La princesa de papel. Erin Watt

La princesa de papel - Erin Watt


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mesa, como si su equipo supiese que no funciona sin beber.

      Al final del pasillo hay otro grupo de sillas cómodas y un sofá tras ellas. Me pregunto si podría conseguir trabajo de azafata para él. Este sitio es incluso mejor que su coche. Sin duda podría vivir aquí.

      Me siento y coloco la mochila entre los pies.

      —Bonito reloj —comenta con sequedad.

      —Gracias. Me lo dio mi madre. Me dijo que fue lo único que le dejó mi padre además de a mí y de su nombre. —Ya no hay necesidad de mentir. Si su ejército de detectives privados dio con mi paradero, probablemente sepa más de mí y de mi madre que yo misma. Lo cierto es que parece saber mucho acerca de mi padre, y descubro que, muy a mi pesar, estoy ansiosa por recibir toda esa información—. ¿Dónde está la carta?

      —En casa. Te la daré cuando lleguemos. —Coge una carpeta de cuero y saca un fajo de dinero con un envoltorio blanco alrededor, como en las películas—. Quiero hacer un trato contigo, Ella.

      Sé que tengo los ojos abiertos como platos, pero no puedo evitarlo. Nunca he visto tantos billetes de cien dólares juntos.

      Empuja el fajo contra la oscura superficie hasta que la pila de billetes se detiene frente a mí. ¿Es esto un programa o algún tipo de competición televisiva? Cierro la boca y trato de incorporarme. Nadie me toma por tonta.

      —Soy toda oídos —respondo mientras me cruzo de brazos y miro a Callum con los ojos entreabiertos.

      —Por lo que sé, te desnudas para mantenerte y conseguir tu título de instituto. Después de eso, imagino que querrás ir a la universidad, dejar lo de desnudarte y, quizá, hacer otra cosa. Puede que quieras ser contable, doctora o abogada. Este dinero es un símbolo de buena fe. —Da unos golpecitos a los billetes—. Este fajo contiene diez mil dólares. Te daré un fajo en metálico de la misma cantidad por cada mes que te quedes conmigo. Si te quedas hasta graduarte en el instituto, recibirás una bonificación de doscientos mil. Con eso podrás pagar tus estudios universitarios, alojamiento, ropa y comida. Si te gradúas en la universidad, recibirás otra bonificación sustanciosa.

      —¿Dónde está el truco? —Mi mano está deseando coger el dinero, encontrar un paracaídas y escapar de las garras de Callum Royal antes de que diga «mercado de valores».

      En lugar de eso, permanezco sentada y espero oír el trato asqueroso que tengo que cumplir para obtener este dinero mientras debato mis límites conmigo misma.

      —El truco está en que no luches. No intentes escaparte. Quiero que aceptes que soy tu tutor legal. Que vivas en mi casa. Que trates a mis hijos como si fueran tus hermanos. Si lo haces, podrás tener la vida que has soñado. —Se detiene—. La vida que Steve hubiese querido que tuvieras.

      —¿Y qué tengo que hacer por usted? —Necesito que me diga exactamente los términos.

      Callum abre los ojos como platos y su cara adquiere una tonalidad verde.

      —No tienes que hacer nada por mí. Eres una chica muy guapa, Ella, pero eres una niña, y yo un hombre de cuarenta y dos años con cinco hijos. Quédate tranquila, tengo una atractiva novia que satisface todas mis necesidades.

      Puaj. Levanto una mano.

      —Vale, no necesito más explicaciones.

      Callum ríe aliviado antes de volver a ponerse serio.

      —Sé que no puedo reemplazar a tus padres, pero aquí me tienes si me necesitas. Puede que hayas perdido a tu familia, pero ya no estás sola, Ella. Ahora eres una Royal.

      Capítulo 4

      Estamos aterrizando, pero, a pesar de tener la nariz pegada a la ventanilla, está demasiado oscuro para ver algo. Todo lo que veo son las luces intermitentes de la pista, y, una vez hemos aterrizado, Callum no me da tiempo para echar un vistazo a mi alrededor. No cogemos el coche que está en el almacén de carga. No, ese debe ser el coche «de viaje», porque Durand nos conduce a otro brillante coche negro. Tiene las ventanas tintadas, así que no tengo ni idea del paisaje por el que viajamos. Sin embargo, Callum baja la ventanilla un poco y percibo un aroma a sal. El mar.

      Debemos de estar en la costa. ¿En Carolina del Norte o Carolina del Sur? Un viaje de seis horas desde Kirkwood nos dejaría en algún sitio junto al Atlántico, lo cual tiene sentido por el nombre de la empresa de Callum. Sin embargo, no importa. Lo importante es el fajo de billetes nuevos en mi mochila. Diez de los grandes. Todavía no me lo creo. Diez mil al mes. Y un montón más tras graduarme.

      Tiene que haber un truco. Puede que Callum me haya asegurado que no espera… favores especiales a cambio, pero no soy tonta. Siempre hay truco, y con el tiempo lo sabré. Para entonces tendré al menos diez mil dólares en el bolsillo por si necesito escapar de nuevo.

      Hasta ese momento le seguiré el juego. Me portaré bien con Royal.

       Y sus hijos…

      Mierda, me había olvidado de sus hijos. Había dicho que tenía cinco.

      Aun así, ¿cuán malos podrían llegar a ser? ¿Cinco niños ricos mimados? Ja. He tratado con cosas peores. Como el novio mafioso de mi madre, Leo, que intentó tocarme cuando tenía doce años y que me enseñó la forma correcta de cerrar un puño después de darle un puñetazo en la barriga y casi romperme la mano. Le hizo gracia, y nos hicimos amigos tras eso. Los consejos de defensa personal me ayudaron con el siguiente novio de mi madre, que era igual de sobón. Mamá sí que elegía bien.

      Pero intento no juzgarla. Hizo lo que debía para sobrevivir, y nunca dudé de cuánto me quería.

      Después de media hora de camino, Durand detiene el coche frente a una verja. Hay una mampara entre nosotros y el asiento del conductor, pero oigo un pitido electrónico, después un zumbido mecánico, y a continuación nos volvemos a poner en marcha. Esta vez vamos más despacio, hasta que finalmente el coche se detiene del todo y los seguros se desbloquean con un clic.

      —Hemos llegado a casa —dice Callum en voz baja.

      Quiero corregirlo, responder que yo no tengo casa, pero mantengo la boca cerrada.

      Durand me abre la puerta y extiende la mano. Me tiemblan ligeramente las rodillas al salir. Hay otros tres vehículos aparcados fuera de un garaje enorme, dos todoterrenos negros y una camioneta rojo cereza que parece fuera de lugar.

      Callum se da cuenta de dónde miro y lanza una sonrisa arrepentida.

      —Antes teníamos tres Range Rovers, pero Easton cambió el suyo por esa camioneta. Sospecho que quería más espacio para tontear con las chicas con las que sale.

      No lo dice con un tono de reproche, sino de resignación. Supongo que Easton es uno de sus hijos. También percibo un poco de… algo en la voz de Callum. ¿Impotencia, quizá? Lo acabo de conocer hace unas cuantas horas, pero, de alguna manera, no me imagino que este hombre se haya sentido indefenso alguna vez, y mis defensas vuelven a estar activas.

      —Tendrás que ir al instituto con los chicos durante los primeros días —añade—. Hasta que te consiga un coche. —Entrecierra los ojos—. Bueno, si tienes un permiso en el que aparezca tu nombre y tu verdadera edad, ¿es así?

      Asiento a regañadientes.

      —Bien.

      Después me doy cuenta de lo que acaba de decir.

      —¿Me vas a comprar un coche?

      —Será lo más fácil. Mis hijos… —Parece elegir sus palabras con cuidado—… no cogen cariño a desconocidos con facilidad. Pero necesitas ir al instituto, así que… —Callum se encoge de hombros y repite—: Será lo más fácil.

      No puedo evitar sospechar. Aquí hay algo raro. Este hombre. Sus hijos. Quizá debería haber intentado salir del coche en Kirkwood con más fuerzas. Puede que…

      Mis pensamientos


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