Desaprender para transformar. Annette Nana Heidhues

Desaprender para transformar - Annette Nana Heidhues


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renovadas a lo que cada quien está haciendo, y apertura a explorar el pensamiento de autores y autoras que nos han ayudado a ampliar nuestra comprensión del universo que compartimos. A su vez, para quienes apenas inician su proceso de formación esperamos que encuentren aquí puntos de debate con otras maneras de concebir la existencia humana y unas infinitas ganas de explorar caminos habitados de preguntas. Como lo dijera Freire: “Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta”.

      Este año y medio de diálogo con las autoras y los autores del libro, y entre nosotras tres, ha sido un tiempo por excelencia para tomar conciencia del valor de las palabras auténticas cuya fuerza está en la unión entre acción y reflexión, tal como aparece en el epígrafe de esta presentación. A su vez, nos hemos afianzado en la visión freiriana para impulsar los procesos de transformación social que demandan nuestras sociedades. Creemos que hoy esta visión humana es más necesaria que nunca, porque nos ayuda en el día a día a seguir construyendo un tejido fuerte que sostenga nuestros sueños y esperanzas.

      Ilse Schimpf-Herken

      Annette Nana Heidhues

      Mariana Schmidt Quintero

      Compiladoras y editoras

       1

      En el texto introductorio titulado “Oruga o mariposa. Caminos de transformación” (pp. 21-38) se detalla cómo fue este encuentro entre Paulo Freire e Ilse Schimpf-Herken.

       Oruga y mariposa Caminos de transformación

      Estoy convencido de que para poder crear un mundo que de verdad sea radicalmente diferente a este actual mundo opresor, que es el que estamos intentando cambiar, lo primero que necesitamos es una transformación en nuestro corazón, en nuestra conciencia, en nuestra manera de pensar y en nuestra identidad. Por eso, el corazón de cualquier revolución es la revolución del corazón. Sin una transformación del mundo interior no es posible cambiar al exterior.

      Esta fotografía fue tomada por Edda von Oertzen en enero 1971 en Cuernavaca, México (archivo personal de Ilse Schimpf-Herken)

      Yo tenía apenas 23 años y era la única persona europea presente. Ivan Illich no había estado de acuerdo con que yo participara del seminario, pero de manera cordial Freire había dicho: “También necesitamos el pensamiento europeo”. En ese momento no entendí lo que se escondía detrás de esas palabras, porque la percepción que yo tenía de mí misma era la de una insignificante estudiante europea que andaba en un proceso de búsqueda. Su comentario me llevó a preguntarme qué podría ser eso del pensamiento europeo. En mi época escolar, durante la posguerra en Alemania, había notado que mis profesores y profesoras tenían muchas dificultades para enfrentar sus propias historias. Algunos lloraban en clase, como por ejemplo mi maestro de matemáticas, que había perdido una pierna durante la guerra. O el de música, que tocaba el piano mientras cantábamos, para así disimular su propio llanto.

      El extendido silencio de la generación de nuestros padres sobre su intento de reprimir el recuerdo del Holocausto nazi, y su “incapacidad de sentir duelo” (Mitscherlich y Mitscherlich, 1973) por haber formado parte de la Segunda Guerra Mundial, habían sido un factor central en el surgimiento del movimiento estudiantil alemán. Pero no podría decir que en mi infancia, transcurrida en el ámbito rural, me hubiera enfrentado a una reflexión intensa sobre las raíces de la filosofía europea. Y menos que esa formación me hubiera dado herramientas para tomar conciencia de mi propio eurocentrismo o de la arrogancia implícita en el colonialismo. Recién en Cuernavaca entendí que mi lugar de origen no solo me había marcado, sino que también correspondía que me hiciera cargo de él.

      Cada tarde, después de terminar las actividades planificadas, Paulo Freire me preguntaba cuáles habían sido mis impresiones y qué había aprendido de nuevo. Al comienzo me sentí muy intimidada, porque temía que me estuviera sometiendo a algún tipo de prueba, pero gracias a lo afable que era rápidamente comprendí que mi opinión de verdad le interesaba. Cuando el seminario finalizó, supe que esa era la manera de entender la educación que yo había estado buscando.


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