Más allá del ayer. Ronald K. Noltze

Más allá del ayer - Ronald K. Noltze


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en el Canal de la Mancha. Cuando la proa se hundía profundamente en el valle de alguna gigantesca ola, masas de agua se precipitaban sobre la cubierta, salpicaban hasta el puente y se derramaban a lo largo de las cubiertas laterales. Nadie podía estar allí afuera sin correr riesgo de ser arrastrado al mar. Al principio, aquello pareció novedoso y exótico. Al cabo de unos instantes, pasó a incomodar. Pronto, las amenazas de un mar embravecido se habían convertido en una tortura. Las subidas y bajadas de las crestas a los valles del oleaje eran acompañadas por un balanceo lateral de la nave, de estribor a babor. A excepción de los marineros, ninguna persona del barco podía mantenerse en pie. Aquellos que instantes antes disfrutaban de la comodidad y de amenas charlas, cambiaron de aspecto –ahora lívido, verde pálido y calamitoso– al compás de la tempestad. En aquellos momentos, Karl mismo no se podía mantener más en pie y se encontraba tirado en su cabina, donde había buscado refugio. Amargamente, el joven tuvo que aprender qué significaba un mareo en altamar. Fueron momentos en los que la angustia llegó a sus límites, al punto de que muchos desearon la muerte. Y por ninguna parte había tierra a la vista.

      Recién a la altura de las Islas Canarias la turbulencia del océano se calmó. Poco a poco, el mar se tranquilizó y ya casi no se notaban olas. Lentamente aparecieron de nuevo pasajeros en cubierta para disfrutar no solo de la cálida brisa de a bordo, sino también de la paz propia de quien deja atrás una turbulencia. El mar azul y un cielo despejado daban un marco imponente al resto del viaje.

      Las Palmas fue el primer puerto que avistaron. Apenas colocada la pasarela al muelle, Karl y sus nuevos amigos bajaron a tierra. Tener otra vez un suelo firme debajo de los pies era una sensación especial. Tanto como la vida subtropical de la isla. Por aquellos días, Karl escribió en su diario: “Cuán agradecido estoy de poder ver y experimentar todo esto y, sobre todo, de haber dejado atrás esas espantosas tormentas de invierno”. Inmediatamente siguen sus primeras palabras aprendidas en castellano: “Buenos días. ¿Cuánto cuesta...?” A pesar de que el de la isla era un ambiente muy diferente de aquel al que estaba habituado, aún se trataba de una cultura europea. Esto cambiaría muy pronto.

      Barcazas, lanchones y botes llegan hasta el barco.

      Solo pocos días después, el SS-Wadai tomó contacto con África. El “continente olvidado” se presentó en el puerto de Dakar, la capital de Senegal. Aquello era como un puente a otro mundo. Extraño y fascinante a la vez: gente de piel morena, con curiosa vestimenta africana, y muchas mujeres vestidas solo de la cintura hacia abajo. Los niños durmiendo atados a la espalda de sus madres y las cargas llevadas sobre la cabeza. Los vendedores generalmente sentados en cuclillas, ofreciendo sus mercaderías en la calle. A Karl le impresionaba particularmente el descontrolado colorido de vendedores que gritaban para ofrecer pájaros enjaulados, otros animales atados y una enorme variedad de frutas.

      A pesar del aparente desorden, esa gente mostraba una singular calma: eran sonrientes y su trato era amigable.

      –¿Que más nos esperará? –le dijo Karl a su compañero, el Sr. Moltke, agregado consular en Nigeria.

      Él le respondió desde su propia experiencia:

      –Oh, mi querido pastor, se acostumbrará muy pronto a este mundo. Estos africanos viven despreocupados, sin hacerse problemas por la vida. Uno realmente extraña esto cuando regresa a la cultura de Europa.

      Karl consideró aquella idea un tanto exagerada, pero Moltke agregó:

      –¿Sabe?, en mi primer viaje también tuve mis dificultades; es más, me preocupé. Pero cuando usted llega a comprender la mentalidad de esta gente y logra adentrarse en su filosofía de vida, nota con qué relajada tranquilidad enfrentan la vida. Esta gente africana es así. Los relojes de África, definitivamente, marchan a un ritmo diferente que los nuestros. Y la mayoría de ellos no tiene un reloj.

      Esa noche, Karl escribió en su diario: “En realidad, esto no lo esperaba así. El enfoque de la vida de estas personas es totalmente diferente al mío. Pero estoy seguro de que los llegaré a entender mejor. Quiero entenderlos y comunicarme con ellos. Tal vez pueda ganar algo de esa serenidad para mí”.

      ¡La puerta a África se había abierto!

      África, el continente desconocido

      Karl paseaba en la proa del barco, observando el mar, cuando el capitán lo vio, se acercó y le dijo:

      –Estimado pastor, lo invito a mi puente de comando. El mar está muy calmo, no hay barcos cerca, es probable que sea una jornada tranquila. Tal vez me puede contar un poco acerca de sus planes en la selva; me atraen sus convicciones y su valor para seguirlas. Me fascina saber que todo lo hace solo para trasmitir a estos nativos de la selva la esperanza del cristianismo, de un Salvador que los ama y que vendrá a rescatarlos.

      Y luego agregó, como para ofrecer algo a cambio, como contraprestación a sus preguntas:

      –Por mi parte, si le parece bien, yo puedo mostrarle el puesto de comando y cómo se conduce esta nave.

      “Esto sí que es una buena oportunidad”, pensó Karl. Ya había tenido varias ocasiones para conversar con este capitán, pero siempre en un grupo grande de personas. Aquellas charlas, ante la presencia de tantos, eran siempre superficiales y de asuntos generales. Ahora podría tener un intercambio más personal con el capitán. Karl también pensó que no podría detallar demasiado sobre su misión, ya que ni siquiera él sabía muy bien lo que le esperaba en Liberia. Sin embargo, podría hablar sobre su vocación, sus convicciones y su fe. De alguna manera, el joven sentía un afecto especial por este marino bronceado, quien tenía ojos azules honestos, una muy cuidada y recortada barba y buenos modales. Le impresionaba la conducta estoica con que llevaba la enorme responsabilidad por este barco. En silencio, Karl lo admiraba.

      –Por supuesto; con mucho gusto, capitán –respondió, finalmente. Y agregó:

      –Me resulta un privilegio especial.

      Karl siguió al uniformado mientras ambos subían por la estrecha escalera de hierro hacia el puente. Luego, inició el diálogo apenas entraron a la sala desde donde se comandaba el barco:

      –Honestamente, yo mismo tengo curiosidad de saber todo lo que me espera en Liberia.

      Más tarde, dio algunas de las pocas precisiones que tenía sobre sus planes en el país africano:

      –De acuerdo con los informes que tengo, una vez de­sem­barcados, seguiremos directamente con una caravana de hombres de carga por 40 kilómetros al interior, hasta la estación misionera. Dos de mis colegas han iniciado esta misión recién hace ocho meses en plena selva virgen. La estación se llama Palmberg y, como dije, está en sus comienzos. A propósito, dos de mis superiores vendrán a bordo en el puerto de Freetown y me acompañarán por el resto del viaje. Me gustaría poder presentarle a los dos secretarios de Misión. Uno es inglés, proveniente de Londres, el otro entiendo que viene de Hamburgo. Yo tampoco los he conocido personalmente –añadió Karl, distendido ante el interés del capitán.

      –Por supuesto; y desde ya lo invito para una cena junto con los dos caballeros –contestó el marino.

      Esa fue buena noticia. Karl pensó en que a los líderes de la Misión les gustaría tener ese encuentro privado con el capitán del barco y se alegró por la invitación.

      Con el correr de los días y de la navegación, el clima se había vuelto realmente cálido y el sol era implacablemente fuerte. Tanto los pasajeros como el personal sacaron la ropa blanca de sus maletas. La tripulación instaló una piscina hecha de lona en la cubierta superior. Había una cantidad de tumbonas donde se podía leer y cada tanto tomar un refrescante baño en la piscina. ¡Aquello era, simplemente, una vida fantástica! Karl había hecho ya varios amigos muy agradables, entre ellos algunos que solo hablaban inglés, lo cual lo obligaba a practicar la lengua que había estudiado en forma intensiva durante los últimos meses. Otros habían


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