Naraligian. Tierra de guerra y pasión. F.I. Bottegoni

Naraligian. Tierra de guerra y pasión - F.I. Bottegoni


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es un fiel aliado de Goldanag! –Kira se paró erguida, con la mirada seria en Giotarniz –¿Cómo puedes llegar a dudar de su honor? Ellos fueron quienes pelearon de nuestro lado cuando Golbón, se colocó su corona de hierro y volcó todas sus fuerzas contra Naraligian. Su rey fue quien evitó que asesinaran al nuestro.

      —¿Por qué hablas como si hubieras estado allí? –Mandorlak, con una de sus manos en la empuñadura de su espada se acercó a la joven y pasando su mano por el cabello de esta le dijo –Eres joven, todavía no sabes lo que es estar en un campo de batalla, donde tus amigos mueren a manos de tus enemigos, donde los dioses no toman partido. Yo estuve en los campos cercanos a Fuerte Caos, donde tuvo lugar la gran batalla del bien y el mal. Recuerdo el grito de miles de compatriotas, los cuales eran heridos o mutilados por los algirianos. Si no hubiera sido por los Greywolf, hubiéramos perdido la guerra y la casa Lenger dominaría toda la tierra.

      —Necesito que los guardias de la ciudad vayan a los muros, preparen los trebuchets, para bombardear al gran ejército de Casa del Árbol. –Pulerg sirvió en una copa sidra, la bebió, e inclinándose sobre uno de los apoyabrazos les dijo a los dos capitanes –Ustedes encárguense de esto. Kira y yo debemos hablar a solas.

      Los bravíos capitanes saludando a su rey, salieron de la habitación. Pulerg le pidió a la capitana que tomara asiento junto a él. Este le convidó una copa donde le sirvió del néctar de la manzana.

      —Lo siento mi señor, si he hecho algo mal, –dijo apenada la joven –es solo que no puedo permitir que hablen así de nuestros amigos del Sur.

      —¿Cuántos años tienes Kira? –preguntó el rey a la capitana.

      —Tengo dieciséis años, mi señor. –ella se sentó derecha contra el respaldo de la silla –Sé que es raro que alguien como yo pertenezca a la guardia. Cuando camino por la ciudad, escucho a las personas que dicen entre ellas:

      »Mira lo joven y bella que es, no entiendo cómo puede pertenecer a un ejército, cuando debería estar comprometida con alguien y con niños sobre sus piernas».

      Si usted piensa eso mi señor, con gusto renunciaré a la guardia. –Kira tenía los ojos rojos, como si fuera a llorar.

      —Si eso es lo que tú quieres, aceptaré tu renuncia. –Pulerg colocó su mano en el hombro de la niña –Recuerdo cuando viniste a mi hace años, pidiéndome que te nombrara capitana de mi guardia. En ese momento, yo pensé lo mismo que piensan todos sobre ti. Pero cuando me dijiste porque lo deseabas, escuché tu juramento y acepté que fueras de mi guardia.

      —¿Cuáles son mis órdenes?, gran rey del reino –Kira se puso en pie.

      El rey se paró para hablar, y en ese momento, la campana de la ciudad sonó con toda su furia. Kira miró por la ventana y vio como una gran masa de color marrón se acercaba hacia Argentian. La capitana volvió sus ojos hacia Pulerg quien ajustando el cinturón del cual colgaba su espada, le pidió que reuniera a la guardia real para ir a la batalla. Kira corrió lo más rápido que pudo con su armadura puesta hacia el salón del trono, donde los cien hombres que componían la guardia del rey aguardaban de pie mirando hacia el gran sillón.

      Ella les ordenó que se prepararan para marchar con su rey a los muros, donde la gran batalla los esperaba. En ese momento Pulerg apareció en el salón. Llevaba puesto sobre su cabeza un yelmo de hierro rojo con detalles en dorado. Todos, incluyendo la capitana, lo siguieron por toda la ciudad, hasta que subieron a las altas murallas. Pulerg, a diferencia de Kira, estaba relajado, ya que él sabía que sus muros eran casi tan altos como los de Filardin. Los bosquerinos tendrían que subir y ellos solo tenían que repelerlos.

      —El sabio Hignar, va a la cabeza de sus fuerzas. –decía Giotarniz a su rey mientras tensaba su arco –¿Quiere que lo acabe?

      —No sería tan valiente que digamos, si disparara una flecha contra él. –el rey miró al capitán quien estaba a la espera de órdenes –Deja que se acerquen, que confíen. En ese momento comenzaremos la ofensiva.

      Hignar hizo sonar un cuerno para ordenar a sus tropas que se detuvieran. Un jinete se acercó a toda prisa hacia la ciudad, y quitándose el yelmo dijo a los que estaban sobre él:

      —¡Saludos, nobles goldarianos! –haciendo una reverencia –Mi señor desea hablar con Pulerg de la casa Kropner. Me dio la orden de decirle que debe hablar con él entre la ciudad y nuestro ejército.

      Pulerg se dirigía hacia el portón principal cuando Kira lo tomó por el brazo. Este miró a la joven quien, por debajo de su yelmo mantenía la vista en sus ojos.

      —Mi señor, permítame que vaya con usted, –dijo inclinándose ante él –no confió en su rey, puede que trate de herirlo de algún modo. Si eso llegara a ocurrir, no habrá nadie que lo proteja.

      —¡Acompáñame entonces! –dijo el rey sonriendo, ella le devolvió la sonrisa –Si tanto te preocupa mi seguridad, con gusto aceptaré que me acompañes.

      Los dos juntos caminaron por el muro y la escalera de este hasta llegar a la gran puerta que separaba lo interno de lo externo de la ciudad. Los grandes barrotes que la cerraban, fueron extraídos y cinco hombres de cada lado abrieron un poco, para que ellos dos pudieran salir.

      En el centro, como había dicho el emisario, estaba el rey de los bosquerinos, y junto a él, el que parecía ser su capitán con más renombre. Cuando ambos estuvieron a solo unos pasos de ellos, Pulerg, quien se quitó su pesado yelmo para ver mejor, mantuvo silencio al igual que Kira.

      —¡Quién diría, que después de años de no vernos, nos iríamos a encontrar a los pies de la capital de tu reino como enemigos! –dijo sarcásticamente Hignar. Los guardias a sus espaldas se reían. –Recuerdo como si hubiera sido ayer, cuando peleamos hombro con hombro, contra las fuerzas de Algirón. Si me hubieran dicho en ese momento que yo iba a destruirte, me hubiera orinado de la risa.

      —No sabía que me extrañaste tanto, –Pulerg le devolvió su sarcasmo al bosquerino –y ahora vienes con tus fuerzas, a tomar y destruir mi hogar. Posiblemente también matarás a todo aquel que se halle ahí dentro –dijo señalando la ciudad.

      —Me gustaría que miraras mi ejército –dijo Hignar mostrando con sus manos la cantidad de tropas allí presentes –Te presento a todo el ejército de Casa de Árbol, mi castillo. Todos ellos me siguieron con el fin de que yo reduzca a cenizas todo lo que has construido aquí, en la gran ciudad goldariana de Argentian.

      ¿Quieres que mire a tus hombres y me espante? –Pulerg sentía que el cuerpo se le congelaba del miedo, pero no quiso demostrarlo –Lo único que veo son granjeros, panaderos y juglares, todos ellos vestidos con lo que sería una armadura de cuero marrón. De armas llevan picas y espadas según lo que logro ver. –el rey miró a la capitana quien por debajo del yelmo lo observaba preocupada. –En cambio, todos los míos poseen hierro y acero como medio de protección, nuestras armas te superan y tenemos artillería, algo que tú no traes.

      —Eso crees –Hignar le regaló una sonrisa burlona a su enemigo. La persona que se encontraba a su derecha hizo sonar un cuerno, el cual fue más grave que el de su rey –Creo, si no me equivoco, que aquel artefacto a mis espaldas es una catapulta, o puedes conocerlo como mangonel de asalto. Mis hombres estuvieron días y días para crearlos y perfeccionarlos y te aseguro que están bien calibrados.

      —¿Crees que unos varios pedazos de madera y sogas, podrán penetrar los muros y portones de la ciudad? –dijo Kira tomando la empuñadura de su espada acercándose a Hignar. Pulerg, al ver su intención, la detuvo colocando un brazo en el pecho de la joven –No tienes idea de con quién te has metido y te aseguro, que mucho antes de que la guerra acabe, tu estarás muerto a mis pies.

      —Jajaja… no creí que el rey de los montañeses, elegiría a una niña como guardaespaldas –Hignar también colocó la mano en la empuñadura de su espada –Ten cuidado niñita, puede que seas tú, quien acabe muerta y no yo. ¡Comandante Igonder! Ya me harté de esta conversación –el señor de Lodriner se marchó seguido por su comandante.

      Pulerg se dio la


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