Las aristas de la muerte. Aitor Castrillo

Las aristas de la muerte - Aitor Castrillo


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a Víctor?

      ¡Víctor!… ¡Ha tenido que ser Víctor!… ¡Maldito Víctor!

      Entrenador Norman: «En el momento de la verdad, nada vale y todo cuenta».

      72. Marco. La pena máxima

      He lanzado muchos penaltis a lo largo de mi carrera, pero ninguno tan importante y decisivo como este. Ya se ha superado con creces tanto el tiempo reglamentario como el descuento añadido, por lo que el árbitro decretará el final del encuentro en cuanto dispare a puerta.

      Si consigo marcar, obtendremos la victoria, el título de campeones de Copa, y este será el perfecto colofón a mi trayectoria como futbolista. Un redondo punto final que daría sentido a todos los sacrificios que he hecho para volver a sentirme jugador.

      Si fallo, iremos a la prórroga, en la que lo más lógico es que paguemos el sobreesfuerzo de haber disputado tantos minutos con un hombre menos y terminemos perdiendo una final que se nos escurriría entre los dedos después de haberla llegado a acariciar.

      Brindar con champán y beber de la ansiada copa, o retirarme del fútbol con el agrio regusto de la derrota. Mientras me agacho para colocar el balón sobre el punto fatídico, observo como dos botas se acercan hacia mí y se detienen a tan solo unos centímetros del balón. Me incorporo y tengo a Otto justo delante. No hace falta que os lo presente porque ya le conocéis. Es el mejor portero del mundo. Casi tan prepotente y altanero como gran guardameta; desde que es profesional, ha detenido más de la mitad de penaltis que le han lanzado.

      Nacido en Bélgica, la prensa deportiva de su país le bautizó, durante la temporada de su debut, con el apelativo de Otto por el personaje de Otto Octavius, aquí Doctor Octopus (uno de los archienemigos de Spiderman). Sus largos brazos suelen llegar a sitios donde nadie más puede, al igual que sucede con los tentáculos del famoso pulpo.

      Nos hemos enfrentado en muchas ocasiones, pero tan solo cuatro desde los once metros. Dos acabaron en gol, uno lo estrellé en el poste y otro me lo detuvo con una parada de mucho mérito. Hoy se romperá el empate en nuestra estadística particular.

      –¿Qué hay de nuevo, viejo? –me increpa Otto, tratando de desconcentrarme.

      –Aquí, disfrutando de mi último baile –respondo de inmediato sin caer en la provocación.

      –Es una lástima que vaya a acabar tan mal, porque te lo voy a parar. Procura no lesionarte al chutar –me replica con sarcasmo.

      Cuando me dispongo a contestarle, el árbitro pone fin a nuestro improvisado diálogo obligando a Otto a dirigirse hacia la portería.

      Todo o nada. Cal o arena. Cara o cruz. Cuando, dentro de unos años, diferentes medios de comunicación me entrevisten, seguro que sacarán a colación este momento. De mí depende responder con una sonrisa en la boca o tener que pasar el mal trago de volver a recordar un episodio tan amargo. No solo está en juego un título, también lo está mi legado, aquello por lo que seré recordado siempre. El penalti habitualmente se conoce como pena máxima. En este caso, el término no puede ser más acertado, ya que, si lo fallo, la tristeza que sufriré será mayúscula.

      Otto ya está colocado sobre la línea de cal y, para mi sorpresa, comienza a indicar, con la mano izquierda, uno de los lados de la portería, que «casualmente» coincide con el sitio en el que me paró el último penalti que le lancé hace ya cinco años. Me está retando a chutar ahí. Quiere jugar conmigo, pero ha elegido un mal rival, porque, tras tomar carrerilla y antes de proceder al lanzamiento, yo también apunto con el dedo índice hacia el lado de la portería que él sigue señalando.

      Me ha desafiado y he recogido el guante. No sé qué es lo que va a hacer, si va a tirarse hacia allí o si solo quiere confundirme para finalmente ir hacia al otro lado, pero yo tengo muy claro que voy a chutar al lugar donde ahora mismo confluyen nuestros dos dedos.

      El público se pone en pie y el ruido es atronador. Esta imagen del delantero y el portero apuntando hacia el mismo lugar va a dar la vuelta al mundo. Me ha enseñado el cebo, y voy a morder el anzuelo. Me da igual caer en la trampa porque, después de tres años en ayunas, tengo mucha hambre de gol y va a necesitar mucho más que una simple caña para detenerme.

      Somos como dos pistoleros del lejano oeste que se observan a cierta distancia, impacientes por apretar el gatillo. Dentro de unos segundos, solo uno de los dos quedará en pie. Confío en ser yo. Mientras previsualizo cómo voy a disparar, con el objetivo de tranquilizarme, me digo a mí mismo: «Vamos, Marco, has hecho esto miles de veces. Solo una más, una vez más y todo habrá terminado».

      El árbitro hace sonar su silbato para ordenar que ya puedo ejecutar el lanzamiento. Inicio la carrera y el estadio desaparece; todo el fondo con los espectadores se difumina y únicamente veo con nitidez el balón, la portería y el portero.

      Luka, la promesa de marcar hoy ya no puede esperar más… Golpeo duro con seguridad y determinación. Otto se tira, con su característica agilidad felina, hacia la zona a la que se dirige el balón. Por unas décimas de segundo contengo la respiración y las pulsaciones de mi corazón se disparan.

      ¡Goooooool!

      El esférico ha ido a parar al lateral de la red y yo corro hacia el córner donde están mis familiares y amigos. Mi hijo lo estará viendo por la tele. Ya tengo casi encima a mis compañeros, que se acercan al esprint para celebrarlo conmigo, pero aún me da tiempo a quitarme la camiseta y mostrar a la cámara el mensaje que llevo escrito debajo.

      Formamos una piña en el suelo, en la que las emociones están a flor de piel. Cuando por fin consigo levantarme, el árbitro me muestra tarjeta amarilla por desprenderme de la camiseta y, acto seguido, señala el final del partido. El entrenador Norman viene a buscarme y se funde conmigo en un sentido abrazo, mientras chilla:

      –¡Lo has hecho! ¡Lo has hecho!

      Noto como las lágrimas me descienden por las mejillas cuando observo que en el videomarcador repiten el lanzamiento del penalti. La toma finaliza con un primer plano del texto que llevo escrito en la camiseta interior: «Luka, las promesas se cumplen».

      Entrenador Norman: «Cuando se ha producido una baja inesperada y entras como recambio en la primera parte, debes meterte rápido en el partido».

      71. Sergey. El final de mi inocencia

      Todo (lo malo) comenzó cuando solo tenía diez años. Estaba en casa junto a mis padres y Grisha, mi hermano mayor, que por aquel entonces tenía quince y era mi referente, mi guía y el espejo en el que me miraba cada día.

      Aquella noche, mi padre estaba viendo la televisión en el salón junto a mi madre, mientras Grisha y yo dormíamos en nuestro cuarto. Cuatro timbrazos nos despertaron y nos pusieron en alerta, ya que las doce y media no eran horas de recibir visitas. Mi padre observó de quién se trataba por la mirilla y, a continuación, vino corriendo hacia nosotros con el miedo reflejado en el rostro.

      –Escondeos en el armario. ¡Deprisa! Y no salgáis de ahí bajo ningún concepto –nos dijo, presa del pánico, a mi hermano y a mí.

      Obedecimos sin rechistar. Algo iba a ocurrir, y los augurios no eran precisamente buenos. Mi padre acudió a abrir. Desde la oscuridad del armario situado en el dormitorio no teníamos visión de lo que sucedía en la entrada. Tan solo podíamos ver, a través de las rendijas de las puertas de madera, como mi madre también permanecía oculta debajo de la cama.

      –Buenas noches. ¿A qué debo vuestra imprevista compañía? –balbuceó mi padre.

      –¿Dónde está la droga? –espetó una voz masculina muy grave.

      –Ya os la entregué ayer. Vosotros mismos lo pudisteis comprobar cuando realizamos el intercambio –aclaró mi padre muy angustiado.

      –Esa droga estaba adulterada. Pagamos mucho dinero por una droga pura. No por esa burda imitación que no es otra cosa que ponzoña mal cortada. Ahora mismo estás en una situación muy desfavorable, ya que solo te quedan tres opciones: la droga, el dinero o la vida. ¿Qué eliges?


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