Un viaje en el tiempo. Bradley Booth

Un viaje en el tiempo - Bradley Booth


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los Estados Unidos, y están inactivos y en silencio en los patios de maniobras. Los camiones ya hacen una gran parte del trabajo pesado, y los aviones llevan a la gente de un lado a otro en a penas unas horas. Los trenes siguen siendo mucho más baratos, pero los camiones y los aviones dan trabajo a más gente.

      En esta vida, hay muchas montañas que atravesar y, a veces, el viaje de subida es largo y duro. A veces, cada día es una larga y dura subida. Mientras contemplas la rocosa ladera de la montaña a la que te enfrentas, puede que sacudas la cabeza y pienses que es imposible escalarla. Tal vez, estás desanimado por un examen de matemáticas que se avecina y sientes que no podrás aprobarlo. Quizá, tu hermano menor te está volviendo loco. Tal vez, piensas que tus padres no te entienden. ¿De dónde puedes sacar el poder para conquistar estas pendientes? Buenas noticias. Mira hacia arriba, no a la montaña que tienes delante, sino más allá. Si miras con sinceridad, encontrarás el poder del Dios que tiene más fuerza que cualquier locomotora. Sigue pidiéndole que te dé su poder, y te encontrarás en la cima de tu montaña.

       Desastre en el transbordador espacial

       “Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: ‘¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?’ ” (Salmo 8:3, 4, NVI).

      Un día como hoy, en 1986, el transbordador espacial Challenger explotó a los 73 segundos de su despegue y cayó en llamas frente a la costa de Florida. Fue el peor desastre espacial de la historia. Murieron los seis astronautas a bordo: Michael Smith, Ronald McNair, Francis Scobee, Ellison Onizuka, Gregory Jarvis y Judith Resnik. Además, también falleció Christa McAuliffe, una profesora de Nueva Hampshire que había ganado un concurso para convertirse en la primera ciudadana común en volar al espacio. La mañana del lanzamiento había sido fría, tanto que las juntas tóricas de los propulsores de combustible sólido del transbordador se rompieron, y eso permitió la salida de gases explosivos.

      ¡Qué tragedia para la tripulación y sus familias! Y también para el programa espacial. Ya era bastante difícil recaudar dinero para financiar la investigación y la exploración del espacio, pero un desastre como este podría haber paralizado, o incluso cerrado definitivamente, el programa. Algunos pensaron que la tragedia era el resultado de ignorar lo obvio: estamos destinados a vivir en la Tierra, y no en el espacio exterior. Según ellos, si se ampliaban los límites de la exploración espacial, solo se producirían más desastres. Pero prevalecieron las personas con pensamientos opuestos a este y, tras un tiempo de luto, el programa espacial de los Estados Unidos volvió a ponerse en marcha. La mayoría llegamos a creer que las vidas de esas queridas personas no fueron sacrificadas en vano. Desde entonces, la NASA completó 110 misiones, casi todas exitosas. Y desde el comienzo del programa, en 1981, hasta su cierre, en 2011, lanzó 135 misiones.

      Dios amaba a cada uno de esos astronautas. Se acordó de ellos, como dijo David, y se acuerda de nosotros, sin importar la cantidad de cosas malas que nos pasen. Un día muy cercano, Cristo nos llevará a todos en un viaje por el espacio, pasando por estrellas brillantes y planetas anillados, hasta nuestro hogar celestial. Cuando los desechos espaciales, el polvo lunar y los cometas pasen por delante de nosotros, no tendremos que preocuparnos ni un poco por las juntas tóricas agrietadas, los pernos sueltos o los cables defectuosos. Ni siquiera necesitaremos trajes espaciales con suministro de oxígeno. Volaremos con el Creador del universo, el Iniciador de la vida. El mismo Creador que nos guiará a través de las constelaciones está atento a ti en este mismo día, en este mismo momento. Está pensando en ti. Aunque ahora no puedas verlo, una gran sonrisa se dibuja en su rostro al darse cuenta de que tú también piensas en él.

       Los inicios del béisbol

       “Porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todoel mundo, si pierde su alma?” (Marcos 8:36, RVR 95).

      El béisbol ha sido llamado, tradicionalmente, el pasatiempo favorito de los Estados Unidos, en especial para las personas mayores. Tal vez sea porque ha existido durante mucho tiempo. En este día, en 1900, se creó la Liga Americana de Béisbol en Filadelfia, Pensilvania. Antiguamente, la liga contaba con solo ocho equipos pero, luego de cien años, se ha expandido hasta contar con treinta equipos de las grandes ligas. Algunos de los equipos originales que siguen existiendo hoy son los Tigers de Detroit, los White Sox de Chicago y los Orioles de Baltimore. Muchos jugadores de béisbol han alcanzado el estrellato mientras corrían por esas bases; jugadores como Babe Ruth, Lou Gehrig, Ted Williams, Pete Rose, Reggie Jackson, Jackie Robinson, Ken Griffey Jr., Barry Bonds, Hank Aaron, Joe DiMaggio y Alex Rodríguez.

      Es un juego muy complicado. Algunos dicen que tiene más reglas que cualquier otro deporte en los Estados Unidos hoy en día. Puede ser pero, básicamente, sigue siendo un juego de niños. En este deporte, se enfrentan dos equipos de nueve jugadores cada uno. Un jugador lanza una pelota y otro la golpea con un bate. Luego, la persona que ha golpeado la pelota corre en círculo mientras los demás jugadores intentan atrapar la pelota y marcar al corredor. Parece una tontería cuando lo decimos así, ¿verdad? Hoy en día, muchos jugadores de béisbol cobran millones de dólares por no hacer nada más que jugar. El contrato mejor pagado hasta la fecha en que escribo esta lectura devocional (2009) es de 33 millones de dólares al año, y algunos afirman que el jugador llegó adonde está tomando esteroides. Sin embargo, por muy grande que parezca ese salario, Mike Trout pronto romperá todos los récords de salarios en el béisbol cuando firme un contrato por 500 millones de dólares.

      La mayoría de los jugadores de béisbol juegan con honestidad e integridad, pero este deporte, al igual que otros, es extremadamente competitivo; y la diferencia entre ganar y perder puede estar tan solo en un swing ligeramente más fuerte, un salto más explosivo al robar una base o una bola rápida más veloz. Esto crea una elección para estos héroes uniformados. ¿Deben mantenerse centrados en su objetivo de ser lo mejor que pueden ser, honestamente, o tomar la ruta “más fácil”, cargada de inconvenientes ocultos y destructivos? La mayoría elige el camino noble, pero otros han optado por hacer trampas, inyectarse esteroides para mejorar el rendimiento, y comprometer su integridad, su salud y su futuro inmediato y lejano, mientras se dan mala fama a sí mismos y al juego. No hay nada más lamentable que un héroe caído.

       Comienza el Holocausto

       “En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33, NVI).

      El 30 de enero de 1933, comenzó en Europa una época de terrible persecución, conocida como el Holocausto. Cuando Adolfo Hitler llegó al poder como nuevo canciller de Alemania, trajo consigo una agenda reducida, un comportamiento impredecible y una filosofía oscura. En pocos meses, tomó el control total del gobierno y se convirtió en un dictador. Creyendo que su raza era superior a todas las demás razas de la tierra, inició acciones tan sorprendentemente malvadas que incluso los más cercanos a él no creyeron que de verdad las llevaría a cabo. El blanco especial de sus nefastos planes era la raza judía.

      Una de las primeras cosas que hizo fue promulgar una ley que proclamaba la inferioridad de los judíos y determinaba que no merecían formar parte de Alemania. Esta ley no afectó solo a unos pocos judíos, sino a masas de seres humanos de todo el país. La policía secreta de Hitler irrumpió en restaurantes, tiendas y hogares judíos, gritando sus órdenes de evacuación. Muchos judíos fueron empujados a sectores cercados de la ciudad, llamados guetos, donde niños tosiendo y vestidos solo con trapos temblaban en el aire nocturno. Otros judíos fueron obligados a trabajar en fábricas como esclavos. A otros los metieron en trenes como si fueran ganado, con destino a los lugares que se convirtieron en la cara grotesca del Holocausto: los campos de concentración.


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