Naraligian. Tierra de guerra y pasión. F.I. Bottegoni
sitio de Argentian.
Mientras Kira subía junto a su rey, Giotarniz y Mandorlak, veían como varios compatriotas volaban por los aires hasta caer en el suelo de piedra de la ciudad. Al llegar a lo alto de los muros, el rey miró seriamente al ejército del enemigo, alzó su espada y gritó con todas sus fuerzas:
—¡Muerte a los bosquerinos! –los arqueros y los que manejaban los trebuchets de la fortaleza, lanzaron con furia todo lo que tenían –¡No dejen que se acerquen a la ciudad!
Las tropas de Hignar que lograban llegar a los muros, extendían hacia ellos escaleras para poder subir. Los defensores repelían el ataque con aceite caliente y piedras. Giotarniz tuvo que enfrentar a varios enemigos, los cuales le dieron pelea. Uno de los bosquerinos logró dar con una flecha en el hombro del capitán, quien cayó rodando escalera abajo hasta dar contra una vasija de barro y quebrarla en pedazos.
Mandorlak, con su hacha en mano, se interpuso entre los asesinos y su caído amigo. Este, no reaccionaba con los toques que le daba el capitán con la punta de su bota en el pecho.
—¡Mandorlak! El portón principal está siendo atacado –Kira le gritaba desde lo alto de la muralla mientras protegía el indefenso muro.
—¡Soldados llévenselo! –ordenó el capitán Mandorlak a dos goldarianos para que sacaran a Giotarniz de la zona de conflicto. –¡Protéjanlo hasta que cese el ataque!
El asedio duró todo el día, ya que los lodrinenses no cesaban en su ofensiva. Una y otra vez los aguerridos defensores detenían cada asalto. Hignar ordenó a un grupo de sus hombres para que usaran un ariete del tamaño de la puerta de la ciudad para tumbarla ¡Boom, boom, boom! era el sonido del tronco del arma de asalto contra el hierro y la madera del portón.
Mandorlak, al otro lado de la entrada, había colocado barricadas para contener a quien quisiera entrar por allí. Los arqueros goldarianos, con las flechas preparadas, aguardaban al enemigo.
—¡Hombres de Goldanag! –gritó Pulerg con fervor a sus tropas –Esta es nuestra tierra, estos son sus hermanos y familias, Mindlorn es nuestro padre. Pelemos por él. ¡Uhhhhaaaaaaaa!
—¡Uhhhhaaaaaaaaaaaa! –gritaron todos los que se encontraban peleando a su lado.
Hignar, vio que el asalto no le era favorable en ese momento por lo que tuvo que ordenar una rápida retirada a sus hombres, quienes bajaban de los muros y retrocedían sin quejarse hacia donde se encontraba su señor.
Los defensores gritaban de júbilo por que habían hecho retirar a los bosquerinos. Kira quitándose el casco, se corrió el mojado cabello de su rostro. Ella miraba como todos festejaban por la victoria que habían logrado. Ya el miedo se había ido. Sabían que el primer asalto había acabado, pero lo batalla seguía.
Cansados y heridos, los goldarianos restantes se quedaron en los muros, para relajarse y descansar de todo un día de combate. Les fue entregado a cada uno de los combatientes una empanada de cordero con un plato de caldo de verduras. La joven capitana de la guardia, no tenía pensado cenar, porque deseaba primero ver en qué estado se encontraba su amigo Gio quien en ese momento estaba siendo atendido en la casa de sanación por los sabios de la ciudad.
El edificio se encontraba en el centro de la misma donde la Calle del Oro y la Pirita convergían. Era un edificio de piedra amarilla como la arena del desierto, con ventanas grandes para que entrara la mayor cantidad de luz posible.
Una de las mujeres que trabajaba allí, le indicó a la joven en qué lugar del recinto se había dispuesto una litera para el herido capitán. Este se encontraba aún inconsciente; en su hombro un agujero de color rojo bermellón donde antes había estado una flecha incrustada. Los sanadores le colocaban una especie de pasta color verde la cual desprendía un olor nauseabundo.
—Las curanderas dicen que no es nada grave. –dijo Mandorlak sentado en una de las esquinas de la habitación. Su armadura estaba roja por toda la sangre de sus enemigos –Tuvimos suerte que haya dado en su hombro y no en otro lugar, ya que la flecha traspasó de lado a lado su cuerpo ¡Malditos bosquerinos! Si vuelven a penetrar nuestros muros, sus cabezas terminarán en picas a lo largo de nuestro reino ¡Malditos todos aquellos que se hacen llamar nuestros aliados! Ellos deberían estar aquí apoyándonos y ayudándonos a destruir al rey sabio y sus tropas. –Mandorlak trató de ponerse en pie, pero a causa de su embriaguez cayó al piso. –¡Los odio a todos! ¡Si no hubiera sido por nuestros amigos, Gio ya no se encontraría en este mundo! –el enfurecido capitán, hubiera tomado su espada de no ser porque Kira colocó la suya en su cuello.
—Culpa a cuantos quieras. A los dioses, nuestros amigos, familias, perros, al que nos vende pan. Pero después mírate a ti mismo y dime: ¿Has hecho algo más además de quejarte sobre nuestra situación actual? Estamos siendo asediados por un ejército que nos supera en número. Si nos derrotan, y es una posibilidad, armarán una montaña con nuestros cuerpos. Pero yo seguiré peleando sin importar el final. Moriré por mi tierra, por mis amigos a los que considero mi familia, pero más muero por Goldanag –Kira quitó el arma del cuello de Mandorlak y la volvió a envainar.
El consejero del rey se acercó a los dos capitanes y les dijo que su señor Pulerg había solicitado su presencia en el castillo Argelon. Había recibido la respuesta del señor de Fallstore. Después de escuchar la noticia, los dos corrieron a toda prisa hacia la fortaleza de la ciudad, donde su rey los esperaba.
En el salón del trono, sentado en este estaba Pulerg; los miró al entrar, su rostro parecía alegre por la noticia, por lo que Kira, al igual que Mandorlak, asumieron que el mensaje era bueno.
—¿Qué noticias han llegado de Fallstore, mi señor? –dijo Mandorlak hincándose sobre una pierna. Kira hizo lo mismo.
—Alkardas Greywolf, ha respondido a mi pedido de ayuda. –Pulerg se recostó contra el espaldar del gran asiento de piedra y oro –En este momento una fuerza de veinte mil hombres de tropas sureñas está cruzando el bosque de Alarbón.
—¿Hace cuánto envió el mensaje de ayuda? –preguntó interesada Kira.
—Lo envié hace apenas dos semanas junto con la espada que le he regalado al príncipe Ponizok Greywolf. –respondió el rey mientras bajaba de su asiento. Tomó de la mesa la respuesta a su mensaje y la entregó a Kira, quien con ansias esperaba verla.
—Esta fuerza de combate, es guiada por el mismo Ponizok –la joven miró a su rey. Ella sentía que el corazón se le saldría del pecho.
—Dicen que el muchacho es un gran espadachín. –Mandorlak tomó el papel –Según lo que se cuenta, su madre es una de las herederas de las tierras de Thoms. Por lo que, en su muerte, este joven será rey del más grande de los reinos. –se rascó la cabeza y le volvió a entregar el mensaje a su rey –Lo único que espero, es que no sea egocéntrico, y crea que aquí podrá mandarnos, como lo hace con su gente en el Sur.
—No es como tú piensas –Kira se apoyó contra la mesa, colocó sus manos sobre esta y siguió –Yo me lo imagino como alguien gentil, caballeroso y que ama a los suyos –la joven suspiró de tal forma que los dos que allí estaban la escucharon. En eso vio que Pulerg y Mandorlak intercambiaban miradas, algo que le dio a entender que se habían dado cuenta.
—¡Ay Kira! –dijo sorprendido el rey, acercándose a ella y colocándose a un costado de brazos cruzados –Dime que lo que estoy pensando, es solo una idea. –miró sonriente a la capitana mientras ella movía su cabeza de un lado a otro –¿No me digas que te gusta el príncipe de Fallstore?
Kira miró hacia el suelo. Unas lágrimas cayeron sobre este dejando pequeños charcos. El rey le ordenó a Mandorlak que los dejara solos, y que si quería podía ir a cenar. Mandorlak, despidiéndose muy cortes mente, se alejó de la sala. Lo único que se escuchó antes de que saliera por la puerta principal, fue el choque de su bota contra el suelo de piedra de la fortaleza. Cuando hubo salido, Pulerg prosiguió con la charla.
–Te conozco de hace casi tres años Kiri y sé que cuando quieres algo, haces todo lo posible para obtenerlo – Pulerg secó con uno de sus dedos, las lágrimas en