Encuentro Con Nibiru. Danilo Clementoni

Encuentro Con Nibiru - Danilo Clementoni


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      El general hizo una pequeña pausa para, de este modo, aumentar un poco la curiosidad de su interlocutor, después añadió «Senador, no sé cómo ha podido ocurrir, pero el descubrimiento por parte de nuestra doctora de la famosa “caja con el valioso contenido”, ha debido activar, de alguna manera, un sistema que ha traído a nuestro planeta nada menos que…» se paró, consciente de que la frase que estaba a punto de pronunciar sería un poco difícil de digerir, tomó aire, y sin dudarlo, exclamó solemnemente «a una nave alienígena»

      El oficial intentó mantener la mirada fija sobre la pantalla, buscando algún signo de asombro en la cara del senador que, en cambio, ni se inmutó. Se limitó a apoyar el codo sobre el oscuro escritorio mientras se cogía el mentón entre el pulgar y el índice, y empezó a pellizcárselo levemente. Hizo esto durante algunos segundos, después dijo, sencillamente. «Así que han vuelto»

      El general no pudo evitar abrir completamente los ojos por la sorpresa.

      Preston ya sabía todo sobre los alienígenas…. ¿Cómo era posible?

      El senador se levantó de la cómoda butaca y, con las manos cruzadas detrás de la espalda, comenzó a caminar en círculo alrededor del escritorio. El general y los dos colaboradores que estaban a su espalda no se atrevieron a decir ni una palabra. Se limitaron a cambiar entre ellos una mirada de duda mientras esperaban pacientemente.

      De repente, Preston volvió al escritorio, apoyó sobre él las dos manos y, guardando fijamente al general, dijo «Tenéis un dron. Decidme que habéis hecho una grabación de la astronave»

      El general se volvió buscando una respuesta positiva por parte de aquellos dos que estaban detrás de él. El flaco esbozó una sonrisa, tomó la palabra y con el pecho lleno de orgullo afirmó satisfecho “Por supuesto, senador, y más de una. Se las enviamos enseguida”

      Sin demasiados cumplimientos apartó a un lado al general y, después de teclear durante un rato con el teclado que tenía enfrente de él, hizo aparecer, en un recuadro de la pantalla del senador, las filmaciones que habían tomado en el campamento de la doctora Hunter.

      Preston puso los dos codos sobre el escritorio, apoyó la barbilla sobre los puños y se acercó lo más que pudo a la pantalla para no perderse ni un fotograma de lo que estaba viendo. En primer lugar las imágenes nocturnas del contenedor de piedra que habían encontrado sepultado en la tierra, después las de la misteriosa esfera negra que había dentro y el transporte de la misma a la tienda laboratorio. Luego el escenario cambió. Era a pleno día. En apariencia apoyada sobre cuatro haces de luz rojiza provenientes de los ángulos de un cuadrado imaginario dibujado sobre el terreno, una estructura circular plateada se mostraba en toda su plenitud. El conjunto parecía una especie de tronco de pirámide que se parecía de manera extraordinaria al Zigurat de Ur que se entreveía majestuoso al fondo.

      El senador no conseguía separar los ojos de la pantalla. Cuando vio las dos figuras, de aspecto humano pero definitivamente bastantes más altas que la media, aparecer desde la apertura de la estructura plateada y quedarse con las piernas abiertas sobre lo que parecía ser una plataforma de descenso, no pudo hacer otra cosas que sobresaltarse y sintió que le daba un vuelco el corazón.

      El sueño que había perseguido toda su vida se había hecho realidad. Todos sus estudios, sus investigaciones y, sobre todo, la inmensa cantidad de dinero que había investido en aquel proyecto estaban finalmente dando los resultados esperados. Aquellos que estaba viendo sobre la pantalla eran realmente dos alienígenas que, a bordo de una modernísima astronave, habían atravesado el espacio interplanetario para volver de nuevo a la Tierra. Ahora podría echar en cara a los que lo habían criticado que sus cálculos eran totalmente exactos. El misterioso decimosegundo planeta del sistema solar existía realmente. Su órbita, después de 3.600 años, estaba otra vez a punto de cruzarse con la terrestre y delante de él estaban dos de sus habitantes, los cuales, aprovechando la transición producida por el planeta, habían vuelto a visitarnos y a influir de nuevo en nuestra cultura y nuestras vidas. Había sucedido, quién sabe cuántas veces con anterioridad durante milenios y ahora la historia se repetía. Esta vez, sin embargo, estaba él también y no dejaría escapar esta golosa ocasión.

      Â«Un óptimo trabajo» dijo sencillamente el senador volviéndose hacia los tres que lo estaban mirando con aprensión desde la pantalla. A continuación, después de hacer un giro completo a la butaca donde estaba sentado, añadió «El hecho de que usted, general, haya sido descubierto complicará un poco las cosas. No tendremos ya una persona de fiar en el interior del ELSAD pero, llegados a este punto, ya da lo mismo»

      Â«Â¿Qué quiere decir, senador?»

      Â«Ahora ya nuestro objetivo no es descubrir si las suposiciones de la doctora Hunter son o no exactas, ni tampoco la posesión del “valioso contenido”»

      Â«Entre otras cosas porque era de todo menos valioso» susurró el gordito.

      Â«Podemos pasar directamente a la fase dos» prosiguió el senador haciendo como que no lo había oído. «Tenemos ante nosotros una tecnología increíblemente avanzada y nos la están sirviendo en bandeja de plata. Todo lo que tenemos que hacer es, sencillamente, cogerla antes de que cualquier otro llegue primero que nosotros»

      Â«Con su permiso, senador» se atrevió a contestar tímidamente el general. «Mis dos ayudantes han podido comprobar que, nuestros dos simpáticos alienígenas, no están demasiado dispuestos a colaborar»

      Â«Digamos, más bien, que nos han dado una paliza» añadió el gordito mientras hacía el gesto de masajearse la rodilla.

      Â«Puedo imaginar la estrategia que habéis utilizado» replicó el senador esbozando una ligera sonrisa. «¿Os habéis preguntado como han llegado a mantener una relación tan amigable con la doctora y el coronel Hudson?»

      Â«A decir verdad, nos ha parecido algo muy extraño» respondió el general. «Se han comportado como si se conociesen de toda la vida»

      Â«Yo creo, en cambio, que sencillamente se han mostrado más cordiales y amables que vosotros»

      Â«Bueno, en efecto, no es que hayamos sido muy cuidadosos»

      Â«Lo pasado, pasado está» sentenció el senador. «Ahora concentrémonos sobre la próxima misión. Vosotros dos, localizad al coronel y a su amiguita. No quiero que los perdáis de vista ni un minuto. Tenéis a vuestra disposición medios y fondos. No admitiré ningún error esta vez»

      Â«Â¿Y ahora quién le dice que aquellos dos se están dando una vuelta alrededor de la Tierra?» susurró el gordito al oído del tipo flaco un poco antes de emitir un gemido provocado por la patada que le había enfilado su compañero en la espinilla derecha.

      Â«Usted, general, me vendrá a recoger al aeropuerto»

      Â«Â¿Va a venir hasta aquí?» preguntó estupefacto el militar.

      Â«No me perdería este acontecimiento por nada del mundo. Si aquella es su base de aterrizaje deberán volver, pero esta vez les prepararemos un hermoso comité de bienvenida. Le daré las instrucciones por el camino. Que tengan un buen trabajo» y acabó la conversación.

      El senador quedó por un instante mirando la pantalla que tenía delante que, después de la transmisión, estaba mostrando unas espectaculares imágenes del desierto de Arizona que pasaban una después de otra con lentitud. A continuación, como si algo lo hubiese despertado, se puso de repente en pie, pulsó el botón del comunicador que había sobre el escritorio y habló secamente hacia el micrófono incorporado «Prepare


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