Conquistadores de lo imposible. José Ángel Mañas

Conquistadores de lo imposible - José Ángel Mañas


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y en ella altísimas montañas que anuncian un vastísimo territorio —dijo el benedictino, que también tenía los carrillos enrojecidos por el vino.

      —Es exacto. Me han llegado noticias de que don Diego Velázquez, gobernador de Cuba, y su secretario Hernán Cortés andan preparando una expedición para conquistar aquellos territorios y a los indios que los habitan, desconocidos por esos lares.

      Al almirante, que sujetaba con tres dedos de su mano derecha un trozo de venado, se le subía la sangre a las mejillas. Sonrió satisfecho. Dijo algo al resto de los comensales, que asintieron y miraron a fray Bartolomé apreciativamente.

      —De eso quiere hablar con vos el almirante De Veere.

      —¿Y cuál es, si puede revelarlo, su interés?

      —El almirante me pide que os diga que su majestad le acaba de hacer heredero de todas esas tierras. Se las ha entregado para que las colonice.

      A nuestro dominico aquello le cayó encima como un jarro de agua fría. De pronto, el sentido de la reunión se le hizo patente y se sintió víctima de una encerrona. Comprendió de golpe que el desconocimiento de los asuntos de Indias era absoluto entre los flamencos.

      —Eso es imposible…

      —Quiere saber por qué decís que es imposible —dijo el traductor viendo que De Veere y los demás ahora callaban.

      —Porque esos territorios están bajo la jurisdicción de Diego de Colón, hijo de don Cristóbal, que está ahora mismo en Valladolid. Viene con la intención de presentarse al rey y ponerle al tanto de los pleitos que aún mantiene con respecto a los territorios descubiertos por su padre…

      El almirante ya no reía. Sus mejillas seguían enrojecidas y parecía embotado, pero eso no le impidió soltar un exabrupto con trazas de ser algo desagradable, que el bernardino no tradujo.

      De todas formas, fray Bartolomé tenía claras sus lealtades.

      —No sé si el señor De Veere es consciente de ello, pero explíquele que en su día los reyes de Castilla capitularon con Cristóbal Colón derechos vitalicios sobre todos los territorios que descubriera…, derechos que, como lleva tiempo reivindicando su familia, incluyen no solamente las islas, sino también la tierra firme. Los pleitos comenzaron en el año ocho y desde entonces la familia Colón nunca ha dejado de reclamar sus derechos

      A medida que se le traducía, la contrariedad del anfitrión iba creciendo. Sin mirar a su huésped se dirigió con malos modos al bernardino y se volvió hacia los demás comensales con exclamaciones desagradables. Ya ni se preocupaba de mostrar la más mínima cordialidad. Su buen humor había desaparecido y fray Bartolomé entendió que era el momento de dejar la reunión.

      4

      En aquella alegre y concurrida plaza del Mercado se cataban los claretes de Cigales y Fuensaldaña y los blancos de Rueda, Serrada, La Seca, criados en las bodegas que proliferaban por los alrededores. Cada vez que una ramita verde a la puerta de una taberna anunciaba cuba nueva se hacían colas para decidir sobre la calidad del caldo. No solo los legos, sino también muchos clérigos amigos de los deleites terrenales.

      En una taberna de la calle de Orates, no lejos del hospital de los inocentes, fray Bartolomé encontró a Reginaldo con un par de novicios de la orden junto al fuego que ardía en el rincón.

      A fray Reginaldo le sorprendió el mal humor de su compañero, que llegaba con el rostro enrojecido por el frío.

      —¿No os sentáis? Estos jóvenes están deseosos de conoceros. Ya sabéis mi lema: en la iglesia con los santos, en la taberna con los glotones.

      En La Española, al enfrentarse a los encomenderos en la lucha por la dignidad de los indios, Reginaldo y su hermano Antón habían sido de los pocos religiosos que apoyaron sin fisuras a fray Bartolomé, cuando este quiso aplicar las pragmáticas de Cisneros. Pero desde que era Las Casas quien acudía a diario al palacio de Rivadavia, hablaba con el canciller y trabajaba en sus memoriales a solas, Reginaldo se dedicaba a matar el tiempo y aquello irritaba a Bartolomé, a quien le desagradaba que su compañero bebiese más de lo que parecía digno en un religioso.

      Esa muda crítica se le notaba ahora mismo.

      —Necesito ver a don Diego Colón, ¿sabéis dónde puedo encontrarlo?

      —A estas horas estará con su esposa paseando por el prado de Santa Magdalena, como buena persona principal —dijo Reginaldo, que no parecía dispuesto a interrumpir su velada. Seguramente era su manera de hacerle pagar el abandono de los últimos días, y fray Bartolomé, con gesto antipático, decidió continuar la búsqueda por su cuenta.

      5

      Mentarse la Magdalena y dirigirse nuestro dominico hacia el prado fue lo mismo: sus sandalias cloquearon sobre el empedrado mientras se abría paso entre una reata de mulas cargadas de lana de Burgos. El frío mordía y había salido un día brumoso. Envuelto en su hábito desnudo cruzó la villa hasta que encontró al almirante de Indias paseando con su esposa doña María de Toledo, sobrina del duque de Alba, primo a su vez del rey Fernando, por el famoso prado.

      —Se nos hace extraño ver a vuestra paternidad por aquí. No está dentro de vuestros hábitos pasear por estos lugares tan frívolos —dijo el primogénito de Cristóbal Colón, acogiéndolo con familiaridad.

      —No lo está, efectivamente, excelencia. Y no vengo sino para traeros nuevas importantes.

      Los dos hombres se conocían de muchos años atrás, pues sus familias tenían vínculos importantes con el Nuevo Mundo. Un tío de Bartolomé, Juan de la Peña, había ido en el primero de los viajes del anterior almirante de Indias, don Cristóbal, y sus relatos en su casa sevillana habían sido causa de que el padre de Bartolomé, Pedro de las Casas, que era mercader, embarcase en la segunda expedición colombina.

      A su vuelta, un Domingo de Ramos, junto al apeadero de la reina Isabel y cerca de la iglesia de San Nicolás, Cristóbal Colón había mostrado a un gentío sevillano los indios y las aves recién traídos de La Española, los mismos que luego llevaría consigo a Barcelona, y fue imposible borrar la impresión en quienes, como nuestro religioso, entonces eran chiquillos que correteaban por las calles de Triana. Bartolomé todavía recordaba cómo su padre, curioso, empujaba entre el gentío para poder ver lo que acontecía…

      Pedro de las Casas también estuvo presente junto a Colón cuando este descubrió el devastado fuerte de Natividad. De ese viaje regresó con un indio esclavo que sirvió durante años en su casa y al que Bartolomé acabó liberando cuando lo ordenó la reina Isabel.

      De aquel indio aprendió mucho. De entonces databa su simpatía por los nativos de las islas, que él pisó por primera vez allá por el año mil quinientos…

      Por su parte, Diego Colón, tras bregar con el fiscal de la Corona y animado por el apoyo de su familia política, los Lerma, en la reclamación de sus derechos, había heredado el título de almirante de Indias y a partir del año ocho pudo asumir el cargo de gobernador de La Española —era la primera vez que se trasladaba a sus tierras—, aunque siempre supeditado a la autoridad real, en tanto no se diera fallo definitivo sobre su litigio con la Corona.

      El problema fue que una denuncia sobre abusos de poder que incluía también acciones de sus tíos Bartolomé y Diego, muy cuestionados por las recientes rebeliones en La Española, había llevado al viejo rey Fernando a cesarle y traerlo de vuelta a la Península, donde desde entonces hacía frente, un mes sí y otro también, a los incesantes cargos del fiscal…

      Hacía varios años que vivía inmerso en los inacabables pleitos que lo agotaban y lo consumían, manteniéndolo en un estado de irritación permanente. Se consideraba Diego injustamente perjudicado, y no sin razón. Pero sabía que Las Casas era uno de los más fervientes partidarios de su familia.

      —Caminad con nosotros, fray Bartolomé, os lo ruego…

      6

      El


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