Las aristas de la muerte. Aitor Castrillo

Las aristas de la muerte - Aitor Castrillo


Скачать книгу

      –Descúbrelo –me dice mientras arquea unas pobladas cejas que le dan un aspecto feroz.

      –Llevo mucho tiempo preparando este golpe. Uno no se levanta una mañana e improvisa robar a La Organización entrando hasta el mismo corazón de la Sede, que es un búnker de seguridad. Hacerlo sin cubrirme las espaldas no habría tenido sentido. El dinero de tu caja fuerte no es lo único que te he robado, ya que, durante los últimos meses, también he ido recopilando una valiosa información que se ha convertido en mi salvoconducto: pruebas fidedignas de delitos muy graves que aquí se han cometido, libros de cuentas, registros detallados sobre las identidades y los domicilios habituales de muchos miembros de La Organización… Saqué fotografías a toda esa documentación secreta e imprimí un grueso dosier que metí en un sobre y entregué a una persona de confianza. –Hago una pausa, pero el Gran Jefe permanece en silencio con sus ojos azules clavados en mí–. Las instrucciones que le di no pueden ser más claras: si dentro de una hora no me reúno con él en la puerta de una comisaría de policía que solo nosotros conocemos, entrará y entregará el sobre. No supondría el final de La Organización, pero estoy convencido de que sí sería un duro golpe para ella, porque muchos altos cargos, entre ellos tú, dormirían unos cuantos años en los calabozos del Estado.

      Según termino de hablar, me doy cuenta de que el castillo de naipes que he construido a base de mentiras es demasiado inestable y que la más ligera brisa podría derribarlo. No tengo pruebas, ni dosier, ni nadie esperándome en ninguna comisaría, pero eso él no lo sabe.

      –En caso de que lo que expones fuera cierto, podría torturarte hasta obtener la dirección exacta en la que has quedado y acabar con tu amigo para hacerme con el sobre. Mis métodos son rápidos y efectivos. Me bastarían tan solo unos minutos para cortarte los diez dedos, uno a uno, y las dos orejas, antes de pasar a otros apéndices de tu cuerpo.

      La mención a las torturas causa efecto y me estremezco por dentro. Tratando de no flaquear replico:

      –No soporto bien el dolor y cantaría a las primeras de cambio, pero una hora no es margen suficiente para que la operación saliese bien. Tendrías que confiar que la dirección que te diese, entre sollozos y alaridos, fuese la correcta.

      –Me estás proponiendo que te deje acudir a tu cita, vivo y de una pieza, para protegerme de esas pruebas que dices tener. ¿Crees que es mi estilo mirar hacia otro lado después de que entren en mi casa, me roben y me amenacen? –Cuando me dispongo a responder, continúa vociferando–: ¿Tengo cara de cazador o de presa?

      –Tienes cara de ser un hombre inteligente que sabe lo que le conviene y no corre más riesgos de los necesarios –agrego con evasivas manteniendo un rictus de falsa serenidad.

      –No eran preguntas retóricas, así que ya te las contesto yo. No es mi estilo mirar hacia otro lado cuando me atacan. Soy un cazador y, sí…, también soy un hombre inteligente, motivo por el que yo también tengo un as bajo la manga.

      No estoy seguro, porque ha sucedido en un instante, pero juraría que acaba de esbozar una mueca similar a una sonrisa.

      –Descúbrelo –mascullo entre dientes.

      –Veo que has hecho los deberes y te has preparado bien para el examen, pero yo también. Nadie de La Organización, excepto tú, está capacitado para cometer un robo de tal calibre y dificultad como el que aquí se perpetró. Ayer te hice llamar porque todo esto tenía tu sello personal y quería presionarte. La gente bajo presión comete errores. No esperaba que aparecieses hoy por aquí inculpándote, pero me ha venido bien para poner todas las cartas sobre la mesa. No tengo forma de saber si lo que dices poseer es cierto o no, así que te diré lo que vas a hacer. Vas a reunirte con tu supuesto amigo en tu supuesta comisaría para recuperar el supuesto dosier de pruebas incriminatorias. Dentro de una semana, regresarás aquí para entregármelo junto al millón y medio de euros que me robaste.

      –¿Y por qué debería hacer algo así?

      Mi intuición me dice que la respuesta que estoy a punto de oír no me va a gustar.

      –Porque hemos secuestrado a tu hija. Si me traes el sobre con los documentos y el dinero, ella vivirá. Si no lo haces, ella morirá. En cualquiera de los casos, tú ya estás muerto.

      Entrenador Norman: «Atacad juntos, defended juntos; haced lo que queráis, pero siempre juntos».

      79. Álvaro. Rehenes del amor

      Ha sucedido todo muy deprisa. Ella ha entrado en la cafetería. Llevaba tanto tiempo esperándola que no lo he dudado y enseguida le he preguntado si podía sentarme en su mesa. Ella ha accedido y hemos comenzado a hablar.

      Después de más de dos años planeando esta conversación, podría haber sido un manojo de nervios, pero ha ocurrido todo lo contrario. He notado como si nos conociéramos desde siempre. Las preguntas y respuestas se encadenaban a un ritmo vertiginoso. Las palabras fluían, pero eran nuestros corazones los que hablaban el mismo idioma.

      –Desapareciste –he comenzado.

      –No me llamaste.

      –¿Llamarte? ¿Cómo debería haberlo hecho? Poseo varios superpoderes, pero no soy capaz de invocar a una persona por ciencia infusa.

      –El camarero debía entregarte una nota con mi teléfono, justo el último jueves antes de que cambiase de residencia. ¿Acaso no lo hizo?

      –No. No lo hizo.

      Tras una pausa de varios segundos que ambos hemos aprovechado para mirar al camarero con hostilidad y animadversión, ha continuado:

      –No sabes cuántas veces miré el móvil y lo maldije porque no llamabas.

      –No sabes cuántas veces miré esa puerta y la maldije porque no entrabas.

      –Supongo que estamos empatados, entonces. ¿Cuáles son?

      La pregunta me ha cogido a contrapié pensando en que Ella tiene una bonita voz y huele a primavera.

      –¿Cuáles son?

      –Tus superpoderes…, los que acabas de decir que sí posees.

      –¡Ah! Pues tengo dos: el primero es que puedo predecir el futuro… ¡Sabía que volverías! Y el segundo, que, cuando beso, lo hago para siempre. –Es lo primero que se me ha ocurrido. He cruzado los dedos al momento esperando que el comentario no me penalizara.

      –Te has pasado un poco, ¿no crees? Vas demasiado rápido. Aún somos dos desconocidos conocidos… De momento, a mí no me leerás el futuro –ha bromeado mientras me guiñaba el ojo.

      He dejado escapar, sin pretenderlo, un suspiro de alivio y he retomado la conversación.

      –Eres ingeniosa en tus respuestas, aunque prefiero decir que somos dos conocidos que aún se desconocen. ¿Y tú? ¿Tienes algún superpoder? Además del de desaparecer…

      –Solo ese, pero se me da muy bien. Ahora estoy. Ahora no estoy. –Lo ha enfatizado cubriéndose el rostro con las manos.

      –Interesante, pero, la próxima vez que te vayas a poner la capa de invisibilidad, avísame verbalmente, que no estamos en el colegio para andar enviándonos notitas.

      –Touché! –ha exclamado riendo–. Lo tendré en cuenta, señor «Te miro, te miro, te miro… y luego agacho la cabeza como una ruborizada avestruz».

      –Touché! –He sonreído llevándome la mano al pecho como gesto de que me la había devuelto–. ¿A dónde?

      –¿A dónde? –Ahora ha sido ella quien ha necesitado más información.

      –Antes has dicho que te mudaste… ¿A dónde te fuiste a vivir?

      –A Múnich, pero, como ves, ya estoy de vuelta –ha celebrado.

      –¿Has estado allí estudiando? ¿Tal vez de Erasmus?

      –Podríamos llamarlo así.

      –¿Qué


Скачать книгу