La princesa de papel. Erin Watt
Parecían cuarenta y cinco, pero sospecho que has perdido peso desde que estás a la fuga.
¿A la fuga? ¿Cómo demonios sabe eso?
Suelta un bufido como si pudiese leer mi expresión.
—Tengo cinco hijos. No hay truco que no hayan intentado conmigo, y conozco a un adolescente cuando lo veo, incluso debajo de capas de maquillaje.
Le devuelvo la mirada, seria. Este hombre, sea quien sea, no me sonsacará nada.
—Tu padre es Steven O’Halloran. —Se corrige a sí mismo—. Era. Tu padre era Steven O’Halloran.
Giro la cara hacia la ventana para que este desconocido no vea el destello de dolor que cruza mi expresión antes de enterrarlo. Claro que mi padre está muerto. Por supuesto.
Parece que la garganta se me estrecha y tengo la horrible sensación de que las lágrimas se arremolinan tras mis ojos. Llorar es de niños. Llorar es de débiles. ¿Llorar por un padre que no he conocido? Demuestra una total debilidad.
Oigo el tintineo de un cristal que choca contra otro por encima del zumbido de la carretera y, después, el sonido familiar del alcohol que llena un vaso. Royal empieza a hablar un momento después.
—Tu padre y yo éramos los mejores amigos. Crecimos juntos. Fuimos juntos al instituto. Decidimos alistarnos en la marina en un impulso. Con el tiempo, nos unimos a las fuerzas especiales del ejército de los Estados Unidos, pero nuestros padres querían que nos retirásemos pronto, así que, en lugar de volver a servir, nos mudamos a casa para tomar las riendas de nuestros negocios familiares. Construimos aviones, por si te lo preguntabas.
«Claro que sí», pienso con amargura.
Ignora mi silencio o lo toma como una aprobación para continuar.
—Hace cinco meses, Steve falleció durante un accidente de ala delta. Pero antes de irse… es espeluznante, como si hubiera tenido una premonición… —Royal sacude la cabeza—… me dio una carta y dijo que quizá fuese la correspondencia más importante que había recibido. Me dijo que la analizaríamos cuando regresase, pero una semana después, su mujer volvió del viaje y me contó que Steve había muerto. Me olvidé de la carta para encargarme de las… complicaciones con respecto a su fallecimiento y a su viuda.
¿Complicaciones? ¿A qué se refiere? Te mueres y ya está, ¿no? Además, la forma en la que ha dicho viuda, como si fuese una palabra asquerosa, me hace sentir curiosidad por ella.
—Un par de meses después, me acordé de la carta. ¿Quieres saber lo que decía?
Qué provocador tan horrible. Por supuesto que quiero saber lo que decía la carta, pero no voy a darle la satisfacción de una respuesta. Apoyo la mejilla contra la ventana.
Dejamos atrás varias manzanas antes de que Royal se rinda.
—La carta era de tu madre.
—¿Qué? —Giro la cabeza sorprendida.
No se muestra petulante por haber llamado mi atención, simplemente parece cansado. La pérdida de su amigo, de mi padre, se refleja en su rostro, y por primera vez veo a Callum Royal como el hombre que profesa ser: un padre que ha perdido a su mejor amigo y ha recibido la sorpresa de su vida.
Sin embargo, antes de que pueda decir una palabra más, el coche se detiene. Miro por la ventana y veo que estamos en el campo. Hay una larga franja de tierra, un gran edificio de una planta hecho de chapa y una torre. Cerca del edificio hay un gran avión blanco con las palabras Atlantic Aviation estampadas en él. Cuando Royal ha dicho que construía aviones, no me esperaba este tipo de aviones. No sé qué esperaba, pero no pensaba en un pedazo de jet tan grande como para llevar a cientos de personas por el mundo.
—¿Es suyo? —Me resulta difícil no tener la boca abierta.
—Sí, pero no nos detendremos.
Quito la mano de la pesada manilla plateada de la puerta.
—¿A qué se refiere?
De momento, guardo la sorpresa que me ha causado haber sido secuestrada, la existencia —y la muerte— del donante de esperma que ayudó a crearme y la misteriosa carta para observar maravillada y con la boca abierta como atravesamos las verjas, dejamos atrás el edificio y entramos en lo que supongo que es el aeródromo. En la parte trasera del avión se baja una escotilla y, cuando la rampa toca el suelo, Goliat acelera el motor y nos sube al almacén de carga del avión.
Me doy la vuelta para observar por la luneta trasera del coche como se cierra sonoramente la escotilla tras nosotros. En cuanto la puerta del avión se cierra, los pestillos del coche hacen un suave sonido. Y soy libre. O algo así.
—Después de ti. —Señala Callum hacia la puerta que Goliat mantiene abierta para mí.
Con la chaqueta agarrada con fuerza contra mí, intento mantener la compostura. Incluso el avión está en mejores condiciones que yo con mi corsé de stripper y mis incómodos tacones prestados.
—Necesito cambiarme. —Agradezco sonar casi normal. Tengo bastante experiencia en pasar vergüenza, y a lo largo de los años he aprendido que la mejor defensa es un buen ataque. Pero ahora mismo estoy bajo mínimos. No quiero que nadie, ni Goliat ni la gente del vuelo, me vea con estas pintas.
Es la primera vez que vuelo. Siempre viajaba en autobuses y, en algunas horribles ocasiones, con camioneros. Pero esta cosa es gigante, lo suficientemente grande como para alojar un coche. Seguro que en algún lado hay un armario para que me cambie.
Callum suaviza la mirada y asiente bruscamente hacia Goliat.
—Te esperaremos arriba. —Señala el final de la habitación que parece un garaje—. Tras esa puerta hay unas escaleras. Sube cuando estés lista.
En cuanto me quedo sola, cambio la indumentaria de stripper por mi ropa interior más cómoda, unos vaqueros holgados, una camiseta de tirantes y una camisa de franela con botones; normalmente la dejaría abierta, pero en esta ocasión la cierro, a excepción del botón de arriba. Parezco una indigente, pero al menos estoy cubierta.
Meto la ropa de stripper en la mochila y compruebo si el dinero sigue ahí. Gracias a Dios está dentro, junto con el reloj de Steve. Mi muñeca parece desnuda sin él, y como Callum ya lo sabe, me lo pongo. El segundo en que la correa se cierra en torno a mi muñeca me siento mejor, más fuerte. Puedo enfrentarme a cualquier cosa que Callum Royal tenga guardada para mí.
Me echo la mochila al hombro y empiezo a planear qué hacer mientras me dirijo hacia la puerta. Necesito dinero. Callum tiene dinero. Necesito un sitio donde vivir, y pronto. Si consigo suficiente dinero de él, viajaré en avión a mi próximo destino y empezaré de cero. Sé cómo hacerlo.
Estaré bien.
Todo irá bien. Si me cuento esa mentira las suficientes veces, creeré que es verdad… aunque no lo sea.
Cuando llego al final de las escaleras, veo que Callum se encuentra allí, esperándome. Me presenta al conductor.
—Ella Harper, este es Durand Sahadi. Durand, esta es la hija de Steven, Ella.
—Encantado de conocerla —dice Durand con una voz absurdamente profunda. Dios, suena como Batman—. Lamento su pérdida.
Inclina la cabeza ligeramente. Es tan amable que sería descortés ignorarlo. Quito mi mochila de en medio y le estrecho la mano.
—Gracias.
—Gracias, Durand. —Callum despacha a su conductor y se gira hacia mí—. Sentémonos. Quiero llegar a casa. El vuelo a Bayview dura una hora.
—¿Una hora? ¿Ha cogido el avión por una hora de viaje? —exclamo.
—Conducir habría supuesto seis, y eso es demasiado. He necesitado nueve semanas y todo un ejército de detectives para encontrarte.
Ya que no tengo opción, sigo a Callum hacia unos asientos de cuero color crema