Naraligian. Tierra de guerra y pasión. F.I. Bottegoni
lobo –Tú no sabes a quien defendiste hoy, no tienes idea de lo que nos han hecho.
—Defendí a los habitantes de Argentian, la capital Goldariana y sí, sé que ellos se defendieron de ti, que deseabas destruirlos para gobernar esta tierra –Ponizok apretó más el arma contra el cuello, del cual brotó una pequeña línea de sangre roja cual rubí.
—Cuando seas el rey del Sur, –dijo Hignar quitándose la filosa espada del cuello y retrocediendo unos pasos –te darás cuenta de que las acciones que inician las guerras, pueden variar según quien lo cuenta. –Koff koff tosió el bosquerino –Si fuera tú, primero pediría la verdad a los goldarianos, luego elegiría el bando para el cual lucharía. –Hignar emprendió una rápida retirada hacia su campamento.
Ya no era él solo, ahora eran miles de personas, quienes corrían de los fallstorianos. Nadie los persiguió esta vez.
Todos se detuvieron a festejar por la gran victoria que habían obtenido –¡Victoria! ¡Hemos alcanzado la victoria! –gritaba Giotarniz a todos. El señor de la casa Kropner cansado por el combate se recostó sobre el suelo, dejando que el agua limpiara todo su cuerpo. Poni en cambio, buscaba a la joven con la que había combatido, espalda contra espalda. Ella se había sentado en la escalinata de la muralla, estaba quitándose la sucia y ensangrentada coraza, cuando este la encontró. Tomó la protección superior de la joven y la colocó a un costado donde a nadie le estorbara el paso.
—¿Está herida? –dijo preocupado el príncipe luego de ver el lado de atrás de la cota de malla, todo lleno de sangre.
—Es por eso que me estaba quitando la armadura, el dolor en mi espalda me está matando –respondió colocando ambas manos en su cintura –uno de los que logró meterse en la ciudad, junto con sus compañeros me agarraron y me acostaron en el suelo, donde desprendieron mi armadura y me tocaron el cuerpo. Logré escaparme por lo que no me pudieron hacer nada más. –colocó sus brazos cruzados sobre sus piernas y apoyando la cara en ellos lloró hasta que Poni le dijo:
—¡Necesitas que te vean eso! –dijo señalando la cortada en la espalda de la joven –¿Te importaría si te llevo hasta la casa de curación? Debemos tratar esa herida. Necesito que me digas donde queda primero.
Kira asintió con la cabeza. El príncipe la cargó en brazos y la llevó por donde ella le indicaba que debía ir. A sus lados, los hombres, tanto de Fallstore como de Goldanag, trataban de salvar a los heridos que suplicaban ayuda.
Al llegar al lugar de sanación, la gente encargada del recinto señaló una cama donde Ponizok recostó boca abajo a la capitana. Este fue a retirarse cuando ella le solicito que no lo hiciera. No quería quedarse sola con los sanadores. Poni tomó una silla y se sentó junto a la joven. Los curanderos extrajeron la pesada cota de malla, dejando al descubierto la ropa que había sido cortada y la gran línea de carne roja abierta. Nimbar, que había buscado por todos lados a su amigo, le dijo que Pulerg pedía verlo con ansias. El príncipe le explicó que no iba a ser en ese momento, ya que Kira le había solicitado que se quedara con ella. El mago aceptó la respuesta y los acompañó a ambos.
Poni ayudó a los sabios a calmar a la niña mientras ellos volcaban vino sobre su espalda para desinfectarla. Colocaron vendajes alrededor de su cuerpo para cubrirle la parte dañada, los cuales apretaron con fuerza evitando dejar huecos por donde se pudieran meter moscas para colocar sus huevos, y así, infectar la herida.
Kiri se relajó para poder descansar, sabiendo que el amor de su vida la protegería y estaría con ella en todo momento. Horas y horas durmió en la casa de sanación, donde enemigos y amigos fueron tratados, curándoles sus heridas y arreglando huesos rotos.
Filead fue tan amable de traerle al príncipe, unas empanadas de cordero para que pudiera almorzar. Este les convidó a ambos, de los cuales, solo Nimbar aceptó. Filead, ya había comido una en el camino.
Cuando la joven capitana se despertó de su sueño, vio que Ponizok y el amigo de este, se habían quedado dormidos con los brazos cruzados en la panza. Pulerg entró apresuradamente al lugar y fue hacia donde estaban dormidos el príncipe y el mago, quienes no se despertaron con el golpe que le dio a la puerta para abrirla.
—¡Veo que no ha respondido a mi mensaje! –dijo enojado el montañés.
—¡Y usted no escribió toda la verdad en el mensaje que envió a mi padre! –Poni se estiró en su asiento. Varias veces bostezó antes de seguir hablando –¿Qué fue lo que hizo para que el Rey sabio lo atacara? No me mienta, porque juro por los cuatro dioses que aquí se termina la alianza con Goldanag.
—¡Cómo te atreves a decirme mentiroso! No olvides que yo soy el señor de esta ciudad, también lo soy del gran reino de Goldanag –dijo enojado el rey de los montañeses.
—Pero ¿Quién tiene un ejército en tu ciudad? mmm… –le respondió Ponizok ante el intento de amenaza –En cierto modo estoy controlando la ciudad de Argentian, por lo que volveré a preguntarte ¿Qué hiciste para que Hignar decidiera atacarte?
—Necesitábamos madera para nuestros hogares y fraguas –Pulerg se apoyó contra una de las mesas del lugar –Mis lores nos negaron los materiales, por lo que tuvimos que optar por tomarlos de otro lugar. El bosque de Kanen (al Este de Lodriner) nos daba la oportunidad de obtenerla, pero el sabio, se volvió contra nosotros. Dijo que no teníamos ningún derecho de tocar lo que les fue entregado por Gustan, su dios creador –tomó aire para continuar, mientras miraba a Kira que, a su vez, miraba detenidamente al fallstoriano –A mí no me importó lo que su dios, llegara a pensar de mí, ya que Mindlorn es mi señor y le soy devoto a él.
—Según las leyes de los cinco reinos, meterse en las tierras de otro rey y tomar lo que no es tuyo, es considerado un acto de invasión por lo que el regente de ese territorio, está en su derecho de declararle la guerra –dijo Ponizok –Pero lo que fue más irresponsable, fue habernos pedido ayuda. Nosotros respondimos cuando habías sido tú el que ocasiono esta guerra, no ellos.
—Por favor –dijo Kira –paren de pelear, solo deténganse. No ven que acabamos de terminar una guerra y ustedes van a iniciar otra aquí mismo.
—Es verdad –dijo Poni, calmando su enojo –luego seguiremos con esta plática. Ahora me gustaría estar solo, aunque sea un momento en paz.
Pulerg estrechó su mano contra la de Ponizok. Este permaneció en la habitación todos los días necesarios hasta que, a la joven capitana de la ciudad, se le cicatrizara la herida. Ese día Ponizok, Nimbar, el capitán Filead y un grupo de veinte hombres partirían hacia Fallstore, donde los estarían esperando para saborear una victoria. El grueso del ejército hacía varias noches que había partido guiados por el comandante Elarkan.
Kira corría por las calles rebosantes de personas que despedían a los sureños y les agradecían por su ayuda. Todos tiraban flores blancas en la Calle del Carnicero, por donde pasaban los fallstorianos para salir de la ciudad. Entre empujones y tropiezos logró filtrarse por entre la multitud. Ponizok no había pasado todavía por ese sector de la calle. Pulerg desde una plataforma, los esperaba con la reina Jailena y sus hijos Oleon, Durilen y la pequeña Solani quienes disfrutaban de los grandes festejos y celebraciones en Argentian. Todos ellos llevaban en su pecho un collar con el emblema del martillo de justicia.
Cuando Ponizok apareció por la calle, la joven capitana se acercó a él. Este, tiró de las riendas de su caballo para detenerse junto a ella. Kira lloraba desesperadamente. Poni se bajó del semental y levantó el mentón de la capitana con su mano. Esta sollozaba sin parar, por momentos se atragantaba con su propia saliva.
—¿Qué sucede Kiri? –preguntó el joven príncipe –¿Por qué lloras?
—Lloro porque sé que no te volveré a ver. –dijo Kira –Estos últimos días que pasé a tu lado, fueron los más felices de toda mi vida. Cuando estoy contigo, mi corazón late como si fuera a explotar.
—Sentí lo mismo que tú, –dijo sonriendo el príncipe –temo que, si me voy ahora, me arrepentiré toda la vida, por no decirte lo que en este momento pasa por mi cabeza. –se arrodilló