Historia de la decadencia de España. Cánovas del Castillo Antonio
pudo conseguir y tuvo que reembarcarse con tanta gente de menos y sin ventaja alguna. Entre tanto, el Archiduque acudió á reparar sus fuerzas. Diéronle los Estados dineros y auxilios, y con ellos los soldados extranjeros amotinados en las plazas vinieron á partido. Formóse un ejército numeroso; pero no hubo necesidad de él, porque ni de una ni de otra parte se emprendió nada el resto de la campaña.
Á la siguiente, determinado el archiduque á reparar la derrota de las Dunas con un hecho de cuenta, comenzó el sitio de Ostende. No bien supieron esta empresa los holandeses, comenzaron á distraer la atención de los nuestros con sitios y acometimientos. Pusiéronse sobre Rimberg y la ganaron, á pesar de su esforzada defensa, porque el socorro llegó tarde y no pudo aprovecharse. Con la misma felicidad ganaron á Grave, valerosamente mantenida de los españoles, y la fortísima plaza de la Esclusa, que sólo el hambre pudiera reducir á semejante extremo por imprevisión de su Gobernador, que no supo abastecerla; y si no ganaron á Bolduch fué porque acudió á socorrerla dos veces el Archiduque en persona. Entre tanto se rindió Ostende. Contar las operaciones de este sitio y los heroicos hechos de los españoles en él, sería larguísima tarea y ajena de nuestro propósito. Era aquella plaza muy importante, porque desde allí tenían los holandeses á toda la provincia de Flandes en continuo respeto, y por eso estaba muy bien fortificada y guarnecida. Habían suplicado los Estados de Flandes al Archiduque que de tal padrastro los libertase, ofreciéndole para ello cuantos auxilios necesitase. Comenzó el sitio el Archiduque en persona, y luego se encargaron de él los mejores capitanes católicos, hasta que el marqués de Spínola la rindió, mandando con el nombre de maestre de campo general el ejército. Fueron varios los asaltos, muchas las salidas y escaramuzas, inauditas las máquinas y trazas de que se valían los sitiadores, y terrible el fuego de la artillería de los sitiados. El conde Mauricio vino á alzar el cerco con una armada de seiscientos bajeles y mucho ejército; pero los españoles no le dejaron desembarcar en toda la costa, y tuvo que volverse á sus puertos con no poca pérdida y mayor despecho. Al fin se dió un asalto general á la plaza (1604), en el cual se ganó lo mejor de la ciudad, y ya no fué posible dilatar la defensa. Perdieron los sitiadores cerca de cuarenta mil hombres en esta empresa, y entre ellos seis Maestres de campo, los cuatro españoles, y casi todos los coroneles y capitanes de los tercios: Monroy, Durango, Castriz y otros muchos de los buenos y viejos soldados que sirvieron con el duque de Alba. La plaza perdió siete gobernadores durante el sitio y más de dos mil oficiales, con un número inmenso de ciudadanos y de soldados, porque como tenía libre el mar, cada día entraban algunos de refuerzo. Mantúvose con esta conquista el honor de nuestro nombre; pero se desperdiciaron notables ocasiones, y hubo de nuestra parte tanta ó más pérdida que ganancia, pues habiendo pretendido cerrar la entrada de la provincia de Flandes á los enemigos, se abrieron ellos otras puertas más fáciles, mientras era tomada Ostende.
Debiéronse muchas de las pérdidas al motín que se llamó de Ruremunda, el más funesto de cuantos hubieran acontecido en aquellos Estados, donde eran harto frecuentes por desgracia. Movidas algunas compañías italianas y valonas de la falta de pagas, se encerraron en la ciudad de Hoochstraet, negándose á servir como de costumbre é imponiendo contribuciones al país. Con esto se malogró el socorro de Grave y se perdió aquella plaza, é irritado el Archiduque los declaró por traidores y envió ejército contra ellos. Pidieron auxilio los amotinados á los holandeses; diéronselo, de manera que no fué posible rendirlos; y juntándose en seguida con los enemigos, pelearon contra los nuestros en diversos encuentros. Al fin hubo de avenirse con ellos el Archiduque, por excusar mayor daño: malísimo precedente que sembró nuevos disgustos para en adelante. En el ínterin se pasó toda la campaña sin que aquellas gentes, que ya formaban un ejército con los muchos que se habían ido agregando, sirviese, como debía, debajo de nuestras banderas. Así, no lograron otra ventaja nuestras armas, fuera de la toma de Ostende, sino la rota que dió el Gobernador de Bolduch á un buen escuadrón de caballería enemiga que pasaba por sus términos. Concluída la campaña, vino á España el marqués de Spínola á tratar de las cosas de la guerra, donde fué muy bien recibido y asistido de cuanto solicitó para llevar adelante la guerra.
Era este Marqués natural de Génova y hermano de Federico Spínola, general de las galeras de España, el cual con ellas sirvió muy bien, haciendo gran daño á los holandeses, hasta que, poco después de la llegada de su hermano, murió en un combate naval que con ocho galeras empeñó en aquellas costas contra dos galeras y tres grandes navíos holandeses, quedando indecisa la victoria. Entró Ambrosio Spínola, que así se llamaba el Marqués, en el servicio de España por recomendación de Federico, y fué á Flandes gobernando diez mil italianos que levantó á su costa. Allí dió tales muestras de su persona que se le encargó del sitio de Ostende, prefiriéndole á muchos capitanes de más reputación que él; y saliendo á punto con la empresa, se acrecentó su fama de manera que fué nombrado ya para el mando de todo el ejército. Fué verdaderamente un suceso afortunado la aparición de aquel general, que tuvo pocos rivales en su siglo á tiempo en que escaseaban ya tanto en España. Con él salió á campaña (1605) de vuelta de Madrid, llevando trece mil quinientos infantes y tres mil caballos. Pasó el Rhin y entró en Frisa, burlando al enemigo, que le creía ocupado en otra empresa, y allí se apoderó sin mucha dificultad de Oldenzeil y de la importante plaza de Linghen, metida muy adentro en el territorio enemigo.
Entre tanto los holandeses, que quisieron tomar á Amberes al desprovisto, tuvieron que desistir de ello con no poca pérdida, y á los españoles se les frustraron también las tentativas que hicieron para apoderarse de Bergs y Grave. Pero el marqués de Spínola, alentado con los buenos principios de la campaña, dejando muy guarnecido á Linghen que ponía en contribución mucha parte de la Frisa, se vino á Wachtendonock y la puso cerco. En vano quisieron socorrerla los holandeses aprovechándose del descuido de los sitiadores: ochocientos infantes y otros tantos caballos del ejército de España contuvieron largas horas á todo su ejército á costa de prodigios de valor, y dieron tiempo á que, acudiendo el Marqués con toda sus fuerzas, los obligase á la retirada. Rindióse con esto la plaza, y en seguida fueron tomados muchos castillos importantes, mientras los holandeses eran vencidos y rechazados en Güeldres que quisieron tomar por sorpresa.
Mas eran escasas tales ventajas, porque la falta de dinero imposibilitaba de tal modo el movimiento de los ejércitos y causaba tales disgustos, que no podía llegarse á decisivas consecuencias. Lleno de amor y entusiasmo á la causa de España, vino el noble Spínola otra vez á Madrid á demandar socorros. No pudo hallarlo á crédito del Rey de España, que á tan miserable estado habían llegado las cosas, y tuvo que poner á prueba el suyo propio, con lo cual lo consiguió y volvió á Flandes imaginando lograr en la siguiente campaña mayores triunfos. No le salieron como pensaba sus proyectos; mas hizo con todo eso harto gloriosa campaña. Halló que se habían malogrado durante su ausencia dos sorpresas que se dieron á las plazas de Bredevord y la Esclusa, ambas muy fuertes, y que sin duda se ganaran á obrar los nuestros con más previsión y presteza. Ahora el Marqués dividió su ejército en dos trozos, dando el mando de uno al conde de Busquoi, capitán de mucho valor y experiencia, rescatado ya de sus prisiones, y conservando al otro bajo su mano. Con estos dos ejércitos se debía obrar de manera que pasando el Isel el uno, llegase hasta Utrecht, y el otro esguazando el Wael se pusiese delante de Nimega, y que mientras éste contuviese al enemigo, lograse aquél al improviso apoderarse de algunas de tales plazas y sujetar las provincias confinantes, muy ricas y poco guardadas. Pero los temporales fueron tan recios en aquel verano, que era imposible vadear los ríos, ni echar puentes sobre ellos, ni correr siquiera por la campiña. Sufrieron nuestros soldados con prodigiosa constancia el frío y los ardores del sol que allí alternaban desconcertadamente, y las aguas y la falta de bastimentos que se originaba, haciendo largas jornadas y campañas por tierras inundadas sin carros ni artillería. Los enemigos, que se mantenían á la defensiva, no padecían cosa alguna y se fortificaban y prevenían nuestros intentos con sobrado espacio. Tomóse, sin embargo, el castillo de Lochem y la plaza de Groll, y se emprendió el sitio de Rimberg, tantas veces tomada y perdida, que á la sazón defendían más de seis mil soldados asistidos de muchas vituallas y artillería. Rindióse la plaza después de un porfiado sitio en presencia del conde Mauricio, que con mayor ejército que el nuestro no supo impedirlo. Pero no bien acabada esta empresa, hubo en nuestro ejército un total desconcierto por la falta de pagas.
No bastando los recursos