Fidelidad, guerra y castigo. Sergio Villamarín Gómez

Fidelidad, guerra y castigo - Sergio Villamarín Gómez


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o bien por el efecto de las prometidas exenciones de Basset. Si a esto le unimos la condición campesina del grueso de los rebeldes que se presentaron ante la ciudad, comprendemos la rápida rendición ante el temor a levantamientos similares dentro de sus muros.1

      Tal vez el relato de Ortí pese a su declarado borbonismo posterior –presentando un apoyo monolítico de los grupos rectores ciudadanos a la causa borbónica frente a una plebe enfebrecida por la revuelta– sea la mejor guía de los acontecimientos previos a la capitulación. Tras múltiples visitas a Villagarcía y al duque de Cansano –superintendente militar enviado por el gobierno– concluidas sin resultado alguno, los nobles constituyeron dos compañías que patrullarían la ciudad en previsión de incidentes. Las horas transcurrieron con la temida confirmación del avance sin obstáculo de los rebeldes y con ello el regreso de las las cuitas entre nobles e instituciones. En lo que respecta a la generalidad, se redoblaron los centinelas en la casa de las armas, donde acudieron personalmente los diputados acompañados de Tomás de Anglesola y otros 16 nobles. Según Ortí, tras comprobar el reducido número de efectivos del que disponían fue uno de los diputados a solicitar ayuda al virrey, que envió a la compañía de notarios. Pero tan reducida aportación poco o nada podía hacer para alterar la inexorable rendición de la ciudad ante el multitudinario avance popular austracista. Así,

      Allá a las 5 de la mañana, desde el baluarte mismo, se oyeron a los lejos tambores y clarines, y se descubrieron unas hogueras, lo que confirmó ser verdaderos los rezelos de la noche antecedente. Acercóse tanto el enemigo, que llegó hasta el convento de Jerusalén, que está fuera del portal de San Vicente. Hizo sus llamadas y, por último, se llegó a capitular, porque aunque para los que venían eran bastantes los de Valencia y aún sobravan, pero como alguna parte de el pueblo estaba inclinado a seguir su partido, fue precisso que los magistrados cediesen por miedo de las inquietudes y motines, lo que no hubiera sucedido si viessen unión en todos; siendo tan general la aclamación y el afecto al señor archiduque, que así que se divisaron a las puertas de la ciudad, como todos los portales estaban cerrados, la gente de dentro se descolgava por el muro y el portal de Ruçafa para salir a incorporarse con la que venía, lo que se observó desde el baluarte de la casa de las Armas donde yo estaba desde la una de la noche, martes, hasta las primeras oraciones de los miércoles. Desde allí se observó también las tropas y quadrillas de los labradores de la huerta, que ivan armados a incorporarse con los enemigos…2

      Únicamente faltaba el incendio de la cárcel de la torre de Serranos y la fuga de sus presos, para acelerar la capitulación de una ciudad cuyas instituciones estaban aterrorizadas.

      Tras su rendición a una multitud escoltada por las tropas de Juan Bautista Basset y Rafael Nebot, Valencia pasó a ser gobernada directamente por el general valenciano, con calidad y poderes parecidos a los del virrey.3 Al menos hasta que Carlos III reconstruya su administración. La primera medida de los recién llegados se encaminó a asegurar su recién conquistada capital. El 17 de diciembre, Basset estableció dos compañías para que defendiesen la casa de las armas.4 El arsenal del reino quedaba así a salvo tanto de posibles agresiones de los ejércitos borbónicos que campaban por los alrededores de la ciudad, como de la población que pretendiera armarse. Y no necesariamente para oponerse a Basset. En momentos tan delicados y frente a unos apoyos tan marcados socialmente en campesinos y artesanos, cualquier revuelta armada, incluso una protagonizada por sus propios partidarios, podía producir efectos inesperados y devastadores para la causa austracista.

      La primera reunión que celebró la Generalidad bajo dominio austracista de la que tenemos constancia escrita, se produjo el 18 de diciembre de 1705 y en ella se procedió a la entrega de 100 fusiles a Emmanuel Moscoso, sargento mayor, para la defensa de Carlos III rey de Valencia. En la siguiente, junto a disposiciones rutinarias, la diputación recibió de Basset el privilegio de Excelencia de Justicia y a diputados y síndico se les concedió el tratamiento de Señoría de Justicia.5 Se vivieron inciertos momentos en los que la coyuntura perfiló el contenido de las decisiones sin atisbo de ideario político, ni voluntad de alterar la organización ni las funciones de la institución. Apenas la concesión del privilegio de excelencia mostraba el empeño en congraciarse con unos representantes institucionales elegidos bajo el gobierno intruso, pertenecientes a grupos sociales poco proclives a su causa y que permanecían en sus cargos pese al cambio político sufrido. No obstante, estas tibias actuaciones no podían prolongarse, pues la mudanza dinástica requería medidas acordes al cambio experimentado. Su constatación llegó con la decisión de enviar una embajada a Barcelona a besar la mano del nuevo rey.6 El elegido fue el reverendo Vicente Carroz Pardo de la Casta al que únicamente le faltaron dos votos para alcanzar la unanimidad entre electos estamentales y diputados. Paradójicamente, a causa de los esfuerzos económicos ya realizados, los diputados proveyeron esta embajada con los remanentes de la frustrada del conde de Carlet, concebida para pedir ayuda a Felipe V frente a Carlos III.7

      La presencia de Basset como autoridad al frente de Valencia fue breve. Terminó en febrero, con la llegada del militar inglés Lord Peterborough y del nuevo virrey electo, el conde de Cardona, por lo que las posibilidades que tuvo de ejecutar las promesas de reducción impositiva que le granjearon el favor del campesinado8 fueron escasísimas. Tan sólo dejaron constancia de su actividad en este sentido los bandos publicados con una serie de exenciones para los ciudadanos de Valencia. No obstante, los testimonios nos hablan también de una dura política represiva y de la incautación de bienes de ciudadanos partidarios del Borbón.9 Unida a la brevedad de su mandato está la sombra de la guerra como factor desestabilizador, minando la consolidación de lo que había constituido el ideario del austracismo en Valencia, si es que en algún momento las promesas de reducción de cargas hubiesen podido cumplirse. La amenaza del ejército borbónico, intentando cercar la ciudad desde la vecina Moncada con diferentes escaramuzas en Chiva o Burjassot,10 constituyó un permanente quebradero de cabeza para el líder austracista. Institucionalmente, la necesidad de reemplazar a las autoridades forales que habían abandonado la ciudad y de satisfacer las exigencias populares, propiciaron falta de rigor e improvisación en muchas de sus decisiones.11

      1.1 La resistencia al acoso borbónico

      Basset aprovechó el papel de la Generalitat en cuanto gestora de la hacienda valenciana y responsable de la casa de las armas, involucrándola activamente en la defensa de la capital. Ante la proximidad de los enemigos, el general valenciano decidió utilizar a los gremios en la custodia de la muralla de Valencia ordenando a los diputados que repartiesen armas entre ellos. Los diputados acordaron la distribución el día 2 de enero, pero la entrega a los síndicos de los distintos gremios no comenzó hasta el día siguiente, bajo las condiciones habituales de entrega.12 Pero la urgencia del momento no entendía de garantías y de inmediato se alteró el procedimiento. Los diputados acordaron ceder las armas a particulares para que procediesen a su distribución entre los distintos gremios, pues en tan excepcionales circunstancias estos no podían escoger síndico que afrontase las garantías exigidas. Los días 4 y 5 de enero se realizó el reparto arrojando el siguiente resultado:

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      El número total de armas entregadas por la Generalidad a los distintos gremios ascendió a 2.040 según los protocolos de la casa, entre arcabuces, fusiles y mosquetes. En estas 2.040 he incluido los 30 fusiles y 20 arcabuces entregados a Felip Carreres, doctor en medicina; y a Pascual Sanchiz, legumer; vecinos ambos de la calle Morvedre.13

      Además de los gremios armados sobre las murallas, la ciudad contaba con un contingente de soldados –el regimiento de Nebot y las compañías de Xàtiva encabezadas por los caballeros Tárrega y Micó–14 de los que la Generalitat asumió su manutención a razón de un sueldo diario por espacio de diez días, siempre que su número fuese inferior a mil personas. Por este motivo entregaron a Juan Bautista Losá 500 libras para que se encargase de los pagos correspondientes. El 27 de enero se volvió a entregar dinero a Losá para que costease su mantenimiento, pero ahora únicamente por un período de 5 días, reduciéndose con ello la cantidad a 250 libras.15

      También producto de la presencia de tropas


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