Naraligian. Tierra de guerra y pasión. F.I. Bottegoni
los ojos con los nudillos – He escuchado sobre él, en las aldeas cercanas a Alarbón, donde se cuenta que es la persona más bella de su reino. También traté varias veces, durante mis horas de patrullaje de ir hacia allí y conocerlo. Creí que tal vez, y solo tal vez, podría llegar a enamorarse de alguien como yo.
–¿Qué te dice tu corazón? – le preguntó el rey a Kira.
–Me dice, que no lo imagine más – respondió con tristeza, mientras volvía a tomar el mensaje de la mesa – Él es el hijo de un rey, y yo soy una simple capitana del ejército de Goldanag. Nunca se fijaría en mí. Seguramente ya está comprometido con alguna lady de Fallstore.. Pulerg abrazó a la joven con toda su fuerza. Ella se dejó abrazar, pero con eso dejo salir otras lágrimas, las cuales esta vez, fueron a parar al traje de terciopelo de su señor, quien al ver esto, le dijo que no se preocupara y que debía ir a descansar, porque la guerra proseguiría, y ella estaba muy tensa por la batalla. La joven capitana despidiéndose se dirigió a su humilde hogar, el cual quedaba en la zona Norte de la ciudad, sobre la Calle de la Esperanza. Era una casa de piedra gris mapache, un techo de madera de pino y un par de ventanas. Cuando ella entró, en la mesa aún había pan del desayuno y una jarra de agua a un costado de este. Tomó un vaso y se sirvió un poco para poder hidratarse. Su mente estaba corrompida por la duda de su futuro. ¿Podría ella ser amada por la persona que deseaba? En ese momento le pareció primordial la idea de acostarse sobre su lecho con un colchón de plumas, y sentir como la noche pasaba y el día se alzaba luego de la oscuridad total. A la mañana siguiente el ruido de un cuerno la hizo saltar de su cama. Se colocó su armadura lo más rápido que pudo y cogiendo un trozo de pan duro se dirigió devuelta a los muros, donde ya Mandorlak la esperaba junto a los hombres restantes de la defensa. Este, cuando la vio llegar, le explicó que los bosquerinos, habían decidido atacar en la madrugada, pensando que todos en la ciudad estarían durmiendo. Pero Pulerg había solicitado que a lo largo de los muros hubiera centinelas, que avisaran en caso de ataques imprevistos. Del lado opuesto de las murallas, ya formados, las tropas de Hignar se disponían a atacar Argentian, la cual en ese momento, se encontraba con muy poca seguridad. Una sonrisa de satisfacción recorrió el rostro del rey de Lodriner al ver que del otro bando, no recibía señal alguna de resistencia como bombardeos, o lluvias de flechas. .
–Si reorganizamos las defensas, Argentian caerá –le dijo Kira al capitán Mandorlak, quien en ese momento desenvainaba su espada.
–La defensa está preparada, lo único que hay que hacer, es dejar que ellos crean que no – respondió a lo dicho por la capitana. –El rey me pidió que les hiciera un regalo a los bosquerinos y eso es lo que haré ¡Soldado! – dijo a uno de los allí presentes – Pueden iniciar ¡Libérenlos! –Los hombres dispararon con todo lo que tenían. Piedras y flechas volaban sin rumbo fijo por los aires, hasta que daban contra algún enemigo que estuviera desprevenido. Pero eso no impidió que la infantería de Lodriner, volviera a colocar sus escaleras y arietes donde correspondían. Ya no eran cientos. Ahora eran miles de bosquerinos los que lograban penetrar los muros de Argentian.
Kira miró a Mandorlak, quien combatía a más no poder contra todo aquel que lo enfrentara. En ese momento el capitán, mirando a un grupo de arqueros que se encontraban en la parte baja de los muros, les dio la orden de enviar lo acordado. Ellos dispararon una oleada de flechas incendiarias contra los campos repletos de enemigos. Los que manejaban los trebuchets, cargaron estos con proyectiles que poseían en su interior aceite, con el cual, prendieron fuego a varios bosquerinos, haciéndolos huir a causa del dolor y las heridas. Cada uno que formaba parte de la protección real del rey de Lodriner, trataba de hacer volver a los desertores, que escapaban ciegos de la batalla. Espadas contra cuellos, cuchillos en el pecho, ballestazos en los ojos. Esa fue la forma de terminar con la huida.
—¡No dejaré que unos simples montañeses me dejen en ridículo! –dijo enfadado con sus capitanes. Hignar desenfundó su sable y seguido por sus hombres se acercó al portón del enemigo donde el ariete seguía tratando de abrir la única entrada a la ciudad –¡Pero abran esa puerta de una vez! –les dijo a las cansadas tropas que sin más no poder movían el pesado tronco del arma de asalto.
—Es muy fuerte mi señor, –dijo cansado el que parecía ser el capitán de aquel contingente –llevamos horas golpeando y ni siquiera la hemos rajado.
—¡Túmbela de una vez por todas! –gritó más enojado su rey. Ya no podía contener más su ira –¡Si para mañana, ese paso no está abierto yo mismo me encargaré de que paguen por su ineficacia! –Hignar se retiró junto con los demás capitanes de su ejército hacia el campamento que habían levantado. Sus fuerzas hicieron lo mismo.
El humo que los cubría imposibilitó la visión de los goldarianos, quienes trataban de ver si sus enemigos preparaban algo más poderoso que un simple ataque. Kira se cubrió con su brazo la cara para que este, no se le metiera por la boca y la hiciera toser. Miraba en todas direcciones con el fin de encontrar algún alma que pudiera ayudarla a hallar el camino para descender de los muros. Mandorlak logró encontrarla, le indicó por donde debía ir y que debía hacer una vez que hubiera bajado.
—Debes ir y ver si Gio se encuentra bien. –le pidió el capitán a la joven quien aceptó con gusto.
Giotarniz fue quien le había enseñado a dirigir grandes masas de hombres en una batalla, también, cómo defenderse a sí misma. Kira lo quería como un amigo, alguien que nunca le había fallado en la vida. Por eso había aceptado en ir a verlo. Sabía que lo necesitaba.
Al llegar a la casa de sanación, varios de los curanderos y sanadores fueron a recibirla y le explicaron que el capitán, herido como estaba, se había levantado y colocado su armadura. Ellos le dijeron que todavía no estaba totalmente recuperado para irse, pero que él no les prestó atención y siguió vistiéndose. Habiendo escuchado esto, Kira entró en el recinto donde Gio se estaba colocando el gorjal.
—¿Qué haces? –le preguntó enojada la joven al robusto capitán allí presente –Los sanadores te dijeron que todavía no estabas listo para irte.
—Si les hiciera caso a ellos, Argentian sería destruida –le respondió con una mirada amenazante –Ya estoy bien, no siento nada, ni siquiera me sangra la herida. Debo hablar con el rey. Debe saber que ya estoy de vuelta.
—¡No irás a ningún lado! –la capitana tomó su espada y apuntó con ella a su compañero –Debes obedecer a los curanderos. Si ellos te dijeron que no estás bien, es porque así es. –se paró en posición de combate, tomando su espada con las dos manos –Si deseas irte, tendrás que pasar sobre mí.
Giotarniz sonriendo, se acercó hacia el arma, tomó el filoso acero y lo corrió de su camino. Kira desenfundó rápidamente su daga y la colocó en el cuello del capitán, quien se enfureció mucho más. A ella no le importó su enojo, ya que lo que le interesaba era que este respondiera a lo pedido por los sabios sanadores.
—¡Kira, necesito ver al rey! –Giotarniz apretó con su mano derecha el acero del filoso elemento en su cuello. Hilos rojos de sangre corrieron por su mano, la cual, ni por un segundo dejó de apretar el arma –¡Debo hablar con Pulerg, debe saber que estoy listo para la acción! –tomó un trozo de tela y se vendó la ensangrentada mano –¿Cómo fue la defensa del segundo ataque? –preguntó mientras salía junto a la capitana por la puerta.
—¡Otra gran victoria para los grandes defensores de Argentian! –dijo emocionada la capitana mientras caminaba hacia el castillo. –Yo creo que no volverán a atacarnos. Hemos quebrado la moral de sus filas. Los sureños se acercan, sus fuerzas son superiores a las de Lodriner. No tienen más oportunidad.
—Tienes mucha esperanza. Eso es bueno en tiempos así –Gio paró en uno de los puestos del mercado, compró un pan y ofreciéndole la mitad a la niña siguieron su camino. –Si no te conociera, diría que sientes algo hacia el príncipe de Fallstore.
Kira sintió que se le enfriaba la sangre. Su corazón disminuía sus latidos, con cada paso que daba. El rostro de su amigo le dio a entender que sabía lo que pensaba en ese momento, por lo que tuvo que disimular para que cambiara de idea. Simuló una sonrisa de alegría, provocando un cambio de pensamiento