Un viaje en el tiempo. Bradley Booth
no haberlo hecho pero, más aun, deseabas que te perdonaran porque sabías que, si te daban otra oportunidad, no volverías a hacer algo así.
En este día de enero de 1977, los evasores de la guerra de Vietnam recibieron ese regalo. El presidente Jimmy Carter perdonó a miles de ellos por esconderse para evitar ir a luchar en la guerra de Vietnam. Por supuesto, eludir el reclutamiento militar es un delito, y los que fueran descubiertos serían encarcelados. Por eso, muchos de ellos habían huido del país. Algunos se fueron a Canadá; y otros, a Europa.
La guerra de Vietnam fue una de las peores guerras de la historia de los Estados Unidos. ¿Por qué? ¿Porque más de 50.000 soldados murieron en la guerra? Sí. ¿Porque se prolongó durante casi veinte años sin un final real a la vista? Sí. ¿Porque fue una guerra muy impopular, con miles de protestas por la decisión de enviar a jóvenes al peligro? ¿Porque no había un plan claro sobre cómo completar la misión y ganar la guerra? Sí, y sí.
Así que, por todo esto, y a pesar de que muchos políticos no creían que los que habían evadido el reclutamiento debían ser perdonados, el presidente Carter lo hizo de todos modos.
Y eso es exactamente lo que Jesús ha hecho por ti y por mí. Somos pecadores y no merecemos ser perdonados; pero, su sacrificio en el Calvario le da a Cristo el derecho a perdonarnos de todos modos. Y hace algo aun más increíble: promete darnos una corona de vida eterna. ¡Sublime gracia del Señor!
22 de enero
Roe versus Wade
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6, RVR).
Los bebés son las criaturas más preciosas de toda la creación de Dios. Nacen con mucho dolor, son totalmente indefensos, y hacen que nuestros días estén increíblemente ocupados y también nuestras noches; y sin embargo, los amamos con la ternura que Dios pone en nuestros cálidos corazones. Los pequeños ojos que nos miran mientras comen; el aroma de su piel suave; su quejido cuando tienen hambre; su llanto penoso cuando tienen miedo o se sienten solos; todo hace que siempre tengamos presente a esa frágil criatura que llamamos bebé.
Desgraciadamente, las vidas que Dios regala tan milagrosamente se apagan, a menudo, mucho antes de tiempo. A esto lo llamamos aborto, y debe causar un dolor inconmensurable a nuestro Padre celestial.
El 22 de enero de 1973, al fallar en el caso Roe vs. Wade, la Corte Suprema de los Estados Unidos tomó la decisión de que el aborto era legal. ¡Qué tragedia! Desde entonces hasta el momento en que escribo esta lectura devocional, se estima que los médicos estadounidenses han realizado casi 60 millones de abortos. Eso significa, aproximadamente, 1,3 millones al año o 3.500 por día. El 86 % de las mujeres que abortan son solteras y el 10 % son adolescentes. Lamentablemente, cerca del 30 % de los abortos se los realizan mujeres que ganan menos de 15.000 dólares al año. Lo más probable es que, en muchos casos, no puedan permitirse visitas regulares a un médico que les ayude a cuidar de su bebé por nacer. Pero una de las estadísticas más tristes es que más del 90 % de los abortos se producen por razones sociales: se verá mal que la familia acepte al bebé, cuidar al bebé requerirá demasiado tiempo, la joven no quiere renunciar a su carrera, etc.
Es increíble que, en un país que dice valorar tanto la vida, se permita que ocurra esto y que no se defienda a los bebés no nacidos. En tiempos pasados, las muertes infantiles eran un hecho común. Todavía en 1900, uno de cada cuatro bebés moría por complicaciones en el parto, o por una infección durante o después del parto. Y luego, antes de que los niños alcanzaran los diez años, uno de cada cuatro moría por enfermedades fatales de la época. Hoy esas cifras son mucho, mucho más bajas. Ahora solo uno de cada cien bebés muere al nacer. Pero, aquí estamos, hablando de una nación próspera y médicamente desarrollada, que ha reducido la tasa de mortalidad de bebés de veinticinco a uno cada cien y, sin embargo, la muerte por aborto inducido es más común que nunca.
Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Él es nuestra única fuente de esperanza y paz en este mundo pecador. ¿Por qué no te comprometes hoy a proteger el carácter sagrado de la vida humana?
23 de enero
Lo antiguo y lo nuevo
“Grande es Jehová y digno de ser en gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. ¡Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra es el monte Sion, a los lados del norte! ¡La ciudad del gran Rey!” (Salmo 48:1, 2, RVR 95).
La historia de Jerusalén es a la vez gloriosa y trágica. Ha sido destruida dos veces, asediada 23, atacada 52, y capturada y reconquistada 44 veces. Hace más de 4.000 años, Abraham visitó la ciudad de Jerusalén y a su rey, Melquisedec. El nombre de la ciudad en aquella época era Salem. Luego, unos mil años más tarde, David conquistó la misma ciudad pero, para entonces, su nombre había sido cambiado a Jebús. David pensó que sería un gran lugar para establecer la capital de la nación de Judá, y así lo hizo cuando se convirtió en rey.
Habían transcurrido 400 años desde entonces cuando la capital fue destruida por el rey Nabucodonosor, de Babilonia. Cuando los judíos regresaron del cautiverio babilónico unos años después, fue reconstruida; y esa fue la misma ciudad por la que Jesús caminó y en la que predicó. En el año 70 d.C., las tensiones entre los judíos y los romanos habían llegado a su punto álgido, lo que provocó que toda la ira de los césares descendiera sobre ese torturado lugar. El general romano Tito y su ejército arrasaron Jerusalén, esparciendo incluso las piedras del templo, y así se cumplió la predicción de Jesús.
La ciudad fue reconstruida durante los siguientes 60 años; y llegó a ser, alternadamente, el hogar de judíos, de romanos y de cristianos. La época medieval trajo consigo las cruzadas y, por 150 años, guerreros cristianos de toda Europa intentaron recuperar la ciudad santa de la ocupación musulmana.
A principios del siglo XX, las Naciones Unidas le entregaron a Gran Bretaña el territorio palestino para que lo administrara. En 1948, luego de la Segunda Guerra Mundial, se decidió dividirlo en dos Estados independientes (uno árabe y uno judío). Aunque los árabes decidieron ocupar la mayor parte de Jerusalén, en este día de 1950, la ciudad se convirtió en capital del Estado de Israel. Desde entonces, la asediada Jerusalén ha sido un constante campo de batalla entre judíos y árabes.
Jerusalén nunca más será el hogar de la iglesia oficial de Dios, pero se acerca el día en que la Nueva Jerusalén será nuestro hogar. Cuando Jesús, con su ejército de ángeles, regrese para liberar a sus seguidores, los llevará a vivir con él en esa ciudad de mansiones, donde puertas de perla se abren frente a calles de oro y el río de la vida fluye desde el trono de Dios. ¿Por qué no haces hoy mismo tu reserva para poder estar allá?
24 de enero
Oro en las colinas
“Sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan” (Mateo 6:20, RVR 95).
El 24 de enero de 1848, se descubrió oro en Coloma, California. Una gran cantidad de oro. El lugar se llamaba Sutter’s Mill, y el descubrimiento ganó su lugar en los libros de historia como uno de los eventos extraordinarios en la historia estadounidense no solo porque se encontró oro, sino por la cantidad de gente que viajó desde todo el mundo para llegar allí.
La noticia del hallazgo corrió como la pólvora. Hombres, mujeres y niños de toda América cruzaron al continente salvaje en caravanas. Otros, procedentes de la costa este, de Europa e incluso de lugares tan lejanos como Australia, llegaron en barcos de vela por mar, a menudo luego de enfrentarse a dificultades increíbles. Para 1849, decenas de miles de “49ers” habían llegado para reclamar sus tierras, y buscar el metal amarillo entre