La naturaleza de las falacias. Luis Vega-Reñón
e incisivo a una legislación contraria a la razón. No hay en esto ninguna invasión de campos ajenos. Nadie le niega al Parlamento la legitimidad para legislar. Pero todos podemos pedirle que legisle de acuerdo con la justicia; en este caso, reconociendo y tutelando el matrimonio como bien humano básico cuya estructura fundamental no está al arbitrio de nadie.
Las generaciones venideras nos pedirán cuentas de lo que hayamos hecho en estos días. No debe quedar duda de que, ante una injusticia legal sin precedentes, hemos defendido sin vacilar la institución del matrimonio y el bien de las personas, en particular el de los niños y el de los jóvenes, Por eso apoyan los obispos la manifestación de mañana».
Los lectores/as de entonces y de ahora han podido y pueden divertirse con esta apología de una manifestación católica y de un pronunciamiento eclesiástico contra una legislación que prevé extender el reconocimiento jurídico del matrimonio heterosexual al homosexual. No solo cae en excesos retóricos desaforados —e. g. al asegurar que la Iglesia, a lo largo de toda su historia, nunca se ha encontrado con nada de parecida gravedad—; bueno, se diría que las persecuciones de los cristianos, los cismas papales o las sangrientas guerras de religión han sido en comparación “peccata minuta”. También abunda en sesgos y distorsiones de la posición debelada —a la que acusa de poner el matrimonio fuera de la ley—, y en mixtificaciones de la posición propia —la identificación de una institución social con la naturaleza humana, naturaleza que para colmo se declara «sagrada», o la presentación de la Iglesia católica como paladín de una justicia y unos bienes humanos básicos frente al Parlamento de la nación—. La guinda retórica es, al fin, la invocación particular de los niños y los jóvenes, donde vienen a confluir viejas artimañas conocidas: la referencia no pertinente, la maniobra de distracción, la apelación ad misericordiam y el sofisma patético. Dejo al lector/a el placer de pescar en este río revuelto algunos otros tópicos falaces.
Como segundo ejemplo de nivel intermedio, aunque en un tono discursivo que envuelve no solo presunciones ideológicas sino nociones relativamente técnicas, puede servir el caso siguiente.
Z. es una población en la que hay un inmigrante africano por cada diez naturales del lugar. Un buen día, la Sra. García denuncia en la comisaría que ha sido asaltada y robada por un inmigrante africano: esta es su única identificación del asaltante. Las denuncias de este tipo son habituales en Z., así que el subcomisario Pérez acepta de inmediato el testimonio de la Sra. García -«Aquí hace tiempo que los inmigrantes se meten en líos y nos causan problemas»-, mientras que el comisario Rodríguez tiene sus dudas -«Aquí suele echarse la culpa de todo a los inmigrantes»-. Para aclarar las cosas, se representa lo ocurrido en el lugar del asalto alternándose varios residentes, unos naturales del lugar y otros inmigrantes de África, en el papel de asaltantes, y la Sra. García acierta a identificar el origen africano en el 80 % de los casos.
«− Está claro -dice convencido el subcomisario-. Reconozco que, en principio, el asaltante puede haber sido tanto un inmigrante africano, como alguien del lugar. Y me cuesta admitirlo porque cada día aumentan las denuncias contra estos inmigrantes y yo, como todo el mundo, los considero los primeros sospechosos. Pero no me negará, comisario, que dado ese alto porcentaje de acierto de un 80 % en la identificación de africanos, lo más probable es que la Sra. esté en lo cierto.
− ¿Tú crees? A mí no me sale ese resultado -observa el comisario-. La probabilidad de que la Sra. esté en lo cierto no pasa de 4/13, así que es más probable que se equivoque. Echa cuentas: la probabilidad de que el asaltante haya sido un africano y haya sido identificado correctamente es del 80% multiplicado por un 10%, la proporción de inmigrantes africanos en Z. como sabes; o lo que es lo mismo: 0.8 × 0.1 = 0.08. Y la probabilidad de que el asaltante haya sido alguien de aquí, pero identificado como un inmigrante de África, resulta 0.2 × 0.9 = 0.18. Según esto, se identifica a inmigrantes africanos en un 26 % de ocasiones, pero correctamente en solo el 8 % de ellas.»
Es muy posible que la interpretación que hace el subcomisario tanto de la frecuencia de las denuncias, como de los datos de este incidente concreto, esté sesgada no solo por sus problemas de cálculo, sino por la “percepción” de los inmigrantes africanos que predomina en Z: los inmigrantes africanos son en principio sospechosos. Podría ser entonces un paralogismo inducido o fomentado por ciertos prejuicios. Pero se convertiría en sofisma cuando el subcomisario Pérez, tras esta instructiva conversación, se empeñara en hacer valer esa misma argumentación ante otros interlocutores más ingenuos o igualmente suspicaces hacia los inmigrantes. Sea como fuere, en este caso de una suerte de falacia “metodológica” habremos de recurrir una vez más a la consideración de intenciones, inducciones y contextos.
Veamos para terminar una argumentación mucho más sofisticada, tanto que nos hace recordar la caracterización ya adelantada de algunas falacias discursivas como trampas o lazos que se dejan sentir con más facilidad que reconocer. Se trata de un mensaje publicitario puesto en circulación por la empresa R. J. Reynolds Tobacco Company en los años 1984-86, con el doble propósito de contrarrestar la opinión anti-tabaco establecida y blanquear su imagen, al menos ante un público potencial como la gente joven14. Dirigiéndose a los jóvenes precisamente, la tabacalera recomendaba:
«No fumes.
Fumar siempre ha sido un hábito de adultos. E incluso para los adultos, fumar se ha convertido en algo muy controvertido.
Así que, aunque somos una compañía tabacalera, no creemos que sea buena idea que la gente joven fume.
Sabemos que dar este tipo de consejos para los jóvenes puede resultar a veces contraproducente.
Pero si te pones a fumar solo para demostrar que eres adulto, está probando justamente lo contrario. Porque decidir fumar o no fumar es algo que deberías hacer cuando no tengas nada que probar.
Piénsalo.
Después de todo, puede que no seas suficientemente adulto para fumar. Pero eres suficientemente adulto para pensar».
El lector/a puede sospechar que este alarde “reflexivo” nos quiere hacer pasar gato por liebre, esconde algún truco. Lo difícil aquí, como en la ejecución de un buen ilusionista, es identificar el truco y explicarlo. Puede que no se encuentre mencionado entre las variedades tradicionales de falacias clasificadas en los manuales. También puede ocurrir que lo no dicho, la fuente y los objetivos tácitos del mensaje, junto con el tenor del texto en su conjunto sean los que, en principio, hacen desconfiar de una argumentación especiosa, antes que tal o cual punto argumentativo en concreto. En tal caso, además de la falacia como argumento-producto, como texto, pasaríamos a considerar la argumentación falaz como proceso, movimiento o maniobra, dentro de una estrategia de inducción de creencias, actitudes o disposiciones; y así pasaríamos de un enfoque atomista de las falacias a un enfoque holista de la argumentación falaz. ¿Se le ocurre algo al avisado lector/a en cualquiera de esos respectos?
Una pista: reparemos en las relaciones entre lo tácito y lo expreso y, dentro de este plano, entre lo declarado y lo sugerido. Para este segundo contraste puede ayudarnos una presentación sucinta de la argumentación principal del publicista:
a. Fumar siempre ha sido cosa de adultos.
b. Incluso para los adultos se ha vuelto algo controvertido.
c. Así pues, no es buena idea que los jóvenes fumen.
d. En suma, si eres joven, no fumes.
Argumentación que podemos iluminar y reconsiderar a luz de lo que el mensaje, en su texto y contexto, sugiere:
[1] Las razones a. y b. son las únicas que se mencionan como razones por las que los jóvenes no deberían fumar: hacen aconsejable que si eres joven, no fumes. [2] Ahora bien, no son buenas razones: los consejos de este tipo pueden ser a veces contraproducentes. [3] Si solo hay malas razones para no hacer algo, entonces no hay buenas razones para no hacerlo. [4] Claro está que también puede haber malos motivos para hacerlo, como el probar que eres adulto, de modo que piensa sobre la decisión que vas a tomar al margen de ellos. [5] En cualquier caso, que no te líen: juzga por ti mismo.
No estará de más advertir que el criterio de