Encuentro Con Nibiru. Danilo Clementoni
a este punto» dijo el coronel con tono serio y voz profunda «creo que ha llegado el momento de avisar al resto del planeta de la inminente catástrofe»
«¿Cómo piensas hacerlo?» preguntó Elisa desde la butaca. «¿Cogemos el teléfono, llamamos al presidente de los Estados Unidos y le decimos: âBuenos dÃas presidente. ¿Sabe que estamos en compañÃa de dos alienÃgenas que nos han dicho que dentro de unos dÃas llegará un planeta que nos va a destruir a todos?â»
«Como mÃnimo hará que rastreen la llamada, hará que vengan a por nosotros y nos meterá en el manicomio» replicó Jack sonriendo.
«¿No tenéis un sistema de comunicación global como nuestra Red?» preguntó intrigado Petri al coronel.
«¿Qué entiendes por Red?»
«Es un sistema de interconexión general que es capaz de memorizar y distribuir el Conocimiento a nivel planetario. Todos nosotros podemos acceder a ella mediante un sistema neuronal N^COM que en el momento de nacer se nos implanta directamente en el cerebro. Existen diversos niveles de conocimiento»
«Genial» exclamó Elisa asombrada, después continuó diciendo «En realidad nosotros tenemos un sistema parecido. Lo llamamos Internet pero estoy segura que no hemos llegado a vuestro nivel»
«¿No serÃa posible utilizar vuestro âinternetâ para mandar un mensaje a todo el planeta?» preguntó con curiosidad Petri.
«Bueno, tampoco es tan sencillo» replicó Elisa. «PodrÃamos introducir alguna información en el sistema, enviar unos mensajes a grupos de personas, quizás hacer alguna pequeña pelÃcula e intentar difundirla al máximo posible, pero no nos creerÃa nadie y realmente no llegarÃamos a todos». Reflexionó durante unos segundos y a continuación añadió. «El único sistema eficaz creo que serÃa la vieja y querida televisión»
«¿La televisión?» preguntó Azakis. Después se volvió hacia Petri y dijo «¿No será, por casualidad, el sistema que hemos utilizado para recibir imágenes y pelÃculas mientras viajábamos hacia aquÃ?»
«Creo que sÃ, Zak» y mientras lo decÃa se puso a componer una serie de comandos sobre la consola central. Después de algunos segundos hizo aparecer sobre la pantalla gigante algunas de las secuencias que habÃan grabado con anterioridad. «¿Estáis hablando de esto?»
Una multitud de pelÃculas de todos los tipos comenzaron a aparecer rápidamente una detrás de otra: anuncios, telediarios, partidos de fútbol e incluso una vieja pelÃcula en blanco y negro de Humphrey Bogart.
«¡Esa es Casablanca!» exclamó con asombro Elisa. «¿Pero de dónde habéis sacado todo eso?»
«Vuestras transmisiones de radio llegan hasta el cosmos» respondió tranquilamente Petri. «Hemos debido trabajar duro sobre nuestro sistema de recepción de señales pero finalmente conseguimos caparlas»
«Gracias a eso» añadió Azakis «conseguimos aprender vuestra lengua»
«E incluso alguna otra realmente más complicada» comentó con tristeza Petri. «Casi me vuelvo loco con todos aquellos dibujitos»
«En fin» interrumpió el coronel «justo de eso estábamos hablando, pero no creo que ni siquiera sea la mejor solución»
«Perdona Jack» intervino Elisa. «¿No crees que deberÃamos advertir antes de nada a tus superiores del ELSAD? Realmente, si no he entendido mal, la máxima autoridad de esta organización es el presidente de los Estados Unidos, ¿o me equivoco?»
«¿Y tú como sabes todo esto?» objetó con asombro el coronel.
«Qué te crees, incluso yo tengo mis contactos» dijo Elisa mientras apartaba, con aire desganado, un mechón de pelo que descendÃa sobre la mejilla derecha.
«¿También entre vosotros las mujeres se comportan de este modo?» preguntó Jack volviéndose hacia los dos alienÃgenas que estaban observando la escena un tanto sorprendidos.
«Las mujeres son iguales en todo el universo, querido amigo» replicó sonriente Azakis.
«De todas formas» continuó el coronel después de la arriesgada bromita «creo que tienes razón. Necesitamos una institución seria y con credibilidad para difundir una noticia tan importante e inquietante. Sólo estoy un poco preocupado solamente por las filtraciones externas en las que se han visto envueltos el general Campbell y los dos tipos que nos han agredido. En realidad, el general era mi superior directo pero, por lo que he visto, parece que es un corrupto y un traidor»
«¿Asà que va a resultar que la llamada de la que hablábamos antes la vamos a tener que hacer realmente?» replicó la doctora.
«Aunque parezca absurdo, quizás sea la única solución»
New York â Isla de Manhattan
En una lujosa oficina en el trigésimo noveno piso del imponente rascacielos situado entre la 5ª Avenida y la calle 59 de Manhattan, en Nueva York, un hombre no muy alto, de aspecto elegante y bien cuidado, estaba de frente a una de las cinco grandes ventanas que lo separaban del ambiente exterior. VestÃa un traje gris oscuro, seguramente italiano, una vistosa corbata roja y tenÃa el cabello liso y entrecano peinado hacia atrás. Sus ojos negros y profundos miraban más allá del vidrio, en dirección del magnÃfico Central Park que comenzaba prácticamente a sus pies y se extendÃa durante cuatro kilómetros de largo y ochocientos metros de ancho. Representaba una valiosa isla verde, fuente de oxÃgeno y lugar de ocio para los casi dos millones de habitantes de la isla.
«Señor senador, ¿permiso?» dijo un hombrecillo calvo y con la cara inexpresiva mientras golpeaba tÃmidamente sobre la elegante puerta de entrada de madera lacada de color oscuro. Al lado, en una pequeña placa dorada habÃa una inscripción en caracteres cursivos âSenador Jonathan Prestonâ
«¿Qué ocurre?» respondió el hombre sin ni siquiera girarse.
«Una video conferencia codificada le espera, señor»
«Ok, la atenderé desde aquÃ. Cierre la puerta cuando salga»
El hombre se dirigió lentamente hacia el elegante escritorio oscuro y se sentó sobre la suave butaca de cuero negro. Con un gesto automático puso en su lugar el nudo de la corbata, se colocó el auricular en la oreja derecha y pulsó un pequeño botón de color gris que habÃa debajo de la mesa de trabajo. Una gran pantalla semitransparente, haciendo un ligero silbido, empezó a bajar desde el techo hasta apoyarse suavemente sobre el tablero del escritorio. El hombre rozó suavemente la pantalla y la cara del general Campbell apareció enfrente de él.
«General, observo complacido que ya no se encuentra en la cárcel»
«Senador. ¿Cómo está? QuerÃa, antes de nada, agradecerle la rápida y eficaz operación de rescate»
«Creo que el mérito es de los dos personajes que veo a su espalda»
El general se volvió instintivamente y vio al gordito junto con su compañero que intentaban que los enfocase la cámara web como habitualmente hace el público que se apiña detrás de un periodista mientras está retransmitiendo en directo. Movió un poco los hombros y continuó hablando «No son unos Einstein pero para ciertos trabajillos son muy eficientes»
«Bien.