Conquistadores de lo imposible. José Ángel Mañas

Conquistadores de lo imposible - José Ángel Mañas


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imposible por ignorarlas. Por eso he considerado necesario presentarme ante vuestra excelencia…

      El canciller parecía aquilatar la integridad moral del hombre que tenía ante sí. Era consciente de que la verdad no es planta que abunde sobre la tierra, que a menudo está eclipsada y, sobre todo, que se robustece con la investigación y la reflexión.

      —Os agradezco que hayáis querido informarme, fray Bartolomé. Reflexionaré sobre todo con la debida atención, y lo comentaré con el rey. Volved a este palacio de aquí a unos días y tendréis noticias.

      —Ha sido un honor hablar con vuestra excelencia.

      —El honor es mío, fray Bartolomé.

      Y lo acompañó hasta la puerta. La niebla embrumecía el patio.

      II. LITIGIO SOBRE NUEVA ESPAÑA

      Valladolid, diciembre de 1517

      1

      Durante todo un mes, Las Casas platicó incesantemente con el canciller Savage, hombre amable y culto que prestó toda su atención al relato que le hacía de la destrucción de las Indias.

      El favor era tan grande que un día, habiéndose acercado a la corte el obispo Fonseca y su secretario Cochinillos, este, que traía cédulas del Consejo de Indias para que se le firmaran, se cruzó con el canciller por el pasillo y Savage le dijo muy airado: «Anda, idos de aquí antes de que os mande echar, que vos y el obispo estáis esquilmando las islas».

      No hace falta añadir lo mucho que el relato agradó a nuestro dominico.

      Las reuniones con el canciller tenían lugar en la misma sala, al calor de un brasero o de la chimenea, con una manta sobre las rodillas: en Valladolid el invierno es riguroso. O si el tiempo lo permitía, paseando por el señorial patio de piedra. Tal era el volumen de trabajo que acometía el canciller, visto que el rey era joven y que la gobernanza recaía sobre él, que apenas descansaba.

      Durante ese tiempo no vio nunca fray Bartolomé a don Carlos, pero el canciller le hacía saber que estaba informado y reflexionaba sobre los remedios que le proponían.

      Una tarde, cuando fray Bartolomé, acompañado por Reginaldo, se alejaba ya por los pasillos de palacio hacia la salida, el canciller mandó a un criado a decirle que le quería hablar y le dijo en latín: Rex, dominus noster, iubet quod vos et ego apponamus remedia Indiis; faciatis vestra memoria.

      —El rey, nuestro señor, manda que vos y yo pongamos remedios a los indios; haced vuestros memoriales.

      Fray Bartolomé contestó con una reverencia.

      —Aparejado estoy, y de muy buena voluntad haré lo que el rey y vuestra excelencia me mandan. El poder de los reyes, cuando se basa en la razón y la verdad, se robustece. La justicia, hoy, es más importante que una buena cosecha.

      Colmado de alegría, concluyó que finalmente es mejor un rey joven que escucha y se deja aconsejar que uno, como don Fernando, que no atendía sino a sus propias opiniones.

      Era la segunda vez que Dios ponía en sus manos el remedio a los males de los indios, y fray Reginaldo, al ver cómo sonreía, no pudo evitar citar a Horacio:

      —Aunque la justicia camina lentamente, rara vez deja de alcanzar al malvado.

      Las Casas estaba como en una nube.

      2

      Ya todos habían entendido en la corte que los flamencos gustaban de tratar los negocios en torno a una buena mesa y a ser posible bebiendo cerveza. Y tomarse su tiempo, como buen pueblo flemático. De modo que cuando Las Casas recibió la invitación del almirante de Flandes, Adolfo de Veere, sencillamente pensó que tendría que ver con algún negocio de los que trataba con el canciller.

      Ocupaban estos flamencos un palacio menor no lejos de la plaza del Mercado, propiedad de uno de los muchos mercaderes italianos con casa en Valladolid. En él llevaban un mes alojados unos extranjeros que cada vez lo iban siendo menos.

      Los vallisoletanos se acostumbraban a sus modos. Los flamencos empezaban a hablar algo de castellano, y los castellanos procuraban adaptarse al francés que se utilizaba en la corte de Borgoña. Algarabía de allende, decían bromeando, que el que la habla no la sabe y quien la escucha no la entiende…

      Cuando nuestro fraile se presentó al mediodía, se le hizo sitio en una mesa grande entre señores a los que había visto en alguna ocasión en el palacio de los Rivadavia.

      Resultaban muy reconocibles sus atavíos flamencos y el sevillano intercambió con el secretario del almirante, un monje benedictino, algunas frases en latín que este tradujo a su señor.

      Como hombre bien entrado en carnes, de tez rojiza y ojos astutos, De Veere reía con ganas, comía con apetito y agasajó a su visitante con buenas viandas y un vino verdejo que el dominico cató con gusto.

      No contento con ello, se puso en pie y, tal y como manda la cortesía en Flandes, levantó su jarra para decir en francés:

      —Je bois à votre santé, monsieur.

      Fray Bartolomé se sentía halagado y un puntito embriagado cuando, tras tratar del tiempo y otras vaguedades, se le pidió una relación de su experiencia en las islas.

      El fraile no escatimó saliva a la hora de relatar los horrores cometidos por los españoles durante la conquista de Cuba, a la que había asistido, así como la situación de los indígenas, algo a lo que, entre el canciller y él, explicó, estaban poniendo remedio.

      —Si nos dejan, pronto podremos decir que ha terminado la esclavitud de aquellas gentes. Lo que planeamos su excelencia y yo es que vivan en paz con los españoles, comerciando en pie de igualdad y sin sufrir los vejámenes actuales.

      Aunque no le interesase la cuestión indígena, el almirante De Veere asintió, dio un nuevo trago a su jarra, le miró, se limpió la boca, soltó un eructo, puesto que al igual que sucede entre los árabes no estaba mal visto en su país, y se volvió hacia el benedictino para que tradujera.

      —Dice, padre, que ya se imagina vuestra merced la razón por la cual lo invita a comer… El almirante tiene gran interés en saber de esas regiones que se están descubriendo en Indias. Es algo muy grande lo que está haciendo España allí…

      3

      El sonriente dominico miraba a don Adolfo, más que al traductor, para facilitar la comunicación.

      —De las islas precisamente vengo… Pasé muchos años en las colonias. Sé bien lo que sucede allí. Ese es el motivo de mi presencia en la corte. De ello hablo a diario con el canciller Savage.

      —El almirante lo sabe, pero no es de los indios de lo que quería hablar con vuestra reverencia… A él le interesa la nueva tierra firme que se ha descubierto y por la que pleitea con la Corona Diego Colón.

      —Lo que llaman el Darién, así es. Yo conozco bien a Núñez de Balboa, quien recién ha descubierto el mar del Sur, así como al resto de las autoridades, y estoy esperando se me encomienden unos terrenos para poner en pie una comunidad en la que, a semejanza de la imaginada por Tomás Moro, todos vivamos en paz.

      »Es importante desarrollar un nuevo modelo de colonización. Estoy convencido de que los españoles podemos establecer relaciones amistosas con los indios sin recurrir a la violencia. Como bien dijo Erasmo, la paz consiste en gran parte en desearla, y no se puede buscar donde brilla el oro…

      Las Casas, que tenía cierta pesadez tras haber comido más de lo acostumbrado, comprendió que aquello al almirante no le interesaba demasiado. Por el énfasis que ponía en ponderar el caldo español y las carnes que probaban, se le vino a la cabeza aquel dicho de que los hombres sabios hablan de ideas y los vulgares de comida.

      Vuelto hacia sus compañeros, que ya dejaban de hablar entre sí, el orondo De Veere, hizo un gesto con la mano para señalar, no el frío techo de piedra del palacio,


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