Las aristas de la muerte. Aitor Castrillo

Las aristas de la muerte - Aitor Castrillo


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en el punto previsto para extraerme con rapidez el móvil del bolsillo e introducírmelo en el lateral de la boca.

      Con la excusa de haber perdido varios dientes como consecuencia del impacto recibido con la culata del revólver, me he colocado la mano estratégicamente en ese lado de la cara. No he tenido que exagerar el dolor porque es muy real. Tengo inflamada toda la zona y la hinchazón va en aumento.

      El momento más crítico se ha producido cuando, nada más arrancar, nos ha requisado todas nuestras pertenencias mientras nos cacheaba. Parece que mi sanguinolenta boca ha provocado que al secuestrador se le quitasen las ganas de hurgar en su interior. Cuando por fin hemos llegado a la nave industrial, nos han metido en las casetas prefabricadas y se han marchado. Me acabo de presentar a Mónica, ya que ella aún no conocía mi nombre, y ahora la voy a informar de que tenemos una opción para escapar.

      –Tengo dos noticias para darte: una buena y una mala –le anuncio sin tiempo que perder.

      –Empieza por la buena, que me suelen gustar más –responde sin transmitir demasiada efusividad.

      –Quizá podamos salir de aquí en breve.

      Mónica mastica la noticia en silencio.

      –¿Vas a decirme que eres contorsionista y que puedes pasar a través del pequeño ventanuco? –pregunta con cierta sorna.

      –No, ahora estoy hablando en serio. He conseguido introducir mi móvil en la celda. Ha sido muy arriesgado, pero ha merecido la pena –replico orgulloso de mi gesta.

      –Pero ¿cómo lo has hecho?

      Al encontrarnos en celdas contiguas, me es imposible verle la cara, pero, por cómo suena su timbre de voz, parece que su estado de ánimo ha mejorado considerablemente al conocer la buena nueva.

      –Digamos que utilicé un escondite sangriento. Es un apasionante relato, pero no tenemos tiempo. Mejor lo apunto en la lista de temas pendientes de desarrollar y lo coloco junto al presunto Erasmus que hiciste en Alemania mientras cursabas Medicina. –La conversación se estaba alargando demasiado y no tenemos ni un segundo que perder.

      –Perfecto. Luego nos ponemos al día, porque mi historia no es exactamente de ese modo… ¿Y qué estás esperando a llamar al séptimo de caballería para que vengan a buscarnos?

      –Esa es la mala noticia. Debemos actuar con premura, pero pensando mucho a quién llamamos o quién es el destinatario ideal de un mensaje con nuestra localización actual, ya que la batería está al 2 % y mi móvil se va a apagar de un momento a otro.

      Entrenador Norman: «La mejor manera de romper las defensas férreas son las paredes. Pasar el balón, desmarcarse y volver a recibir».

      73. Alicia. Un millón de ida y vuelta

      Tan solo una hora después de que Víctor apareciese en mi casa para decirme que han secuestrado a mi hija, he recibido en mi móvil un mensaje de audio, cuya duración no supera el minuto, en la que una voz distorsionada me ha dicho lo siguiente:

      Buenas tardes, Alicia. Has recibido una transferencia bancaria de un millón de euros. Ese dinero es de nuestra propiedad y nos ha sido sustraído. No lo retirarás de tu cuenta para devolvérnoslo, porque no nos interesa que tu banco haga demasiadas preguntas. Vas a acudir a tu sucursal bancaria para decirles que el ingreso que recibiste con el concepto «Para mi hija» es un error, ya que tu hija no tiene padre, motivo por el que deseas anularla y que el dinero vuelva a su cuenta original. Víctor no tendrá problemas para sacarlo en efectivo, puesto que La Organización opera con bancos donde la confidencialidad y el margen de maniobra son mucho mayores que los que os ofrecen los bancos tradicionales. Él ya sabe que dispone de unos días para reunir todo el dinero y traérnoslo. Lo hará, porque no tiene otro remedio, teniendo en cuenta que hemos secuestrado a vuestra hija. Ella, ahora mismo, está bien. Sería una pena que sufriera algún daño. Si acudes a la policía, Mónica morirá. Lo repito para que quede claro: si contactas con la policía, mataremos a tu hija. Ahora preocúpate de que el dinero regrese a Víctor para que él pueda devolvernos lo que nos pertenece.

      He escuchado el mensaje cuatro veces consecutivas y no descarto que en un futuro inmediato haya más. Víctor me ha dicho que me volverían a llamar los responsables del secuestro para atribuirse la autoría y solicitarme el retorno del millón de euros usurpado, pero no esperaba que me pidieran que se lo devolviese precisamente al hombre que se lo ha robado.

      En cualquier caso, tenía decidido acudir a la policía para denunciar el rapto y eso es lo que voy a hacer. La amenaza ha sido clara y concisa, pero soy una mujer que respeta las leyes y no actúa por su cuenta. Pese a que el miedo a que le pueda pasar algo a mi hija es patente, confío en que los cauces de la investigación policial puedan dar con Mónica y terminar con esta pesadilla.

      Me he preparado con rapidez y he cogido el coche para llegar a la central de policía, donde estoy segura de que estarán dispuestos a escuchar mi historia. Un secuestro y un millón de euros robados no son delitos frecuentes, por lo que espero que pongan todos los medios a su alcance.

      He aparcado en las inmediaciones de la comisaría y ahora voy caminando hacia la entrada del edificio. De pronto, me suena el móvil. Se trata de un número oculto, pero decido responder:

      –¿Quién es?

      –Te estoy viendo. Pensaba que lo habías entendido en mi anterior mensaje. Nada de policía. Tengo a tu hija delante. Entra ahí y le vuelo la tapa de los sesos. No habrá más avisos ni más llamadas. La próxima vez, la bala hablará por mí y la única manera que tendrás de volver a ver a tu hija será visitándola en el cementerio. Da la vuelta y habla con tu banco como te he ordenado antes.

      Al otro lado del teléfono, suena el pitido que indica que se ha cortado la señal, pero no soy capaz de retirarme el móvil de la oreja. Se trata de la misma voz distorsionada de antes. Me está viendo. Me giro rápidamente mirando alrededor en busca de alguien con un teléfono en la mano, pero no consigo localizar a nadie que me resulte sospechoso. Me quedo inmovilizada en las escaleras de acceso, pero no estoy aterrada. Estoy habituada a trabajar bajo presión. «Presión es mi segundo apellido», suelo decir a mis amigas. No obstante, la llamada sí me ha dejado confundida, ya que ha roto mis esquemas mentales y la hoja de ruta que había preparado. No tengo otra opción. Vuelvo a casa.

      He claudicado a las amenazas y el dinero acaba de ser reembolsado a la cuenta de Víctor. La aplicación del banco no me ha permitido ordenar la operación por internet debido al exagerado importe, y por el mismo motivo tampoco he podido hacerlo llamando al teléfono de atención al cliente. Finalmente, he tenido que personarme en la sucursal bancaria y hacer gala de mi poder de persuasión para que el error fuera subsanado y la transferencia anulada.

      Espero que, al haber cumplido con mi parte del trato, La Organización me devuelva a mi hija sana y salva. Mientras estuvo viviendo fuera, llegué a acostumbrarme a vivir sola, pero, ahora que sé que ella está recluida contra su voluntad y a saber en qué circunstancias, mi casa me parece más vacía que nunca. Soy una mujer de acción y saber esperar nunca ha sido una de mis virtudes. Es duro aceptarlo, pero ahora mismo no puedo hacer nada más que dejar avanzar las agujas del reloj.

      Han pasado varias horas y, pese a que ya son más de las once de la noche, creo que no voy a poder pegar ojo. Se avecina una noche de mucha inquietud y zozobra. Estoy a punto de meterme a la cama cuando suena el teléfono de casa. Descuelgo y espero unos segundos sin contestar, hasta que una voz, sin distorsionar y muy distinta a la anterior, me dice:

      –Hemos secuestrado a tu hija. Para que viva, nos deberás entregar el millón de euros. Lo harás porque es nuestro y porque no quieres que ocurra una desgracia. Solo tendrás que cumplir dos reglas: uno, no hablarás con la policía; dos, seguirás exactamente todas y cada una de nuestras instrucciones. Volveremos a contactar contigo mañana.

      Cuelgo el teléfono, y mil dudas me azotan a la vez dentro de la cabeza. ¿Quién ha secuestrado realmente a Mónica? ¿El que ha dejado el mensaje de audio y luego me ha llamado cuando estaba a punto de acudir a la policía? ¿O el que acaba de llamar ahora, cuyo mensaje, más


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