Las aristas de la muerte. Aitor Castrillo

Las aristas de la muerte - Aitor Castrillo


Скачать книгу
mundial y voy sin armadura.

      Mientras pienso que este reencuentro dista mucho de ser el ideal, llamo al timbre.

      –¡Víctor! –exclama ella nada más abrir la puerta.

      Su cara denota sorpresa y precaución. Dentro de unos minutos, destilará odio.

      –Hola, Alicia. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos –digo mirándola a los ojos–, y sigues igual de guapa que entonces.

      Podría ser un halago táctico para tratar de allanar un camino que se antoja impracticable, pero lo cierto es que Alicia ha mejorado con el paso del tiempo, como el buen vino.

      –Puedes ahorrarte los cumplidos y responder a estas dos preguntas: ¿de dónde has sacado tanto dinero?, y ¿qué haces aquí?

      –Veo que a la abogada siguen sin gustarle los preámbulos… Ambas respuestas están relacionadas entre sí. Trabajo para La Organización haciendo trabajos ilegales, pero, al enterarme de que estabais buscando fondos para un nuevo tratamiento médico dirigido a encontrar una cura a la enfermedad de Mónica, hice lo que mejor se me da y les robé un millón y medio de euros. –La confesión de un robo hace veintidós años me terminó llevando a su cama. Hoy no tendré esa suerte.

      –En nuestra cuenta recibí un millón. ¿Tienes alguna otra hija por ahí necesitada de dinero? –me cuestiona con ironía.

      –Los tipos a los que robé son muy peligrosos. No te puedes imaginar cuánto. En mi plan, ese medio millón extra era mi billete a ninguna parte. Una vez que te entregara el dinero, pretendía huir al extranjero y perderme en algún remoto pueblo de algún inhóspito paraje en el que nadie me hiciera preguntas y pudiera pasar inadvertido. La Organización trataría por todos los medios de dar conmigo y, seguramente, terminarían encontrándome, pero a veces la fortuna sonríe a quien la busca y quizá pudiera iniciar una nueva vida dejando definitivamente atrás el pasado.

      –Pero, si estás aquí hablando ahora conmigo, es que algo en tu plan ha debido de salir mal –matiza con mucho tino.

      –Veo que también sigues siendo igual de perspicaz que antaño… Sí, creo que algo ha salido muy mal. ¿Dónde está Mónica?

      –Ha ido a nadar al mediodía. –Puedo leer la angustia en su rostro–. Cuando he vuelto del trabajo, no estaba en casa. Supongo que habrá quedado con alguna amiga y vendrá dentro de un rato para cenar. No me asustes. ¿Ha ocurrido algo?

      –Todo indica que La Organización la ha secuestrado. Me han pedido el dinero robado para que nos la devuelvan con vida. –Ya lo he dicho… Ahora estallará la ira.

      –¡Noooooo! –grita mientras me abofetea con furia–. ¡Te dije que te olvidaras de nosotras para siempre! ¡Ya tenemos suficientes problemas como para que vengas a complicarlo todo aún más! Ahora mismo voy a ir a una comisaría a denunciar el secuestro.

      Le impido salir por la puerta colocándome en su camino e intento explicarme:

      –Te pido perdón por no haber sabido calibrar mejor los riesgos y las posibles consecuencias de mi acción. La Organización se pondrá en contacto contigo las próximas horas exigiendo que les devuelvas el dinero. –Mientras hablo, observo como Alicia va descomponiéndose ante el impacto de mis palabras. Me siento fatal por lo ocurrido y necesito que me permita ponerle remedio–. Sé cómo funcionan y, si se enteran de que la policía está al corriente del secuestro, es probable que Mónica no viva para contarlo. Entendería cualquier decisión que tomes, pero tengo una idea que debería funcionar. Quizá aún podamos salir indemnes de todo esto.

      –¡No te perdono! ¡No quiero tus ideas, ni tu dinero, ni nada tuyo! ¡Solo quiero que te trague la Tierra para no volver a verte jamás! Como le pase algo a mi hija, juro que yo misma conseguiré que te pudras en la cárcel.

      Entonces, un sonoro portazo ha puesto fin a la breve conversación.

      Alicia tiene toda la razón. Si a causa de mi temeridad Mónica perdiese la vida, nunca me lo perdonaría y sería condenado a arder en el infierno para toda la eternidad. Esto último tampoco es que me preocupe demasiado. Hace tiempo que tengo reservada allí una plaza en primera línea de fuego. Con este último robo, me he equivocado de lleno y seguramente pagaré por ello más adelante, pero ahora nuestros caminos se vuelven a separar. Alicia devolverá el millón confiando en que así pongan en libertad a Mónica. Pero no lo harán. Los conozco demasiado bien. No me dejan otra alternativa que pasar al ataque.

      Aunque no siempre es lo más inteligente para ganar la partida, tengo predilección por las tácticas ofensivas. Si estuviésemos en una partida de ajedrez, soy ese peón solitario que avanza contra un ejército de piezas rivales deseosas de devorarlo para despejar el tablero. Tengo todas las papeletas para perder, pero estoy tan en peligro que mi adversario no se espera mi próximo movimiento: el jaque al rey.

      Aún no sé de qué manera, pero voy a intentar secuestrar al Gran Jefe para reclamar a La Organización un trueque por Mónica.

      Entrenador Norman: «Debéis ser inteligentes y saber dosificar bien vuestros esfuerzos. Para evitar que el partido se os haga muy largo, guardad algo en el depósito. Así podréis utilizarlo más adelante».

      74. Álvaro. El escondite sangriento

      En el interior de la furgoneta he tenido bastante tiempo para pensar. La secuencia del disparo mortal al camarero volvía una y otra vez a mi cabeza, por la dureza de la imagen y porque he interiorizado que, si no hubiese hecho el instintivo gesto de cerrar los ojos, ahora estaríamos en un futuro alternativo completamente distinto, que, casi con toda certeza, contaría con un muerto menos y con dos personas libres más.

      El recorrido por carretera ha sido largo y los tres respetábamos el silencio imperante, hecho que me ha beneficiado sobremanera (luego os contaré por qué). Hacer listas me entretiene y en cierto modo relaja mi mente en situaciones de nerviosismo. Mientras viajábamos, he estado pensando sobre cuáles son mis diez películas favoritas en las que se capturan rehenes. Mi lista ha quedado así: 1. La jungla de cristal, 2. Plan oculto, 3. Última llamada, 4. Con Air, 5. La roca, 6. Speed, 7. Argo, 8. John Q., 9. Hostage y 10. El negociador. Si algún guionista de cine hubiese visto lo que hace un rato he sido capaz de hacer en la cafetería sin que el asesino de la pistola me viera, quizá también incluiría una escena similar en alguna de sus películas.

      Pero vayamos por partes… Estoy convencido de que todos tenéis algún amigo que está siempre a la última en lo que a tecnología se refiere. Ese amigo cuyo móvil puede hacer cosas que nunca habríais imaginado. Ese amigo que posee un reloj con pulsómetro incorporado que te muestra las calorías consumidas. Ese amigo que no duda en coger un destornillador para abrir un portátil y cambiar los componentes de su interior. Ese amigo que tiene la televisión conectada al equipo de música y aquello suena como un cine. Ese amigo que estoy seguro de que todos tenéis soy yo.

      Mi última adquisición se produjo hace un par de meses: el móvil con sistema operativo Android y conexión 4G más pequeño del mercado. Pantalla táctil de 2,45 pulgadas, tan solo seis centímetros de largo y tres de ancho. Ahora que el tamaño de los móviles es cada vez mayor, decidí nadar a contracorriente apostando por este smartphone compacto, cuyo precio de setenta euros se adecuaba muy bien a mi presupuesto. Suelo salir varios días a la semana a correr. De este modo, hago deporte y me mantengo en buena forma física. Quería un móvil muy pequeño para llevarlo enganchado en un brazalete y que, mediante el GPS, almacenase tiempos de paso, recorridos realizados… Mi nuevo móvil cumple perfectamente con esa función de ocupar poco y molestar lo menos posible. Sin embargo, pese a que ya expliqué a mis amigos el porqué de mi compra, vengo siendo objeto de sus bromas y comentarios jocosos desde entonces: «Te has comprado el móvil de los pitufos», «Puedes comer un grano de arroz cocido, mientras bebes un dedal de agua y hablas por tu móvil en miniatura»… Hoy puede que ese minismartphone, tantas veces criticado, sea nuestra salvación.

      Lo llevaba dentro del bolsillo pequeño de mis pantalones vaqueros. Sí, ese destinado a llevar billetes u objetos de dimensiones muy reducidas. Cuando nuestro captor me ha dicho que


Скачать книгу