Desaprender para transformar. Annette Nana Heidhues

Desaprender para transformar - Annette Nana Heidhues


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importaba y que mi propia perspectiva sobre las cosas pequeñas de este mundo podía contribuir a transformarlo. No necesitaba un profundo estudio sobre las raíces del pensamiento europeo, bastaba con reflexionar en el aquí y el ahora, junto al otro, sobre mis propias experiencias y mi Weltbild (visiones del mundo). Entonces me di cuenta de que no era necesario esperar un futuro lejano, sino que este siempre sucede en el encuentro con el otro. Somos parte de una realidad, y a través de nuestro actuar se convierte en una realidad diferente. Así lo expresa Nicanor Perlas:

      La comprensión de este fenómeno es el verdadero nacimiento de la mariposa. Porque desde entonces, cada célula de la mariposa puede hacerse cargo de su propia misión. Cada célula tiene un trabajo que hacer, cada una es importante. Y cada célula comienza a hacer lo que más le atrae. Las células se apoyan mutuamente, para que cada una pueda realizar justamente lo que más le atrae.

      Y todas las otras células la apoyan en exactamente hacer esto. Es el método perfecto de la naturaleza para crear una mariposa. Esta toma de conciencia ocurrida en enero de 1971 ha marcado mi vida hasta el día de hoy, y me ha llevado a ser aquella persona que quienes me acompañan en el camino y que participan en mis talleres conocen.

      Con una nueva mirada, avancé en mis estudios universitarios y como trabajo de doctorado opté por estudiar los procesos educativos en la reforma agraria en el Chile de los años setenta, país que me acogió y donde hice grandes amigos y amigas. Yo quería auténticamente aprender de ellas y ellos, así que como había hecho Freire conmigo, me dediqué a escucharlos, estuvieran donde estuvieran. Eran tantas personas buscando salidas, todo un movimiento de esperanza muy diverso; a donde fuera, se aprendía. Pronto descubrí algo maravilloso, mi escucha atenta generaba diálogos entre ellos, yo era como la disculpa para que conversaran mucho y en ese intercambio terminaban de descubrir lo que estaban haciendo.

      No obstante, la vida me mostraría luego que el diálogo siempre está marcado por dinámicas arraigadas culturalmente y que comprenderlas ayuda a tomar posiciones éticas consecuentes. Fue en la pequeña isla de Maio, de tres mil habitantes, perteneciente a la República de Cabo Verde, donde me confronté con una sociedad organizada jerárquicamente en función de su propia supervivencia e incluso de los más débiles, y además con huellas de un colonialismo que así como había hecho daño, adelantó acciones para proteger a las personas desfavorecidas. Toda una contradicción con mis ideas políticas de equidad y relaciones de igualdad, que me llevó a preguntarme por el tipo de apoyos que se dan a quienes están en una situación difícil, y cómo cuidar sin quitarles a las personas su dignidad. De igual manera comprendí que las relaciones de poder eran complejas, que había muchos grises y no podía verlas solo en blanco y negro.

      Llegué a Maio como coordinadora de un proyecto integral de la Cooperación Alemana que manejaba la organización Servicio Mundial para la Paz. Deseaba aportar al establecimiento de relaciones más equitativas, y con eso a la emancipación de las mujeres, y creía que lo estábamos logrando a partir de un diálogo de igual a igual, nosotras con ellas, y entre ellas mismas. Pero no era cierto ese diálogo, no como yo me lo imaginaba. Por una parte, mi rol implicaba cierta distancia que me cuestionaba, pero a su vez descubrí que las estructuras sociales en la isla eran muy fuertes y, a su manera, equitativas en cuanto a garantizar el cuidado de todos los habitantes en situaciones de crisis extrema de sequía. También me di cuenta de que nuestras actuaciones, aunque bien intencionadas, no eran respetuosas de su cultura, no estábamos viendo más allá ni comprendíamos la lógica de su manera de organizarse para poder salvarse de la ­catástrofe en el último barco. En este contexto, el orden establecido por el colonialismo se mantenía: después de los portugueses había llegado la Cooperación Alemana con otra forma de intervención desde afuera, con una visión de equidad de género que no correspondía a las necesidades reales de las mujeres. Varias preguntas me acompañaban: ¿de qué manera la historia y la cultura de un pueblo fueron ­marcadas por el encuentro con el otro europeo?, ¿puede una reflexión ­crítica acerca del ­colonialismo ­convertirse en una fuerza liberadora y de autodeterminación?, ¿debe hacerlo? Cuando tomé conciencia de mi rol como mujer blanca, alemana, con un poder que me otorgaba el ser representante de la cooperación internacional, entendí que ese no era mi lugar, por lo menos no en ese momento. Agradecí todo lo aprendido y renuncié al cargo publicando la reflexión “No puede haber un verdadero diálogo” en la revista Querbrief del Servicio Mundial de la Paz.

      Pero yo no quería renunciar a la posibilidad de un verdadero diálogo y reconocimiento mutuo. Su búsqueda sería la base del actuar en una pequeña ONG berlinesa llamada Asociación de Acción para un Mundo Solidario (ASW) donde inicié la construcción de un área dedicada a América Latina para el trabajo en derechos humanos y equidad de género. No se trataba de llegar con nuestras ideas para cambiar la vida de las personas, se trataba de apoyar las iniciativas de los movimientos sociales que decidían hacia dónde caminar; nuestro aporte era acompañarlas con la escucha, el diálogo y algunos recursos. Se trataba de apoyar los sueños de otras y otros.

      Quién iba a pensar que sería en la Facultad de Educación de la Universidad Técnica de Berlín, en la que fui catedrática durante seis años, donde comprendería que para lograr un proceso de liberación se requiere la sinergia de diferentes fuerzas y de que ocurra el kairós, aquel momento en el cual las fuerzas que han madurado y se han unido para lograr una transformación la llevan a cabo efectivamente. El pedagogo Federico Copei lo denomina “el momento fértil” (Copei, 1960). La transformación no sucede solo porque es anhelada unilateralmente por una de las partes en cuestión; surge en un debate con su contexto y está vinculada a la desarticulación de las estructuras anteriores. Conocí este límite al que se enfrenta la transformación a través de situaciones muy difíciles, junto a mis estudiantes que participaban en los círculos de reflexión biográfica. En estos seminarios, conversábamos por un lado sobre nuestras propias biografías y, por el otro, nos dábamos cuenta cuán importante era el momento histórico. En el marco de nuestro esfuerzo por encontrar instancias de diálogo entre estudiantes de la República Federal de Alemania (RFA) y de la antigua República Democrática Alemana (RDA), se nos hizo evidente que para lograr procesos de toma de conciencia y transformación, primero era necesario que se cumplieran ciertos requisitos estructurales que posibilitaran un diálogo en condiciones de simetría. Y aprendimos también que esa simetría no se puede generar artificialmente y no puede ser impuesta.

      Nicanor Perlas afirma:

      La transformación social recién se hace posible cuando identidades diversas aprenden a crear una sinergia entre ellas. Esto, porque esas sinergias son algo así como el contorno de una futura sociedad, que quiere hacerse realidad. Eso es lo que el futuro nos depara. Por esa razón —tal como las células imago de las orugas— debemos encontrar caminos para construir puentes, permitiendo que lo nuevo se expanda. Muchas personas e individuos creativos pierden de vista que la red creativa debería ser la prioridad, y en cambio buscan llevar a cabo sus propias ideas, metas y soluciones de manera individual.

      Darnos cuenta de lo anterior resultó más que doloroso. Mientras quienes habían crecido en la Alemania Oriental, en la RDA, habían aprendido que su esfuerzo por adaptarse a la ideología dominante era una manera exitosa de mantener márgenes de acción, quienes eran de la Alemania Occidental —muy seguros de sí mismos y entrenados para argumentar bien en sus discursos— participaban de los debates en el aula sin escuchar ni percibir el universo semántico de su contraparte. En virtud de esas experiencias emprendimos actividades orientadas a tematizar el poder de lo discursivo en las relaciones este-oeste (de Alemania) e intentamos construir puentes para que pudiera surgir lo nuevo que se ­esperaba emergiera en la ­Alemania reunificada. Sin embargo, fracasamos. En vez de crear ­sinergias, lo que pasó fue que cada parte ­defendió ­inconscientemente el modelo ideológico en el cual había sido ­educada, sin tener conciencia de lo que provocaba en la contraparte. A pesar de que ambos lados se esforzaban por hablar de los cuarenta años de no-encuentro, muchas veces esas conversaciones, más que lograr avances, provocaban más humillaciones y heridas.

      De esos dramáticos debates aprendí que el encuentro solo es posible cuando los dos lados están verdaderamente dispuestos a que este se produzca. Y eso requiere de al menos tres elementos: una cierta distancia temporal, empatía para comprender el sufrimiento y las humillaciones


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