Cuentos de Asia, Europa & América. Tessa Hadley

Cuentos de Asia, Europa & América - Tessa  Hadley


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que esperaba algo de la oscuridad, aunque no se preguntaba qué, oyó que los pies de Fátima aterrizaban, con un pequeño golpe contra el suelo. Entonces se levantó muy despacio y fue a espiar, con miedo, por la ventana. Sus ojos enormes brillaban bajo el encantamiento del vestido. Porque el vestido irradiaba una luz fuerte, deseoso de ponerse a levitar.

      Fátima abrió la boca para hablar, pero no dijo nada. Quería beber agua. Pero por la rejilla nada pasaría. Temió que la mujer reaccionara y empezara a gritar. No podía distinguir el enojo del temor. Los dos iluminaban de igual forma. Y no tenían manera de explicarse. «¡Aquí no!», le dijo Fátima al vestido. «Quiero aterrizar donde me comprendan».

      El vestido rodó y se alejaron del campo de visión de la aldea. «Nadie te va a comprender mejor que ella», comentó el vestido, sentencioso. Pero quería volar. Por eso no adelantó nada más sobre el asunto.

      Traducción de Renato Sandoval Bacigulpo

      No quiero que J. pase por el escáner

      claudia apablaza

      chile

      Estamos en Park Place 11 y algo. J. comienza a hacer su maleta. Se va en cuatro horas más. Me dice que le ayude. Estamos felices por haber hecho este viaje juntos, nuestro primer viaje al extranjero juntos, él se va antes, yo tengo algunas cosas que resolver aún. Me dice que le haga la bolsa donde llevará el pasaporte y los papeles fundamentales. No quiere pasar por la máquina de escáner. Tiene un problema al corazón y no quiere pasar por esa máquina. No quiero que pase por esa máquina. Me aterra que J. pase por esa máquina. Le comienzo a hacer la bolsa de mano, él hace la maleta grande. Le digo lo feliz que estoy de este viaje. Que lo pasamos muy bien. Que viajar siempre nos hace bien o cosas así. Él hace la maleta grande, donde pone ropa, libros, regalos y zapatos. Lleva además un casco de fútbol americano que nos encontramos en Kingston con Park Place. Estaba arriba de un basurero, supusimos que no era de nadie, lo agarramos y lo trajimos a casa: un departamento que arrendamos por dos meses.

      J. se ducha antes de vestirse y partir a jfk.

      Yo me hago un sándwich de palta y queso antes de salir de casa.

      J. le da una mascada a mi sándwich antes de salir hacia el aeropuerto. Siempre compartimos lo que estamos comiendo.

      Lo abrazo.

      Salimos de casa.

      Nos cuesta bajar las maletas por esa escalera tan angosta.

      Caminamos desde casa a Kingston Throop con las maletas.

      Voy nerviosa porque no quiero que hagan pasar a J. por el escáner. Me dice que no me preocupe. Que no va a pasar nada.

      J. carga la maleta. Temo que cargue la maleta porque tiene un problema al corazón. Me dice que no me preocupe. Que no le pasará nada.

      Caminamos de casa a la estación Kingston Throop.

      Bajamos por la escalera. No hay ascensor. La maleta pesa más de veinte kilos.

      Le pregunto cómo se siente.

      Me dice que todo bien.

      La primera parada es Utica. La mujer lo anuncia por altoparlante.

      Utica station. Utica station.

      Luego vendrán:

      Ralph Avenue

      Rockaway Avenue

      Broadway Junction combinación

      Tomamos la J. hacia jfk.

      Alabama Avenue

      Van Siclen

      Cleveland

      Norwood

      Crescent

      Cypress Hill

      75 St. Elderts

      85 St.

      Woodhaven

      104 St.

      111 St.

      121 St.

      Sutphin Blvd.

      Air Train

      jfk

      En cada una de esas estaciones le pregunté a J. cómo se sentía. Temía que se agotara demasiado. Que luego lo hicieran pasar por la máquina de escáner de los gringos, esa que te hacen pasar para ver si llevas armas o drogas o cosas metidas en los estómagos.

      A veces seguro ven guaguas antes de que las mujeres sepan que están embarazadas. Eso es injusto.

      Llegamos al aeropuerto atrasados. El vuelo iba a salir en una hora treinta minutos. Teníamos sólo una hora y treinta minutos para que J. hiciera todo lo que había que hacer en los aeropuertos, desde mostrar su pasaje en la aerolínea hasta subirse al avión. Además, yo le había dicho que se tomara un jugo o que lo llevara para el vuelo. Comprarlo le demandaría otros minutos.

      Hizo el check-in. Le pregunté a la mujer del mesón, una latinoamericana, si habría algún problema si le decimos al hombre del escáner que no haga pasar a J. por ahí. Me pregunta si yo viajo con él, le digo que no. Le pregunta a J. si habla inglés, J. le dice que sí. Le dice que le diga al hombre y va a entenderlo. Agrega que no podemos llevar ese casco de fútbol americano en el avión porque pueden pensar que es un arma.

      Un casco como un arma. Bien, le digo a la mujer, no lo llevará, pero ¿cómo un casco va a ser un arma?

      Una vez que terminamos de hacer el check-in, le pregunto a J. cómo se siente y si le va a decir al hombre que está operado del corazón y que tiene cuatro placas de titanio ahí en el pecho.

      Me dice que no me preocupe. Que va a decirle al policía que tiene cuatro placas de titanio en el pecho y que está operado del corazón para que lo hagan pasar al lado del escáner y no por el escáner mismo.

      J. se despide. Llora. Me da un beso.

      Hace la fila para pasar por el escáner.

      Lo miro de lejos. Tiene los ojos tristes.

      Lo imagino cuando niño en una sala de operaciones.

      Imaginarse a niños siendo operados es doloroso. Su primera operación fue a los seis meses de haber nacido. Ahí comenzaron las placas de titanio.

      Lo busco con la mirada.

      Los pasajeros me tapan la vista.

      Imagino su corazón abierto en una sala de hospital.

      Me inclino, me pongo en puntas de pie.

      Cuatro médicos analizando su corazón y cortando músculos para llegar al centro.

      Fibrosis que dificulta el proceso.

      Imagino sus placas de titanio. Deben de ser del porte de un cuadrado de chocolate.

      Le digo desde lejos, con mímica, que le diga al hombre de los controles que no puede pasar por el escáner. Que debe pasar por el lado. Que tiene placas de titanio allí. Que podría descompensarse.

      Me dice con mímicas: Tranquila, no voy a morir.

      La fila avanza. Ya está cerca de que le toque su turno.

      Imagino que puede descompensarse en esa fila. Imagino que puede dejar de existir en esa fila.

      Me sudan las manos.

      Imagino que, si muere allí, los gringos van a esconder el cuerpo.

      Que pueden llevárselo a una sala especial luego de que muera.

      Que no voy a volver a verlo nunca más porque los gringos van a esconder su cuerpo, van a desintegrarlo con extrañas tecnologías.

      Imagino que harán desaparecer su cuerpo.

      Hay tantas historias de ese tipo y siempre quedan silenciadas.

      Sudo.

      Que pediremos explicaciones


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