Las Sombras. Maria Acosta
motivos, porque nadie sabe que estamos aquÃ. No comiences a alucinar ¿eh? ârepliqué.
Desayunamos, luego nos dedicamos a explorar la casa: Ricardo y yo la planta baja, los otros la planta alta. Más que una casa parecÃa un museo. PertenecÃa a la familia de Carla desde hacÃa siete siglos, ¡una pasada!, y cada generación habÃa reformado y decorado la mansión de acuerdo con los cánones de la época, conservando, eso sÃ, multitud de obras de arte de todos los estilos. La biblioteca era increÃble: obras de los griegos clásicos copiadas por monjes del siglo XIII, en francés, griego, alemán antiguo, en inglés, una copia de los viajes de Marco Polo manuscrita, libros de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Giacomo Casanova, Virgilio, ¡incluso la Enciclopedia de Diderot!, me sentà fascinada por todo aquello. Carla volvió alrededor de las dos de la tarde:
-No habréis salido ¿verdad? No conviene que nadie sepa de vuestra existencia hasta que habléis con mi maestro.
-Esta tronca alucina por colores, ¿no?, ¿no estará pasada de vueltas? âme dijo Ricardo al oÃdo âpara mi que le patinan las neuronas.
-Espera, no seas asÃ, a lo mejor nos aclara las ideas, aunque un poquillo tocada del ala sà que está âcontestó LuÃs, que no perdÃa comba de lo que hablábamos.
-Te he oÃdo perfectamente y no estoy pasada de vueltas, hay cosas en el mundo, historias, que nadie se imagina que puedan ocurrir, pero la vida es mucho más complicada de lo que parece; hay otros mundos y dimensiones incomprensibles para la mayorÃa, pero están ahÃ, existen de alguna manera y el estudiarlas y aprehenderlas sólo le está permitido a los iniciados pues, sino es asÃ, la mente de alguien no preparado serÃa incapaz de asimilarlas y le conducirÃa a la locura. Venecia es una ciudad misteriosa, encierra tantos enigmas que toda una vida dedicada a su estudio no podrÃa descubrir.
-Hablas como una masona.
-Tal vez sÃ, ni lo niego ni lo afirmo. Pero eso no tiene importancia. Os voy a contar una historia que en mi familia ha pasado de generación en generación, de la que sólo nosotros somos sus custodios y guardianes, y que nunca hemos relatado a miembros exteriores a ella.
-Entonces, ¿por qué tenemos que conocerla?
-¿Quién de vosotros descubrió la sombra y logró que funcionase?
-Yo âcontestó Ricardo.
-Quizás mantengas una conexión con Venecia debido a que en tu familia existe alguien que procede de aquÃ.
-No.
-Espera⦠¿recuerdas que la abuela nos contaba que su padre era veneciano y estaba iniciado en los secretos de la alquimia? âintervine âtodos decÃan que estaba loca, pero tal vez lo hacÃan para protegernos.
-Dejad de discutir y prestadme atención, mi maestro me ha dado permiso para relataros esta historia singular: remontémonos al siglo XI, los Monte-Ollivellachio llevan cuatro siglos viviendo en Venecia, le han dado a la ciudad valientes soldados, perspicaces comerciantes y estudiosos de la vida y la muerte, de los misterios de la naturaleza, alquimistas se les llamaba en aquellos tiempos. Ãpoca de continuas guerras entre los pequeños estados que nueve siglos más tarde formarÃan el pueblo italiano; las personas se veÃan obligadas muchas veces a llevar una doble vida a causa de las persecuciones tanto polÃticas como religiosas, debido a ello las casas y palacios eran poseedoras de pasadizos y salas secretas que permitÃan al perseguido desaparecer por un tiempo hasta que los ánimos se calmasen. Esta casa tiene varios. Os haré un plano para que comprendáis bien la historia. Vamos a la biblioteca.
-Por favor. ¡¿Queréis no iros por las ramas?! ¿qué tiene que ver esto con vuestra desaparición, me queréis explicar?-inquirió el comisario Soler.
-Es la historia de las sombras âprotesté molesta por la interrupción, ya que era la segunda.
-¡Te pasas! Y luego hablas que si yo esto o lo otro âdijo SofÃa.
-Haced el favor de abreviar lo más posible, ateneos a los hechos, estoy demasiado cansado como para aguantar fantasÃas.
-¡No son fantasÃas! Es la pura verdad.
-Vale, pero ya lo contarás otro dÃa. Ahora lo que interesa esâ¦
-¡Pero es que es fundamental, no la puedo dejar de lado!
-Hagamos un pequeño descanso, prepararé más café; mientras, ordenad vuestras ideas.
Casi dos horas llevamos hablando y ninguno ha dormido todavÃa. Realmente hay veces en que la realidad supera a la ficción, nunca antes me habÃa visto involucrado en un caso como este, ni hubiese soñado que me podrÃa ocurrir. No les oigo hablar, pongo el café al fuego y regreso a la sala. Se han quedado dormidos, no me extraña, les voy a imitar, pero antes comeré algo y apagaré el gas.
Un inglés ¿de vacaciones?
El charter proveniente de Venezuela acababa de aterrizar, en el venÃa la primera tanda de emigrantes de vacaciones, él también; llamaba la atención por su estatura, era largo y fuerte, su cara morena contrastaba con el pelo castaño claro, miraba de forma directa y su franca sonrisa era su mejor presentación, al instante se pensaba es americano. Pero era inglés. No era la primera vez que hacÃa este viaje; tampoco era un simple turista con dinero para gastar, aunque resultaba conveniente que la gente lo viese de esa manera. Su equipaje, anodino y vulgar, se componÃa de una mochila enorme, la cámara de fotos colgada al cuello y un bolso de mano de una agencia de viajes. Cogió un taxi, y dio al conductor la dirección de una pensión ubicada en el centro de la ciudad, cerca de la playa y los jardines, pagó y, cogiendo todos sus bártulos, se dirigió hacia un portal anejo a una tienda de radios, calculadoras, relojes, etc., llamó al timbre:
-¿Quién es?
-Mister Robinson, tengo reservada habitación, ¿OK.?
-Pase-contestó la voz al tiempo que se oÃa el sonido del portero automático.
Subió por la estrecha escalera hasta el segundo piso donde le esperaba el dueño de la pensión, un hombre bajo, de complexión media y un tanto entrado en carnes, amable, hablaba con un marcado acento gallego. Se conocÃan desde hacÃa cuatro años, cuando por primera vez arribó a estas tierras:
-¿Qué tal el viaje, cansado?
-SÃ, ¿es la misma habitación? âpreguntó mientras firmaba en el registro.
-Por supuesto, la que da a la calle, ¿no?
-No hace falta que me acompañe, por favor avÃseme a las doce.
-Vale señor, que descanse.
-Gracias. Buenas noches.
-Buenas noches.
Realmente estaba derrotado, abrió el bolso de mano y sacó de él un pijama de verano azul marino, de esos que vienen con un pantalón corto; se lo puso y sacó su neceser, que fue a colocar en el armario del cuarto de baño, habÃan tenido el detalle de ponerle una pastilla de jabón y un tubo de pasta dental, era un buen cliente que se pasaba dos meses todos los veranos allà y habÃa que cuidarlo, pensó. Se metió en la cama, al cabo de cinco minutos estaba profundamente dormido.
-La hora, señor Robinson.
-Gracias-contestó al instante ya que hacÃa lo menos media hora que se habÃa despertado.
El primer dÃa en cualquier lugar estaba dedicado a recorrerlo tranquilamente, a reconocer los sitios y las personas, a tomar contacto de nuevo con la ciudad. Terminó de guardar sus cosas en el armario, cogió la cámara de fotos y diciendo adiós al dueño