Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa
la hora indicada se presentó en la oficina del párroco, quien en un sobre le entregó el dinero necesario. Al mismo tiempo y para sorpresa mayúscula de Daniel, le indicó que se dirigiera a un local comercial que estaba a dos cuadras de la iglesia, siguiendo por Watergate Rd. Allí, en la vereda del lado derecho encontraría un negocio grande que vendía ropa para hombres. Le agregó que el dueño era amigo suyo y que le había hablado para que Daniel lo visitara y le proporcionara ropa adecuada de vestir, incluyendo un abrigo y zapatos, ya que con la cantidad y calidad de vestimenta con que había llegado no sería muy bien visto en el colegio y tampoco resultaba presentable para la comunidad de la parroquia, especialmente para el evento que se realizaba todos los domingos después de los oficios. El muchacho, entre asustado y sorprendido, le respondió que él no tenía dinero para cubrir esos gastos y que le importaba poco lo que pudieran pensar sus compañeros de clase. En cuanto a los eventos de la parroquia, le agregó que haría un gran esfuerzo para que su ropa luciera limpia y ordenada para así no ponerlo a él en una situación inconfortable ante sus feligreses. Eric lo miró de reojo y le dijo:
–Eres una buena persona, pero estás muy lejos de ser el Señor, único capaz de hacer milagros. Anda a la tienda que te digo y procede como te he indicado. Tómalo como un regalo del cielo y olvídate de costos y devoluciones de dinero.
A Daniel lo impactó profundamente el acto de desprendimiento del párroco, su preocupación por él y la parquedad con que era capaz de dar ese tipo de “instrucciones”. Concluyó que, pese a lo que le había dicho Charlie sobre su amigo de Newcastle, estaba en presencia de un hombre generoso, pero al mismo tiempo formal y observador.
El nuevo estudiante se dirigió primero al local de los útiles escolares donde adquirió todo lo que se le había pedido. El camino a dicho establecimiento le permitió seguir observando a la gente y sus reacciones, lo que solidificaba en su cabeza la imagen que había comenzado a formarse sobre lo que era una gran ciudad. No se le escapaba que los cánones con los cuales él había vivido toda su vida estaban en las antípodas de esa urbe que se desplegaba ante sus ojos, pero si bien le costaba concentrarse debido al impacto que todo eso nuevo le producía, en el fondo de su ser tenía la seguridad de que pronto todo ello constituiría una rutina que le parecería absolutamente normal.
Luego de sus adquisiciones escolares, volvió a la parroquia y ordenó en su habitación los útiles en lo que era su primitivo escritorio. Enseguida salió para dirigirse por Watergate Road al negocio que se le había indicado, que estaba en dirección a la izquierda de la puerta de salida de la iglesia, perpendicular a Grainger St. Caminó las dos cuadras y media y se encontró con un negocio de ropa de hombre que carecía del lujo de los que había visto cerca del monumento a Charles E. Grey, pero tenía un tamaño importante y una amplia selección de ropa. Preguntó por el dueño y lo hicieron dirigirse a una oficina estrecha situada en uno de los rincones del negocio. Apenas entró, el hombre que estaba sentado detrás de un escritorio revisando papeles, levantó la vista y le dijo:
–De seguro que eres la persona de que me habló Eric. Bienvenido, muchacho. Sé perfectamente de qué se trata y no temas que yo personalmente te ayudaré.
Daniel, un tanto avergonzado, le dio las gracias y le confesó que la ayuda ofrecida era fundamental para él, pues no tenía idea de elegir prendas de vestir, ya que las pocas que poseía se las había comprado su madre. El hombre miró al chiquillo con cara afectuosa y le dio un pequeño golpe en la espalda junto con decirle “vamos”. Partieron, de acuerdo a las indicaciones del adulto, de abajo hacia arriba, es decir por los zapatos, para terminar en una especie de sombrero que debía usar los días de lluvia y de frío en el invierno. Sacó calcetines, calzoncillos, camisetas, camisas, dos chalecos, una chaqueta, tres pantalones y un abrigo. Luego fueron a las cosas más pequeñas, como un cinturón, un par de corbatas y unos pañuelos. La verdad es que Daniel estaba absolutamente atónito, pues en su vida había imaginado tener tal cantidad de ropa y de esa calidad. Fue una tarea larga, pues el hombre insistía en que las tallas fueran realmente las adecuadas y que las prendas, sin ser de las extra finas, fueran buenas y bonitas. Luego de dos horas de trabajo de selección, Daniel salió del negocio con un paquete que le costaba trabajo llevar en sus brazos por su peso y volumen.
Tan pronto llegó a la parroquia se dirigió a la oficina de Eric y sin siquiera golpear la puerta puso sobre el escritorio el gran paquete. Pese a que el párroco estaba sentado, le nació de adentro al muchacho darle una especie de abrazo, mientras eran visibles su emoción y gratitud. El clérigo lo miró con cara afectuosa y le dijo:
–Agradécele esto al Señor, y en cuanto a mí se refiere, la mejor manera de retribuirme es que hagas tus labores en forma adecuada y que seas un buen estudiante.
Daniel abandonó el escritorio y se dirigió a su cuarto para ordenar como verdaderas reliquias santas cada una de las prendas que se le habían obsequiado. En verdad no podía salir de su asombro cuando comprobó que el ropero se veía ahora bastante lleno. Como una manera de dar rienda suelta a lo que tenía dentro, se sentó en su escritorio para escribir sendas cartas a su madre y a Charlie, contándoles en detalle sus primeras horas en esta nueva aventura. Les expresaba a ambos su infinito agradecimiento a Eric por la forma en que lo había recibido y por el cuidado que había tenido en sus necesidades personales y escolares. Les agregaba que era difícil encontrar en el mundo de esos días a seres humanos que tuvieran ese nivel de desprendimiento y preocupación por los demás, lo que no solo lo comprometía como individuo, sino que también le indicaba una senda de cómo comportarse con el prójimo. Por último, les narraba sus impresiones sobre esa gran ciudad, su ambiente y su gente.
En los breves días que restaban para el inicio de las clases se esmeró en aprender hasta el más mínimo detalle de las labores que debía desarrollar los sábados y domingos. Dedicó lapsos especiales al tema de la contabilidad, que le seguía preocupando. Pero en esos días también aprovechó algunas horas para salir y exhibir en la calle sus nuevas prendas. Tenía la idea de que todo el mundo lo miraba y que se sorprendía por lo elegante que caminaba. Esa reacción no era de extrañar en un muchacho venido de Fatmill. Si hubiera salido con esa vestimenta a las calles de su pueblo minero original, habría causado sensación en todo el mundo. En Newcastle la verdad es que nadie se fijó en él.
En una de esas salidas quiso cumplir un sueño y fue a conocer el estadio en que jugaba el equipo del Newcastle United. Estaba a cercana distancia del centro de la ciudad, por lo que era fácil caminar hasta él. Había allí fotos de quienes eran sus héroes y datos históricos sobre la fundación del club y su trayectoria. En ese momento el equipo se encontraba en un muy buen nivel y era protagonista de la Primera Liga Inglesa. Tanto era así que dos años después, en 1924, ganó la Liga al derrotar al Aston Villa en el estadio de Wembley en Londres. En esos años brillaban jugadores como Stan Seymour, Joe Harris, Frank Hudspeth y Hughie Gallacher, este último el máximo goleador del torneo en 1927 con 39 goles, año en que el Newcastle nuevamente ganó el campeonato. Lo que había sido la historia del Club y lo que vendría en los años venideros ocupó gran parte de la preocupación y de los sueños del joven hijo de minero procedente de Fatmill.
El primer domingo en que le correspondió cumplir los deberes que se le habían asignado se levantó, nervioso, más temprano que nunca, pues estaba consciente de lo importante que era para su jefe esa ocasión y como este se fijaría en su actuar. Revisó la iglesia palmo a palmo y con su ya amigo cuidador verificaron que todo estuviera en su sitio. Además, y sin que formara parte de sus obligaciones directas, fue hasta el local anexo donde se llevaría a efecto la reunión social de los domingos de toda la feligresía, donde se servía café y cosas dulces de comer, y que constituía la ocasión semanal para que los habituales fieles de la parroquia compartieran por un par de horas sus inquietudes espirituales y personales. Allí se juntaban las familias completas, incluyendo niños, los que apreciaban más que nadie los pasteles disponibles. Entre los asistentes había bastante gente joven y algunas de las niñas eran más que atrayentes, hecho que desde esa primera oportunidad no pasó inadvertido para el principiante. La verdad es que ese domingo todo salió perfecto y el párroco estaba muy satisfecho de la forma en que Daniel había enfrentado sus responsabilidades. Así se lo hizo ver a la hora de almuerzo. Terminado este, el chiquillo se dirigió a las oficinas de la parroquia para hacer el trabajo que le correspondía,