagó el señor que estaba sentado frente a él.

      Todos los ojos giraron expectantes hacia el joven vestido de negro.

      –Así es. Sin embargo, debo reconocer que nunca he viajado a los trópicos. De hecho, es mi primera experiencia en el extranjero.

      La respuesta agradó a los caballeros. El religioso demostraba estar seguro de sí mismo, pero sin ser arrogante. A partir del buen clima que se generó en el inicio de la conversación, los comensales se sintieron motivados a hablar sobre sus experiencias personales. Algunos de ellos eran más bien reservados y prudentes, mientras que otros tendían a exagerar sus papeles; cada una según su estilo. Karl disfrutaba de escuchar sus historias. Aquella cena resultó un momento agradable, de esos en los que el tiempo corre sin que uno lo note. Fue, también el preludio de una bonita convivencia, un contraste con las dificultades que le esperaban a Karl en tierras africanas.

      El variado grupo de damas y caballeros comerciantes, diplomáticos, agregados consulares, militares y también algunos trotamundos a bordo estaban siempre empeñados en no permitir que el aburrimiento invadiera el barco. Como la compañía naviera Woermann trabajaba principalmente con barcos de carga, el número de pasajeros se mantenía siempre reducido. La comida era sabrosa, sumamente variada, y los platos, tan abundantes que había que medirse constantemente para no caer en excesos.

      Como en la cubierta y sobre todo en la proa soplaba el viento helado del invierno, todas las actividades se realizaban en los amplios salones. Largas charlas se sucedieron en aquellos espacios donde nacían nuevas amistades y donde tampoco faltaban los juegos de mesa y un gramófono de la época, con el cual los tripulantes escuchaban nostálgicas melodías de la lejana patria.

      El resto del día, Karl se dedicaba a escribir en su diario de viaje y a practicar inglés.

      El hecho de tener un teólogo y misionero a bordo despertaba la curiosidad de más de uno de los pasajeros. Para muchos de ellos, la de Karl era una actividad completamente desconocida. Es que la mayoría de quienes viajaban en el barco eran comerciantes o empleados de embajadas europeas en África; poco o nada sabían de la vida y de las actividades de un misionero. Y esta situación abrió las puertas a varias conversaciones.

      Claro que también Karl ignoraba mucho sobre el mundo en el cual se movían sus compañeros de a bordo. Aquellos días en el barco le permitieron sumergirse en el tema de las colonias extranjeras.

      En aquel tiempo, al hombre blanco se le adjudicaba en ultramar una posición de privilegio, pero también llena de desafíos. El comportamiento de los nativos era completamente diferente al que se acostumbraba en Europa, y la selva planteaba muchos peligros. Sobre todo, resultaba vital para un extranjero saber tratar a los nativos con tacto. A medida que escuchaba relatos de sus compañeros, Karl reconoció muy pronto que aquella sería la clave entre el éxito y el fracaso de su misión. A menudo, en detalles relacionados con el trato con los habitantes locales dependería su supervivencia en la selva liberiana.

      Mientras Karl aprendía valiosas lecciones, el SS-Wadai se balanceaba en un mar agitado. Las bodegas estaban muy cargadas de carbón, y la nave se movía pesadamente en las aguas del mar. Era diciembre y el capitán, incitado por el contexto, contaba con entusiasmo anécdotas sobre


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