Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza
policías y los bomberos de Nueva York —dije hablando con voz suave, muy cerca de su oído.
—¿Y tu padre?
—Mi padre era pianista. —Sonreí.
—Un soñador, como tú —dijo mirándome a los ojos.
Me quedé mirándola sintiendo cómo mi cuerpo la reclamaba. «Tal vez es el momento», pensé a punto de besarla. Pero de pronto ella tembló y la atraje hacia mí para darle calor.
—¿Y tú con que sueñas, Frank? —susurré.
—Con ser libre, cuando actúo me siento así, libre de mi padre y de todos.
—Es un buen sueño —dije besando su pelo.
—¿Y el tuyo? ¿Tienes un sueño, Mark?
Y pensé que ella era mi sueño, que en realidad siempre lo había sido, aunque yo no lo supiese.
—Quiero ser pianista de jazz en La Costa Azul —dije avergonzado.
Pero en vez de reírse, como pensé que haría, Frank me miró con un brillo especial en los ojos.
—Me parece un sueño precioso —susurró.
—Solo necesito… un poco de suerte —suspiré—. Aunque los sueños pueden cambiar.
Olía de maravilla, la noche era preciosa, el parque parecía un oasis dentro del caos de la ciudad y amortiguaba el incesante ruido de los coches de policía, las ambulancias y el tráfico perpetuo.
—Nadie me había traído a pasear en calesa por el parque —dijo cerrando los ojos—. Eres un romántico, Gallagher.
Sonreí dándole la razón. Ella comenzó a respirar profundo, más lentamente y sin apenas moverme para no molestarla, pude contemplar cómo Frank se iba quedando dormida poco a poco, recostada sobre mi hombro, mientras el cochero silbaba aquella vieja canción irlandesa que hacía llorar a mi abuelo.
Capítulo 7
Night & Day
El plan de Frank era colarse en el cotillón de Nochevieja del Waldorf Astoria. Nada más ni nada menos.
—¿Por qué el Waldorf? —le pregunté extrañado.
—Porque… no sé… es un lugar con historia, con clase, algo antiguo. Y porque a mi madre le encantaba ese hotel —dijo con melancolía.
—Nunca he estado, así que…
—Pues te va a gustar. Tengo un secreto —rio.
—No sé si preguntar… —dije riéndome y negando con la cabeza.
—Verás… mi padre es diplomático. —La miré con extrañeza—. Entre los pisos veintiocho y cuarenta y dos del Waldorf, las Waldorf Towers tienen los mejores apartamentos y suites de la ciudad donde vive gente muy importante. Las Naciones Unidas tienen allí la residencia oficial de su representante permanente y…
No entendía nada y todo aquello me parecía una locura absoluta.
—¿Y?
—Y mi padre tiene llave. No se suele utilizar nunca esa suite, pero da la casualidad de que yo tengo acceso a esa llave. —Sonrió muy orgullosa de sí misma—. Mi padre y mi madre se citaban allí en secreto. Y gracias a eso nos vamos a colar en el cotillón que se celebra en el hotel esa noche. Será divertido —añadió Frank convencida de sus palabras, y creo que también me convenció a mí con su entusiasmo, ese arrebato tan maravilloso que ponía en todo cuanto hacía o decía.
En realidad, tengo que reconocer que me daba igual dónde quisiese pasar la Nochevieja. Lo único que yo quería era descubrir qué ropa interior iba a ponerse aquella noche tan especial. Me importaba bien poco la locura que intentase poner en práctica. Es más, me divertía mucho todo lo que ella había tramado. Y me moría de curiosidad, así que le seguí el juego e hice una apuesta conmigo mismo. Estaba casi seguro de que no elegiría el típico conjunto de sujetador rojo para nuestra noche en el Waldorf.
Terminaba el 2011, apenas le quedaban unas horas y sentía ese cambio en el aire, en mi cuerpo. Era la constatación de que deseaba a Frank con cada fibra y cada poro de mi ser, con cada nueva respiración.
El apartamento que compartía con Pocket era un loft sin paredes, pero con un amplio ventanal con vistas a la ciudad, que llenaba de luz toda la estancia sin apenas muebles.
Me gustaba mucho aquel apartamento. Estaba situado en un antiguo y medio abandonado edificio industrial del que querían echarnos los dueños para construir apartamentos de lujo. Queens estaba cambiando y ahora todo eran pisos carísimos y viviendas de diseño.
—Me has decepcionado, ¿sabes, tío? —me dijo Pocket mientras me probaba la mejor chaqueta que tenía.
—¿Por qué? —pregunté sin apartar la mirada del espejo, comprobando cómo me quedaba la ropa.
Soy un presumido, lo sé.
—¡Mírate! Eras mi ídolo, algo a lo que aferrarme, un mito masculino, y ahora… —Negó con la cabeza—. Ahora vas y te enamoras. Tú que siempre pasabas de eso del amor. Tío, me encantaba verte rodeado de tías estupendas de las que ni siquiera recordabas el nombre después de tirártelas.
—Frank es estupenda —dije con énfasis.
—Lo sé, lo sé. Pero hay muchas así. ¿Por qué conformarte con una pudiendo salir con todas las que quieras? Yo no tengo esa planta de actor de cine y esa sonrisa, pero si la tuviese…
—Frank es diferente, tiene algo que no tienen las demás, me…. —Hice una pausa buscando las palabras exactas—. Consigue emocionarme. Hace que todo, que la vida sea más divertida e interesante. ¡Me sacude por dentro, hermano!
—¡No me jodas! Ahora me dirás que antes no te divertías.
—Las demás me aburrían, eran predecibles y ella no. Es todo lo contrario en realidad —reí recordándola—. Nunca sabes lo que te va a ocurrir estando a su lado.
—Pero ¿ella quiere algo contigo?
—Sé cómo me mira y lo que expresa su cuerpo cuando estamos juntos y creo que conozco un poco a las mujeres —dije con arrogancia.
«Esta noche lo sabré de verdad», me dije sintiendo un cosquilleo en el estómago, por culpa de los nervios.
—Ponte esto, tío, irás mucho más elegante —dijo Pocket tirándome su abrigo de paño de lana color camel.
—¿Esto? —dije mirándolo extrañado.
No estaba muy convencido, aunque tengo que reconocer que Pocket suele ser un tío elegante, pero su gusto por los colores no concuerda con el mío.
—Sí, es un abrigo muy bueno, tío, me costó una pasta. No tienes ni gota de gusto.
—¿Y tú sí?
—Yo soy todo un dandi, y si no pregúntale a mi chica.
—¿Vas a volver con Jalissa? —Sonreí.
—Hoy la llevo a bailar —dijo dando unos pasos de baile.
—¡Te das por vencido! —reí a carcajadas.
—¡Llevo meses sin follar! Ninguna me hace ni caso, todas buscan un Jay-Z o algo parecido. Y Jalissa no es Beyoncé, pero me quiere y yo a ella, y me va a dar otra oportunidad. Hice el tonto este verano con eso de querer mi independencia y le he pedido perdón.
—Me alegro por ti. Sois tal para cual, siempre te lo he dicho.
—Además, le cae bien a mi madre.
—Sí, están compinchadas —reí.
—¿Y tú a dónde vas con Frank?
—¡Al Waldorf!